Por Florentino Escribano Ruiz, publicado en el número 38 de Regañón, enero de 2001.
Decir heráldica es hablar de un pasado histórico con semblanzas de nobleza.
No podía ser de otra forma en este pueblo con un apellido tan regio. Es fácil pensar que en su historia del pasado haya tenido su propio escudo heráldico, pero con el tiempo ha caído en el olvido. El escudo heráldico de cada familia y de cada pueblo fue, y sigue siendo, una forma simbólica y peculiar que identifica y representa a los lugares y las personas se sienten unidas a las raíces que configuran sus propios orígenes.
En este sentido, si Pedrosa del Príncipe tiene un escudo propio es porque se identifica con unos símbolos y porque quiere estar en sintonía junto a otros pueblos que también tienen sus propias señas de identidad.
En este artículo quiero presentar algunos apuntes sobre los rasgos característicos del escudo histórico de Pedrosa del Príncipe. Al mismo tiempo, voy a aventurarme en dar algunas opiniones propias para diseñar nuestro escudo del futuro, con la única intención de que otros más expertos que yo puedan continuar y perfeccionar la labor que con dedicación y cariño se recoge en este escrito.
Un poco de historia
No se sabe desde qué épocas empezó a usarse el escudo heráldico propio de esta villa, pero está garantizada su existencia y documentada en el libro titulado "Burgos, heráldica municipal", escrito por un experto en estas lides como es Fray Valentín de la Cruz, cronista oficial de la provincia y académico correspondiente de bellas artes.
Este libro fue editado por la Caja de Ahorros Municipal de Burgos en el año 1986. En la página 42 aparece representado el escudo heráldico de Pedrosa del Príncipe, describiéndole en la página 40 de la siguiente manera: "Rollo con cuatro eslabones y rematado en cruz, en escudo sencillo". No se sabe qué épocas remotas empezó a usarse este símbolo como escudo heráldico que representaba a los lugareños.
Como mucho ha habido una época en la que se ha utilizado como sello oficial una representación del Rollo de Justicia que está situado en la plaza de la iglesia del que ya escribí en esta revista (enlace con esa entrada), pero no es este rollo al que hace referencia la descripción del libro, sino a otro monumento. ¿Cuál es? ¿Dónde está situado? ¿Cómo ha llegado hasta nosotros?
Descubriendo enigmas
La descripción hecha sobre el escudo heráldico nos lleva la vista al monumento de piedra que está situado a la entrada del pueblo, en la parte derecha de la carretera, entrando por la dirección que viene desde Castrojeriz. Es idéntico al que se refiere el libro citado de Fray Valentín y ese es el monumento que ahora es centro de nuestra atención.
Necesitamos las llaves que nos abran los candados de las puertas del pasado para conocer qué hay detrás de ellas, es decir, nuestra historia y por eso nos preguntamos:
¿Por qué está ahí esa construcción de piedra? ¿Por qué este monumento es igual que la descripción del libro de heráldica municipal?
¿Quién ha sido el escultor que lo ha reconstruido? ¿En qué documentos se ha basado? ¿Cómo ha sido todo el proceso hasta llegar ahí como está ahora?
Vayamos por partes, pues lo que hoy es un monumento completo y lleno de belleza ha estado a punto de desaparecer. Durante muchos años, quizá siglos, allí no ha habido nada más que unas simples escaleras de forma circular donde iban a jugar los niños y donde se paraba a hablar las parejas de mozos y mozas que empezaban su noviazgo.
Con el pasar del tiempo, este monumento tan emblemático corrió el riesgo de convertirse en una escombrera, por la poca valoración de algunas personas que no aceptan más normas que las de su propio antojo y casi lo tapan haciéndole desaparecer para siempre.
Así, por desgracia, han desaparecido y siguen desapareciendo otras señas de identidad tan propias de nuestros pueblos como chimeneas, portones, fachadas, balcones, bodegas, arquitectura popular en general, únicas e irrepetibles... que han sido cambiadas por plásticos, aluminio y remiendos indecentes, quizá hechos con la mejor intención, pero que en poco o en nada han tenido en cuenta la estética de nuestros pueblos que no debe estar reñida ni con el desarrollo ni con la comodidad que todos merecemos tener en nuestras casas.
