viernes, 15 de abril de 2022

De ruta en Semana Santa, como tantas veces

En la Semana Santa del 2014 cogimos el coche Isidro y yo y, como ya hicimos otras muchas veces, aprovechamos que en estos días todas las iglesias están francas, muy aseadas y en su máximo de espiritualidad. Un tour modesto, por las cercanías, en busca de algún humilde alarde artístico. No recuerdo muy bien por qué, pero, contra mi costumbre, no llevé la cámara de fotos conmigo, por lo que, con esa manía de testimoniarlo todo, en vez de en imágenes me dio por guardar la excursión con palabras. La portentosa imagen que adorna la entrada la he tomado prestada del insondable piélago de internet.

La impresionante portada románica de Mñón de Santibáñez 

Comenzamos en Castellanos de Castro, pueblo paramero, pétreo, cerca de Hontanas, pero sin la bendición jacobea. Así que ahora presenta un caserío muy inarmónico y con muchos edificios en ruina. No es el caso de su iglesia, que, aupada sobre una loma, ofrece un meritorio estado de conservación. Destaca, sobre lo demás, su retablo, con escenas de la vida de Jesús y de la Virgen, expresadas en bajorrelieves de cierta calidad. Antes de subir tuvimos una conversación con Marcial, un amigo de Gabriel Manrique (padre e hijo). Nos dispensó la filosofía de la vida que se gasta por aquí. 

Poco ofrecía la parroquial de Iglesias, con una planta de salón (tres naves a la misma altura) que no transmite la grandeza espacial de otros templos así concebidos, como el de San Juan en Castrojeriz, o la hermosísima iglesia de Villaveta, el pueblo de mi abuela. El retablo principal es una versión desmejorada del de Pedrosa, con lo que queda todo dicho. Por otra parte, se observan preocupantes filtraciones de agua que aprovechan los huecos por los que descienden las sogas de las campanas. Nos gustó más la fuente aneja a la iglesia, de 1873, con la llamativa leyenda que la circunda: Se prohíbe la sumersión de toda inmundicia bajo la multa de 4 reales.

De Iglesias nos fuimos a Vilviestre de Muñó, más ilustre por su apellido legendario que por otra cosa. La iglesia parecía de una planta, de arranque románico, pero luego recrecida. Algún canecillo queda en el exterior, sin gran noticia que merecer. 

Peor fue la impresión que llevamos de la iglesia de Estépar, también cerrada. La puerta es de las más tristes que yo he visto nunca, y el entorno en un grado de descuido (sobre todo su cementerio) difícil de encontrar en estos últimos años. No parecía simplemente desidia, es como si a ésta se sumara el desprecio. Se me ocurre pensar si tanto crimen cometido en sus cercanías, en los años de la vesania, tendrán algo que ver. 

Hormaza, justo al lado del camino de Santiago, cerca de Hornillos, era nuestro modesto objetivo. Una portada lateral románica, demasiado protegida por una suerte de pórtico opaco (por llamarlo de alguna manera). Tal vez me equivoque, pero en una de sus arquivoltas, en la banda izquierda, me pareció encontrar un apostolado puesto en fila, cada uno en su escaño, dada la imposibilidad escultórica de poner a cenar a los apóstoles alrededor de una mesa. Sin embargo, leyendo alguna cosa al respecto, nada se decía en apoyo de una teoría semejante, así que vete a saber. Por otra parte, las fieles cantaban dentro del templo, y no nos atrevimos a interrumpirlas. En cualquier caso, la portada (en buen estado de conservación, y de mucho más mérito que el descrito, pues no faltan otros representantes del bestiario y el orden de los días medievales en un impresionante mensario), merecía un viaje de respeto como el que nosotros le cursamos. Para otra vez dejamos las evocadoras ruinas de su castillo, parasitado por una gran nave agrícola que constituye todo un monumento al desprecio de nuestro patrimonio artístico. 

Hornillos, como todo pueblo caminero, tiene una iglesia muy cuidada, que avatares de la historia han reducido casi a una planta de cruz griega. El retablo, como el resto de la iglesia, muy aseados. 

Una de las sorpresas de nuestra excursión pascual fue Isar, y, para concretar, el extraordinario retablo dedicado a San Martín de Tours, benefactor de los náufragos. El retablo, restaurado, provee de una densa imaginería (escenas, entre otras, de las taumaturgias náuticas de San Martín), con un extraordinario calvario que lo corona y, además, una sorprendente estructura arquitectónica en las calles laterales, que permite una sobreacumulación de estatuas y relieves de gran calidad. 

En Isar también está la iglesia de Santa María, casi en abandono, pese a una torre románica de vieja hechura, digna de mejor trato. 

Acabamos nuestro viaje artístico en Villanueva de Argaño. Después de pasar tantas veces por la general que atraviesa el pueblo, nunca sospechamos que su pequeña parroquial pudiera tener tan gran interés. Se nota, igual que en la de San Martín de Isar, la presencia de un o más de un entusiasta que asocia su vida a la de la iglesia. El retablo, de dimensiones muy reducidas con respecto a la pared que lo cobija, atesora unas tablas de inspiración flamenca que, aunque no parezcan de gran calidad, componen un cuadro muy estimable. El entusiasta nos lo explicó de manera cumplida, igual que nos ponderó las dos vigas policromadas que sostienen el coro y en las que se adivina alguna figura maléfica. La iglesia tiene una sola nave que, de un románico apuntado en los pies, conoce una brusca transición en la cabecera, levantada en los siglos de la Ilustración. Nos invitó el buen señor a asistir a los pasos del día siguiente, Viernes Santo, en los que se exhibirían unas modestas tallas. No pudimos ir. 

Nos paramos en Olmillos a repasar su iglesia, pero no fue posible, porque estaba cerrada. Tomamos algo en el castillo, y luego acabamos en la tradicional cena de la peña quinielística. 

Al día siguiente, Viernes Santo, nos concentramos en un solo objetivo, central, potente: se trataba de la impresionante portada románica de la iglesia de Miñón, un muy pequeño pueblo muy cerca de Santibáñez Zarzaguda. Iglesia con funciones de ermita, subida a un altillo al que sólo se puede llegar andando. Allí están tallados con una sorprendente finura las barbas y cabellos de una gran colección de músicos medievales. Pero lo más sorprendente es el primoroso zodiaco del arco que franquea la puerta, con los distintos signos contenidos en medallones circulares. Sólo fuimos capaces de interpretar a Sagitario, aunque admiramos muchísimo la delicadeza de la talla de todos los demás. 

Tras una breve parada en Zumel y su torre del homenaje, llegamos a la plaza mayor de Castrojeriz, donde tomamos un café y una caña en sus soportales, en una tarde de sol espléndido. Nos dedicamos a repasar todo lo visto en nuestras dos jornadas artísticas, esas que te dan fuerza para seguir el paso de la vida, ahora que escribo esto en Gijón, un día antes de volver al trabajo. 

Gerardo Manrique