jueves, 20 de junio de 2024

Capítulo LVIII: El panteón de la familia Sanjuán Ramírez


El lunes, como de costumbre, salí muy temprano hacia Burgos, para poder llegar con tiempo al trabajo. Mi plan consistía en permanecer toda la semana alejado del pueblo, porque sabía que allí sería acribillado a preguntas sobre la ausencia de Andrés y no me seducía la idea de pasarme las tardes dando falsas explicaciones por doquier. Me maliciaba, además, que la abrupta desaparición de Adolfo, recluido desde el sábado en la bodega del tío de Marcial, haría aumentar exponencialmente todo tipo de rumorología, sobre todo de la especie más disparatada. Andrés y Adolfo eran dos personas que nunca habían pasado una temporada larga fuera del pueblo y el vacío que dejaban se iba a hacer enseguida muy notorio. Y, por si fuera poco, en la ciudad, y no sé muy bien por qué, no me acuciaba tanto el recuerdo persistente de Elvira. 

Al final de la reunión de Astudillo yo había quedado con Jesús y Lorenzo en vernos el lunes por la noche en el café Victoria, para informarles sobre nuestras andanzas en Málaga y Madrid. A ellos también les costó mucho creer que Andrés se hubiera quedado a pasar unos días en la capital con unos parientes lejanos, pero tampoco insistieron demasiado en el tema. Les puse al día sobre nuestros movimientos del fin de semana, excluyendo, naturalmente, el secuestro de Andrés y el adiós de Elvira, pesados secretos que sólo a mí tocaba ir arrastrando. A Jesús le interesó, sobre todo, el panteón que guardaba los restos mortales de Dorotea Ramírez, sobre el que me reclamó todos los detalles posibles. Yo había apuntado en una pequeña libreta la descripción que nos había hecho Samuel en su apartamento, que completé con alguna observación de mi cosecha cuando estuvimos en el lugar. Primero les hice una descripción lo más ajustada posible del entorno y el aspecto exterior de la construcción, un templete de mármol grisáceo oscuro de planta hexagonal coronado por una cúpula flanqueada por cuatro pequeños obeliscos en las esquinas y rematada por una cruz. Sobre el dintel de la puerta de entrada, en una suerte de tímpano casi semicircular, figuraba grabada en grandes letras cursivas la titularidad del monumento (Familia Sanjuán Ramírez). La puerta estaba clausurada por una reja metálica, forjada con notable virtuosismo, y que nosotros, por suerte, encontramos abierta.

—Tiene la apariencia de una pequeña capilla —les seguí contando—, con un altar en el centro y unos nichos ubicados alrededor, en tres niveles, para cada uno de los cuatro lados del hexágono que hay a derecha e izquierda del altar. Los nichos están adosados a las paredes, colocados a lo largo, no perpendiculares al muro. Los dos lados restantes los completan la puerta de entrada y su pared opuesta, en la que se abre un estrecho vano acristalado con una vidriera que reproduce la silueta de la virgen y que ilumina todo el espacio interior con una tenue luz irisada. De los doce nichos, diez están ocupados y cerrados por lápidas que identifican a sus ocupantes, uno está aún sin ocupar, con su espacio abierto, y hay otro que está clausurado, pero con una lápida sin nombre ni leyenda alguna. Andrés tiene la certeza absoluta de que ese nicho anónimo contiene en su interior el cuerpo de Eutiquio Ramírez el joven, que alguien hubo de trasladar allí tras sustraerlo del depósito de cadáveres de Burgos.

—Espera, espera… —a Jesús, tan versado en investigaciones sobre linajes históricos, el hallazgo del panteón le parecía un descubrimiento sensacional que merecía ser paladeado con calma—; vamos paso a paso. ¿Tomaron ustedes nota de todo lo que estaba escrito en cada nicho?

—Más o menos. Yo anoté lo más significativo en una libreta y de lo demás creo que me acuerdo. En el interior del mausoleo, en el lado izquierdo y hacia la ventana, en lo más alto estaba el nicho de Miguel Sanjuán Álvarez, con la fecha de nacimiento precedida de una estrella (10-02-1909) y la de defunción precedida de una cruz (11-12-1975), seguida del acróstico D.E.P. y la leyenda «tu mujer y tu hijo no te olvidan». 

También a la izquierda y a la misma altura, pero en el lado del hexágono que mira a la puerta, está ubicado el nicho correspondiente a Miguel Sanjuán Ramírez, hijo del anterior…

—¡Caramba! —me interrumpió Lorenzo muy intrigado—. Tiene el mismo nombre y apellidos que el famoso productor de cine. ¿Anotó usted las fechas de nacimiento y muerte de ese hombre?

—Sí, claro. Tengo apuntado que nació en 1942.

—Las fechas encajan, estoy casi seguro de que es él —exclamó Lorenzo incrédulo—. ¿Es posible que Miguel Sanjuán Ramírez sea hijo de Dorotea? No me lo puedo creer.

—Si así fuera —añadió Jesús—, tendríamos otra vía de investigación muy interesante, porque no será difícil localizar a esa familia y hablar con ellos. Pero siga, por favor, con los demás finados que se encuentran en ese panteón.

—Bajo el nicho que acabo de mencionar, descansan los restos de la mujer del supuesto productor de cine, Sara Sanchís Maldonado. No tomé más datos de esta señora porque no me parecieron muy relevantes. 

—Por lo que cuentas, Dorotea y su esposo Miguel no están juntos —se extrañó Jesús.