No estaría nada mal que nuestros ayuntamientos hiciesen cumplir las normas urbanísticas y que llegaran a hacerse realidad en nuestros pueblos las leyes con ayudas económicas para la protección de edificios y preservar y restaurar las construcciones originales que forman parte del patrimonio cultural. Ellas son las que dan a nuestros pueblos un ambiente propio y único. Menos mal que en esta ocasión el final de aquellos escalones fue un final feliz, pero, por desgracia, no siempre ocurre así.
¿Cómo fue el proceso de restauración?
Es verdad eso de que cuando se vive fuera de casa se valora más lo que se tiene. Las pequeñas coas que identifican a tu pueblo las valoras más cuando las pierdes.
Desde muy joven he sentido afición por la fotografía, pero, por aquel entonces, yo no tenía ni la más remota idea de que aquella fotografía sacada a finales de los años sesenta, de aquellas escaleras redondas, me serviría para documentar este artículo; sin embargo, algo me decía que estaba captando algo especial que había que valorar y restaurar. Aquellos tiempos no eran todavía muy sensibles a ciertas florituras culturales y siempre me quedaba con la inquietud de un deseo inalcanzado.
La oportunidad llegó cuando algunos años más tarde, a finales de 1980, tras presentar mis inquietudes al entonces concejal, Rodrigo Alonso, él mismo se encargó de hacer las gestiones para que el ayuntamiento de entonces hiciera suyo dicho proyecto, comprometiéndose él mismo a esculpir las piezas en piedra y sin cobrar nada por su mano de obra.
Todo empezaba muy bien: el proyecto se aprobó y rápidamente se desmontaron una a una las piedras antiguas y se enumeraron. La financiación económica estaba resuelta. Teníamos al escultor en casa. Gracias al dibujo del libro de la Heráldica municipal, se tenía también referencia fiable de cómo pudieron ser las piedras que faltaban.
Pero pasaban los años, y no se veía ningún resultado. Cuando regresaba al pueblo de vacaciones, seguía viendo las piedras desamontonadas cada una con su número correspondiente, eso sí, pero amontonadas de cualquier manera en una de las eras al lado de la carretera y sin ninguna protección, a expensas de que alguien se las llevara o de que algún bruto las rompiera.
Preguntaba a Rodrigo cómo iba el asunto y me decía que se estaba en ello, pero pasaba el tiempo y me temía lo peor. Se insistía una y otra vez al ayuntamiento, hasta que al fin llegaron los materiales para esculpir las piezas que faltaban y así se hizo. El escultor, Rodrigo Alonso Ganzo, con su arte y su paciencia, empleó horas y horas en sus ratos libres, poniéndole todo el cariño del mundo en el cincel que tallaba la piedra para que la obra se realizara con todo esmero. Por fin, un problema quedaba resuelto, pero todavía no estaba todo terminado.
El último problema por resolver estaba en volver a colocar otra vez el monumento en su sitio de origen, al lado de la carretera. Las nuevas normas del Ministerio de Obras Públicas impedían colocar objetos que pudieran suponer un peligro para los conductores.
Hizo falta demostrar que aquello que se iba a colocar al lado de la carretera era un monumento de interés histórico y cultural, que ya existía con anterioridad, y que había sido desmontado para volver a colocarlo en su sitio de origen, una vez restaurado.
Superadas todas las gestiones burocráticas, se pusieron de nuevo las piedras centenarias en su sitio de origen y se añadieron las nuevas piezas tal como ahora están.
Al mismo tiempo es un bello rincón acogedor donde te puedes sentar a contemplar el paisaje, los coches que van y vienen por la carretera, las personas que suben y bajan de las bodegas, la frescura del río, el vuelo de los pájaros, los sonidos de las hojas de los chopos movidas por el viento... Así lo hace el señor Juanito Miguel, el de la señora Felipa, que acude diariamente a este lugar y que ha hecho de él como la antesala de la Gloria. Bueno, eso cuando puede entrar, pues, a veces, son tantas las basuras que se acumulan y los cardos tan abundantes que se hace imposible el acceso. El descuido que sigue habiendo en nuestros pueblos hacia los elementos antiguos que ponen una nota de historia, de educación y de cultura, es alarmante. ¿Cuándo empezaremos a valorar en nuestros pueblos lo que otros ya admiran con tanta emoción? Dicen que se valora y se cuida lo que se conoce.
Es conveniente que todos lo conozcamos minuciosamente este símbolo en todos sus detalles. Pero de todo ello os hablaré en el próximo número de esta revista (enlace).