En cada uno de los pueblos de nuestra comarca hay siempre unas personas que por sí mismas representan el oficio al que se han dedicado con pasión durante toda su vida.
Es bueno que, por lo menos alguna vez, se les destaque públicamente para descubrir en ellos la intensa vida que ha transcurrido por sus ya abundantes años.
Para cada uno de nosotros tienen rostros concretos, con sus hombres y apellidos. Yo voy a destacar ahora a un hombre que siempre lo he conocido trabajando con un par de mulas. Se llama Florencio Alonso, pero bien se podría llamar Florencio, el de las mulas.
Valga este pequeño escrito para homenajear a todos los hombres y mujeres que como él, en cada uno de nuestros pueblos, han dedicado toda una vida a la dura tarea de trabajar en la agricultura como labradores, sin más ayudas que las que les proporcionaban su par de mulas, animales tan asociados en todos tiempos con las duras tareas del campo.
Tengo la suerte de tener como vecino a Florencio Alonso, el de las mulas. Hoy ya tiene ochenta años. No los aparenta, pues su figura es esbelta y fina, como la de Don Quijote.
Florencio es alto y muy delgado. No le sobra ni un gramo de su piel, pero el tiempo no pasa en balde y en su cuerpo están marcadas las huellas de una vida desgastada y totalmente dedicada a la labranza del campo.
En sus ojos claros, agudos y serenos, abunda la mirada limpia del que mira a la gente como se miran, desde los cerros de Pedrosa del Príncipe, los grandes horizontes de Castilla.
Con solo una mirada se percibe que en su rostro hay un sin fin de conocimientos no escritos en ninguna de las mejores bibliotecas del mundo.
Conoce los secretos para trabajar el campo como nadie. Claro, los secretos antiguos, cuando la labranza se hacía a mano o con las mulas, repitiendo mil veces con los arados o con otros aperos de labranza, las mismas operaciones heredadas de sus antepasados, para preparar la tierra un año tras otro.
En las manos de Florencio están aún las señales de sus arrugas, que son como los surcos arados sobre la tierra. Y hablando con Florencio, me contó estas cosas de su vida.
¿Desde cuándo eres labrador?
He trabajado la tierra desde los diez años. Mis padres me enseñaron el oficio que ellos tenían. Mi padre nació en Astudillo, pero vivió en Pedrosa del Príncipe, pues aquí formó su familia. Compró unas tierras y se puso a trabajar para su propia casa. Yo siempre lo recuerdo trabajando en la agricultura. Me llevaba con él al campo y a mí me gustaba fijarme cómo hacían los mayores todas las labores de la agricultura.
¿Siempre has trabajado con mulas?
Sí, yo las he conocido siempre en mi casa. Tenía mucha ilusión por aprender y aprendí pronto, pues a los doce años ya sabía arar con un par de mulas.
Me decían que las llevaba muy bien y me esmeraba para seguir aprendiendo este oficio de la labranza con arte. A los dieciséis años tuve que dejar la casa de mis padres, pues me llamaron a la mili. Pasé seis años en la mili, pues había poca gente en el ejército y muchos estaban heridos por la guerra y había que sustituirles. Era muy joven y lo pasé mal. Me impresionó mucho ver la muerte de un vecino del pueblo. Es muy triste gastar tu juventud en una guerra. No es buena para nadie.
¿Cómo era la vida hace ochenta años?Nos levantábamos muy temprano en verano. A la una de la madrugada estábamos ya en pie para ir a la tierra a acarrear, purrir (llenar el carro de mieses). Cogíamos las nías (brazadas) de trigo o cebada, y las llevábamos a la era para trillarlas.
A las nueve se almorzaba y otra vez a trillar hasta mediodía, que parábamos para comer. Los que madrugaban mucho se tumbaban la siesta y así se turnaban en las tareas entre unos y otros.
Las mujeres también trabajaban, sobre todo a la hora de la siesta. Ellas seguían la trilla para dejar descansar a los maridos. Daban vueltas a la parva con el trillo y con los garios de tres o más dientes, con las horcas de madera y los rastrillos. Las mulas no descansaban hasta por la noche.
A las cinco ya estábamos otra vez en la faena para ir de nuevo a la tierra a acarrear las espigas. Regresábamos a la era a las ocho de la tarde y dejábamos todo preparado para el día siguiente continuar con la misma operación.
¿Con cuantos pares de mulas has trabajado?
