
A pesar de esconderse tras topónimos figurados, y a pesar de que el río (uno de los protagonistas de la novela) no reciba su nombre, sabemos que allí se está hablando del Pisuerga, de Astudillo y de sus pueblos y lugares comarcanos. Y cuando vemos aparecer "el hondón de la herrada", la "estufa" como una de las estancias de la casa, la "pecina" en que se embadurnan los pies, las "bardas del corral", el "poyo" para sentarse, expresiones de admiración como "¡la órdiga!", el "fresquero" que vende pescado, las parcelas cuantificadas por "obradas"..., todo nos resulta tan cercano, tan familiar, que bien podría haber sido Pedrosa el escenario de lo que en sus páginas se cuenta.
Aunque Arconada perteneció a una generación literaria tan de vanguardia como la del 27, esta novela se lee sin las incomodidades de un invento experimental. En realidad tiene varias lecturas posibles, y por eso resulta algo enigmática y muy atractiva: en buena parte sigue un curso costumbrista, dibujando con un trazo muy delicado un pueblo castellano de los albores del siglo XX y a sus gentes; pero eso es compatible con frecuentes digresiones filosóficas y con un vuelo lírico no muy habitual en la novela, y menos en una que cargó con el sambenito de "realismo social". Busca también una fuerte proyección simbólica entre ideas contrapuestas (progreso y tradicionalismo, la luz y la oscuridad, el agua y la tierra...). Pero es que, además (y es, a mi juicio, lo más meritorio), desarrolla un argumento en una clara progresión lineal, que, aunque lo despojemos de todo lo dicho, logra interesar por sí solo al lector, muy intrigado de cómo será su desenlace.
Queda la impresión de que teníamos a un gran novelista en ciernes al que no le hizo ningún bien seguir a pies juntillas la ortodoxia comunista, muy condicionante para la libertad de expresión artística, ni tampoco su largo exilio en Moscú, de donde nunca regresó a España. Él, que apasionado por el cine había escrito una obra sobre Greta Garbo que fue traducida a decenas de idiomas, o que se prodigaba en los periódicos de antes de la Guerra como finísimo crítico musical, se vio glosando por encargo del aparato comunista las excelencias de la China de Mao. Y ese intenso y largo extrañamiento en la remota Rusia tampoco ayudó nada en la difusión de su obra.
En fin, una más de tantas víctimas culturales de nuestra funesta Guerra Civil.
En Astudillo se honra su memoria con el nombre de la Casa de Cultura en la que se encuentra la biblioteca de la localidad. Seguro que es un homenaje que hubiera complacido a este gran (y tan desconocido) hombre de letras.
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La Casa de Cultura de Astudillo lleva el nombre del escritor |