jueves, 21 de diciembre de 2023

Capítulo V: Donde la Flugen


Aunque no había podido probar bocado en la comida, una siesta corta y profunda me reparó casi por completo. El cerebro parecía volver a atenerse al principio de causalidad, solo entorpecido, de tanto en vez, por la destellante y caprichosa aparición del risueño rostro de Elvira. Como todos los días de verano, tras cenar, nos reunimos donde la Flugen (la academia popular había impuesto para este nombre, desde siempre, la metátesis de la consonante líquida), un pequeño establecimiento imposible de catalogar, que lo mismo dispensaba una barra de regaliz que una copa de Soberano, regentado por la inefable Fulgencia Vicario. Aquella era siempre nuestra guarida, nuestro puerto de abrigo.

Andrés, como siempre, fue el primero en llegar. Lo encontré apostado en la reducida barra del local, apurando un vaso de gaseosa, que era su primera bebida de la noche. Yo me preguntaba cómo habría establecido la Flugen la medida del vaso y el precio de la consumición, pues me constaba que Andrés era el único peticionario de semejante artículo.

—Buenas noches, Flugen —saludé a la regente, que murmuró algo como respuesta, aplicada en ese momento en apilar bolsas de pipas sobre una repisa—. Hemos llegado los primeros, Andrés.

—Como siempre, amigo —pero pronto me di cuenta de que él no me iba a dar ni un minuto de tregua—. Hay que ir al hotel, está claro. Yo creo que podemos salir mañana a las siete y media. Cuanto antes, mejor. 

Eso venía a colación de lo que nos había contado Elvira cuando nos interesamos por el tipo de la cuerda. Sí, se acordaba de un señor mayor, tal vez ya en la ochentena, pero que se manejaba aún con soltura y retenía un cierto aire de galán de posguerra. Nos contó cómo, mientras le empaquetaba la cuerda, aquel señor le preguntó por el cajero más cercano del banco de Santander. Elvira, que sabía disfrutar de aquellos modales tan caballerosos, le dio conversación. Supo que no era de Palencia, de hecho, nunca había estado antes en esa ciudad, y que iba a aprovechar la tarde para darse un buen paseo por el parque del Salón y la zona de la catedral, la Bella Desconocida. Con calma, porque a su edad y con algunos achaques de corazón, se fatigaba cada vez más. En todo caso, tenía el hotel ahí al lado, justo a la vuelta, pegado a la calle Mayor. Y en estas cosas departieron un buen rato, hasta que la llegada de nuevos clientes dio por zanjada la conversación.

—Si entra a las ocho a trabajar —especuló Andrés—, podríamos quedar con ella. Igual nos acompaña al hotel.

Entendí que Andrés daba por hecho que íbamos a ir al día siguiente a Palencia, a no sé qué hotel y tal vez acompañados de aquella hermosa joven, a la que cabía suponer un abultado contingente de merodeadores mucho más cualificado que nosotros dos. Pero, aunque me había pasado el dolor de cabeza casi por completo, aún no estaba en condiciones de embarcarme en un largo y extenuante proceso de contradicción con mi amigo poeta. 

—No nos vendría mal su compañía —dije a modo de objeción—, porque a ver qué se nos ocurre para sacar la identidad de ese señor a los del hotel, si es que damos con el hotel correcto, y a ver si ese día no le dio a un montón de ancianos por conocer Palencia. Pero me temo que una chica tan guapa tendrá más cosas que hacer que perder el tiempo con nosotros. 

—Igual usted no se acuerda, pero, cuando ya nos íbamos, ella dijo literalmente: «por favor, manténganme al tanto de sus pesquisas». Yo creo que está muy interesada y que, si la buscamos, vendrá con nosotros. Y, además —resumió Andrés, como si fuera necesario hacer aquel apunte lírico—, tiene la apostura de un nardo.

Era cierto que, cuando Elvira visualizó en su cabeza al cliente por el que le habíamos preguntado, abandonó su actitud inicial de chanza, su rostro se ensombreció un tanto y atendió a nuestras preguntas con mayor seriedad e interés. 

Interrumpió nuestras elucubraciones la ruidosa presencia de Marcial y Salva, a los que se oía subir con estrépito las estrechas escaleras abovedadas de aquel antiguo café (ubicado en una primera planta, sobre lo que en su día fue el local de baile del pueblo), que más parecían un oscuro hipogeo para acceder a la cámara mortuoria del faraón. 