Bueno, ya no me acuerdo. Cuando estaba con mi padre sólo teníamos un par de mulas, pero al cabo de los años son muchos pares de mulas las que han trabajado conmigo. Las mulas han sido para mí como compañeras de trabajo. A mi voz, a un pequeño gesto mío, ellas me respondían.
Yo las trataba bien, aunque a veces, cuando se ponían tercas, me enfadaba y me hacían soltar alguna palabra fuerte para que me hicieran caso.
Las mulas han sido para mí unos animales muy nobles y muy trabajadores. Siempre he trabajado con ellas, no he utilizado nunca el tractor.
Yo sabía todo de ellas y así les enseñé también a mis hijos para que aprendieran a "vestirlas" con las cabezadas, los collerones, las cinchas, las herraduras, las mantas, las abrazaderas para uncirlas a los carros, a las galeras, sembradoras, segadoras y a toda clase de aperos.
¿Cuáles eran las tareas que más te costaba hacer?
Para mí lo más costoso era beldar a mano. Cuando todavía no había máquinas se echaba el grano al aire. Con el bieldo se cogía el grano con la paja y con la fuerza del viento se iba seleccionando. Era muy cansado y muy largo.
También aquí las mujeres utilizaban el bieldo y cribaban el grano con las cribas y los arneros y ayudaban a sacar el trigo limpio, que luego se llevaba al molino y con él se hacía el pan para los hijos.
Las mujeres ayudaban mucho en la labranza. Iban a pelar titos, garbanzos, lentejas, yeros y a segar a a mano donde no podía entrar la segadora.
¿Te ha ocurrido algún percance con las mulas?
Sí, recuerdo que, una vez, el carro dio la vuelta por una ladera. No pilló a nadie debajo y salimos bien de ese percance. En otra ocasión cargamos demasiado el carro y se nos vino todo abajo.
Eran cosas normales que sabíamos que podían ocurrir, pero casi nunca pasaba nada más que un buen susto y mayor trabajo para volver otra vez a empezar.
Lo peor que me pasó fue descargando fardos. No me avisaron o no oí bien que habían lanzado uno y me cayó en la cabeza. Recibí un golpe tan fuerte que todavía hoy me sigue doliendo.
¿Se trabajaba en los días de fiesta?
Sí, todos los domingos se trababa y había un permiso especial para cumplir con la iglesia. Sólo descansábamos el día de Santiago y el de Nuestra Señora de Agosto. El resto de fiestas, incluidos domingos, se trabajaba de sol a sol, pero cuando llegaban esos dos días era típico festejarlo llevando una buena merienda a la bodega y en ella participaba toda la familia. Era algo esperado, y que daba ánimos para seguir trabajando.
¿Qué se hacía en invierno?
Había que hacer otras labores. Había que cuidar el grano para que no cogiera frío, le poníamos mantas encima. También se podaban los majuelos.
Ya en abril se alzaba la tierra (primera vuelta). Después, binar (segunda vuelta a la tierra) y más tarde se iba a terciar (tercera vuelta a la tierra).
Se preparaba el terreno para sembrar o se quedaba de barbecho para que la tierra descansar y se desarrollara más el fruto al año próximo.
¿Por qué te ha gustado tanto trabajar en el campo?
Me gustaba ver los surcos derechos, hacer la labranza bien, dejarlo todo limpio sin ninguna hierba mala. Me daba alegría verlo tan ordenado y bonito, yo notaba que se me alegraba el corazón y lo hacía con gusto. Me sentía cansado, pero muy contento por hacer las cosas bien.
Además de ayudarme con el campo, cuidaba de nuestros cinco hijos y llevaba las tareas del hogar muy bien y lo tenía todo listo: la casa limpia, la comida, la ropa, todo preparado para reponer fuerzas tras la dura faena del día.
"La Presen" tiene un temperamento muy fuerte y enérgico, además es muy alegre siempre está cantando a la Virgen de la Olma mientras hace las labores de la casa. Todas esas cosas te animan a trabajar día tras día con mucha ilusión.
¿Qué piensas de la agricultura en los tiempos actuales?
Trabajar como lo hacíamos antiguamente era muy esclavo, se pasaba mucho frío o mucho calor y se tragaba mucho polvo en las tierras, en las eras, en los pajares, en las cuadras...
Ahora todo está mucho mejor, pues con la maquinaria se trabaja menos. Ya no se es tan esclavo del campo. Hay más tiempo para ver a los hijos y estar con la familia.
Trabajar ahora en el campo es más llevadero, pero hace falta que ayuden a las familias jóvenes para que nuestros pueblos no desaparezcan.