Sobre héroes y tumbas es una suerte de ampliación de El Túnel, novela de menor tamaño, pero con una atmósfera semejante. Imposible olvidar su meteórico arranque: Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne. La fascinación que me provocó desde su primera lectura y también, por qué no decirlo, su brevedad y modesto coste en la edición de bolsillo, lo convirtieron en mi regalo obligatorio para aquellas chicas que me atraían y se dejaban regalar. Ahora que lo pienso, una estrategia de gran conquistador, la de regalar un libro que antes de comenzar trae esta reflexión a guisa de prólogo: "...en todo caso, había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío". Como para echar a correr... Por cierto, en las fiestas de verano del año 1994, que llevaban el significativo nombre de Festival del desengaño, las camisetas contenían estampada en su dorso la primera página de esta novela esencial en mi modesto currículo de lector. Sábato compone, con Borges y Cortázar, mi sagrada Tríada argentina del s. XX, a la que nunca he dejado ni dejaré de admirar.
El caso es que he vuelto a Sábato como a un puerto de refugio, extraviado en la oferta infinita de lecturas, en mi propio despiste existencial. Algo así como volver por un instante, lo que a veces se consigue, al patio de la casa de Pedrosa, en el rincón de la bombona, o a la sombra de la desvencijada puerta del corral. Volver a la primera lectura, ansiosa y desbocada del libro, estremecerme con el retrato de mi Alejandra (pura creación de mi mente febril), escandalizarme con la nekía (el descenso a los infiernos) del paranoico Fernando Vidal, su padre. El tufo sacrílego de su nihilismo, de su misantropía, de su incesto. Un libro de intensidad arrebatadora para el adolescente que yo era entonces, con un estilo directo, certero y, al mismo tiempo, muy audaz en sus metáforas, una de las esencias de su escritura.
Esta ha sido mi lectura antes y después de las Navidades. Por medio se han colado algunos libros de historia (los ejemplares de la última colección que vengo haciendo, traída por un periódico), y el librito de Paul Auster (Viajes por el scriptorium) que me instó a leer Lorenzo.
A diferencia de otras relecturas, donde acudí con una sensibilidad hipercrítica que me ha hecho desleír el dorado de su recuerdo, la monumental novela de Sábato sigue a la altura de mis expectativas, sigue sorprendiéndome y conmoviéndome. Seduce la manera de rodear el turbio misterio al que alude (en esencia, el fracaso vital, una suerte de lucha del bien contra el mal que se da en Alejandra, y donde el mal no puede dejar de vencer). La entrega voluntaria de Alejandra a la prostitución con personajes de los que abomina es una suerte de macabra expiación por el incesto al que le ha obligado el carisma irresistible de su padre. Recrea perfectamente Sábato (amargado, distanciado, escéptico) un asfixiante clima de drama edípico, con personajes rodeados de los hilos de una araña que a veces pugnan por romper, aún a sabiendas de que es imposible. Y así, como un pobre ser embarazado por la pringosa tela de la araña, bracean Martín y Alejandra, consiguiendo rara vez un hálito de paz y libertad. Y son esos instantes los que, después, en un violento contraste, se presentan como muecas de irrealidad ante el salvajismo de la vida presente.
Y, casi como novela independiente, el célebre Informe sobre ciegos. A pesar de su valiente y original apuesta literaria, nunca ha dejado de parecerme sumamente cruel con los ciegos, cuyo colectivo, sobra decirlo, integran todo tipo de personas (desde la más malvada a la más candorosa) pero que, y eso es irrefutable, han tenido una de las peores suertes que pueden tocar en esta vida. Insisto, a pesar del derecho sin límites de la ficción literaria, la saña del relato es, a mi juicio, difícil de soportar para quien haya tenido la desgracia de padecer ceguera.
Pero la novela es un descenso a los infiernos (concretado en las calles, parques y quintas de Buenos Aires) y, si el autor es coherente, no se puede poner ninguna traba de orden estético o moral. El descenso es pleno, contundente y sin esperanza. Y el Informe, el remate brutal, la inmersión en pleno tártaro.
Diciembre de 2007