—¡Hostia, ya están aquí los detectives privados! —soltó con una risotada Salva, mientras nos aporreaba la espalda a los dos— ¡Pon cuatro San Miguel, Fulgencia, y cuatro banderillas toreras!

—A mí no me pongas nada, ya sabes que no me gusta el alcohol —objetó Marcial—. Ya os he dicho mil veces que hay que emborrachar la mente, no el cuerpo. Ese será uno de los pilares de mi nuevo sistema, el Novum instrumentum ad vitam gerendam.

La Flugen hizo caso omiso y colocó los cuatro botellines sobre la barra.

—Algún gasto hay que hacer —argumentó con sus acostumbrados aspavientos—. No me volváis loca poniendo y quitando. Si pedís cuatro, son cuatro. 

—Sírvale un vaso de gaseosa si lo prefiere —sugirió Andrés, buscando un aliado a su insólita afición—, refresca mucho. 

—Da igual, da igual —Marcial se resignó a su suerte—, ya está puesta la cerveza, seguro que Salva no tiene inconveniente en beberse las dos. 

—Y otras cuatro, compañero, si es necesario. He venido con mucha sed —y lo acreditó engullendo casi de un trago el primer botellín. 

—Por lo que nos dijo Elvira, el hotel tiene que ser el Alda Centro, no hay otra posibilidad —retomó su hilo Andrés, que había conseguido zafarse a duras penas de la cargante efusividad de Salva. 

Nos sentamos alrededor de una vetusta mesa de madera, otra reliquia del antiguo café, que presentaba en cada uno de sus lados cuatro cavidades rehundidas para recoger las monedas en los juegos de cartas. Marcial posó su cerveza sobre la mesa y le preguntó a Andrés quién era esa tal Elvira. 

—La dependienta de la ferretería Otero de Palencia, la de la factura que encontré en la escena del crimen. Por cierto, una chica muy hermosa. 

Marcial me interrogó con la mirada, para corroborar aquella inusitada valoración de Andrés. 

—Un encanto, sí, un encanto —traté de atenuar todo lo posible el juicio físico de Andrés para desviar la atención. Mis amigos, en aquellos tiempos, cuando emergía una musa por nuestro entorno, o rivalizaban o estorbaban, pero nunca se mostraban indiferentes.

—O sea, que estaba más buena que un queso, es lo que quiere decir el poeta —resumió Salva con su habitual capacidad de síntesis en la materia, mientras daba cuenta ya de la siguiente ronda de cervezas—. Así que ese señor estuvo en un hotel. Bien, ¿y qué? ¿No será, más bien, que os ha hecho tilín la dependienta?

Andrés se esforzó por mantener centrado su objetivo: 

—Mañana iremos a ver si nos dicen cómo se llamaba el viejo. Salimos a las siete y media. Y, como propone Salva, no estaría mal que viniera Elvira con nosotros. Creo que es una buena idea. ¿No le parece, Salva?

A Salva, que no había propuesto nada, la consulta le pilló apurando su tercera cerveza, con lo que se limitó a expresar su total indiferencia encogiéndose de hombros. Andrés tenía una tendencia natural a reclamar la opinión de terceros en asuntos que no les iban ni les venían. 

—Espere un poco, Andrés, espere un poco —traté de frenarlo, a sabiendas de que casi era misión imposible—. Me parece que habría que estudiar con más detenimiento ese plan.

Poco después llegaron Adolfo, Ángel, Gerardo, Esther, Casilda… Compramos unas bolsas de pipas y más cervezas y nos sentamos afuera, en la calle, porque gozábamos de una de aquellas raras noches tropicales en los veranos de Pedrosa. A pesar de la pertinacia de Andrés en seguir especulando sobre el muerto del páramo, el grueso del grupo estaba en otra cosa. Habíamos programado una merienda para el domingo (se acababan las vacaciones y había que celebrarlo a lo grande) y quedaba algún detalle por concretar. Sobre ello estuvimos charlando largo rato. Pero, cuando vio la oportunidad, Andrés nos retiró un poco del grupo a Marcial y a mí. Estaba muy impaciente por confirmar el viaje para el día siguiente. 

—¡Vale, vale! —no tuve más remedio que conceder—, os recojo mañana a las siete y media, en frente del Teleclub. 


Capítulo VI: Eutiquio Ramírez Sandoval

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