—En efecto, los restos de Dorotea descansan en la parte derecha del hexágono. En el nicho más alto y cercano a la ventana está Fermín Cuesta Rodríguez, el novio asesinado de Dorotea. Constan las fechas de nacimiento y fallecimiento, la segunda (25 de julio de 1936) esencial para datar el dramático episodio de Obona. Me llamó la atención, también, tal vez por estar formulada en voz pasiva, la dedicatoria que lo acompaña: «nunca serás olvidado». Justo en el nicho que está debajo, descansan los restos de Dorotea Ramírez Cuesta. Y debajo de éste, el más cercano al suelo, se ubica el famoso «nicho anónimo». 

—¿Qué aparece escrito en la lápida de Dorotea? —inquirió Jesús, fascinado por todo lo que le estaba contando. 

—Dorotea Ramírez Cuesta, 12 de abril de 1919, 10 de agosto de 1979. «Tus hijos no te olvidan».

—¿Cómo que «tus hijos no te olvidan»? —preguntó muy extrañado Jesús—. De Miguel Sanjuán has dicho «tu hijo no te olvida» y de Dorotea «tus hijos no te olvidan». No tiene mucho sentido. 

La verdad es que no había reparado en ello en su momento, pero tenía la absoluta certeza de que eso era lo que estaba escrito sobre las lápidas. 

—Tal vez se trate de un error…

—¿En las lápidas de un mausoleo familiar destinado a la eternidad? —objetó Lorenzo con toda la razón del mundo. 

—¿Y hay alguien más identificado en el panteón? —Jesús estaba tomando notas de todo lo que decíamos.

—Sí, los padres de Dorotea y Fermín, ubicados a ambos lados del hexágono, de manera un poco aleatoria, a mi entender. 

A las diez, en el Victoria, todos los asistentes comenzaban a entonar el Himno a Burgos, que aparece escrito en las servilletas, por si algún cliente desconociera la letra. Durante esos minutos de exaltación patriótica, nosotros reflexionamos en silencio sobre lo que acabábamos de comentar. 

«…robusto poema tallado en granito / cual timbre glorioso de nuestro blasón…». 

Los ampulosos versos del himno me trajeron a la mente las no menos hinchadas soflamas que emitía nuestro poeta por Radio Evolución y sentí un profundo estremecimiento al pensar en qué sería de él en ese preciso momento y a punto estuve de confesar a Jesús y Lorenzo la verdad. Pero el himno terminó con sus tres «salve» triunfales, y yo me logré contener. 

—Nuestro poeta es un genio, sin paliativos —comentó Jesús cuando terminó aquella exhibición de burgalesismo—. ¡Ha conseguido llegar hasta los huesos de Eutiquio Ramírez Sandoval!

—Porque a usted no le cabe ninguna duda —atemperó Lorenzo con su habitual frialdad racional— de que el nicho anónimo contiene los restos del anciano muerto en el páramo. 

—¡Ninguna! —enfatizó Jesús—. Parece claro que los hijos que no olvidarán a Dorotea son Miguel, el productor, y Eutiquio; ambos son hijos de Dorotea, pero no de Miguel Sanjuán Álvarez, cuyo recuerdo se encomienda a su mujer y a un solo hijo. 

—Entonces —prosiguió Lorenzo en la misma línea argumental—, Eutiquio es un hijo de Dorotea anterior al matrimonio con Miguel, es decir, casi con seguridad, habida cuenta del breve periodo de tiempo trascurrido, fruto de la violación a que fue sometida en el monasterio de Obona. Un hijo que es evidente que no fue tratado como su hermano, una especie de hijo de la vergüenza. 

—¿No os parece llamativo, también —abundé yo en el mismo sentido—, que ella, que falleció después de su marido y que, por lo tanto, pudo decidir sobre la ubicación de los restos en el panteón, eligiera ser colocada en la parte derecha, junto a Fermín, y no junto a él? ¿Y que el nicho anónimo también esté en ese lado? Es como si Dorotea hubiera considerado que su verdadera familia fueron Fermín y Eutiquio. ¿Y si Eutiquio fuera hijo de Fermín?

—Yo no descartaría —Jesús parecía ahora poseído por un frenesí novelesco— que Eutiquio Ramírez el joven, por razones que es fácil de entender si asumimos la moralidad de aquella época, fuera excluido o postergado por su padre putativo dentro de la familia. Pero Dorotea lo tuvo siempre muy presente, supongo que para bien y para mal, y es muy posible que le inculcara un ansia patológica de venganza.

—En todo caso —resumió Lorenzo—, estamos donde estábamos, aunque, eso sí, con muchos más argumentos. Me explico: es más que probable que la persona que tenía en mente asesinar a Adolfo ya esté muerta. Pero de ninguna manera hay que pasar por alto que alguien entró en la morgue y se llevó el cuerpo de Eutiquio y ese alguien no puede ser cualquier persona. La cuestión es saber si esa persona o personas, la famosa ABP o lo que sea, supone o no una amenaza para Adolfo. Creo que deberíamos ponernos en contacto con la familia del productor de cine, con sus hijos. Ellos tienen que haber conocido a su tío o, al menos, a su abuela.

Me costó convencerlos de que esa iniciativa, en todo caso, convendría postergarla hasta después de las vacaciones de Navidad, unas fechas con mucho trasiego de personas y que a nosotros nos convendría pasar en Pedrosa lo más agrupados posible, dados los precedentes. Les propuse una nueva reunión para la semana siguiente, pero Lorenzo tenía otros planes:

—Nos veremos antes. Me he permitido comprarle una entrada para el Réquiem de Mozart. La Orquesta y Coro nacionales de España lo van a interpretar el próximo sábado en el Teatro Principal, a las ocho. Las he pillado de casualidad y son localidades en el gallinero, pero menos es nada. El Réquiem de Mozart, su composición preferida. ¿Cómo se le queda el cuerpo? 

La verdad es que el cuerpo se me había quedado totalmente petrificado.


Capítulo LIX: Lacrimosa dies illa

Presentación de la obra e índice general