Por Jesús Borro Fernández, publicado en el número 60 de Regañón, otoño de 2006
La «Cofradía de la Cruz» es el último vestigio de las cofradías religiosas que animaron la vida de Pedrosa y de tantos pueblos castellanos a partir del siglo XVII. Esta cofradía aparece documentada desde el año 1640, y es la única que ha llegado hasta nuestros días, pues las demás (la de Nuestra Señora de la Concepción, la del Santísimo Sacramento y Benditas Ánimas, y la de Nuestra Señora de la Olma) fueron desapareciendo con las sucesivas desamortizaciones eclesiásticas del siglo XIX.
Precisamente arrancan en el siglo XIX los documentos a los que tuvo acceso este modesto escribiente (los anteriores a esta fecha se encuentran en el archivo diocesano), pudiendo constatar tres momentos claves en la vida de la Cofradía en los últimos 150 años. El primero correspondería con el año 1884, en el que ingresan veinte hermanos (diez hombres y diez mujeres), una cifra muy elevada, mucho más de lo habitual en los registros (que se inician en 1858), y que deja entrever el refugio que la voluntad humana busca en el hecho religioso cuando se acaban las soluciones terrenales. Es en ese año cuando se empiezan a sentir por esta tierra los efectos de una de las peores plagas del XIX, la enfermedad de la filoxera, que obligó a arrancar más de 180.000 hectáreas de viñedo en toda la región, y que propició la emigración de muchos agricultores. La filoxera es el nombre vulgar del parásito Daktulosphaira vitifoliae, originaria de América, y que se detectó en Europa por el sur de Francia en 1863, apareciendo en viñedos malagueños en 1878.
En 1886 ingresan catorce hermanos en la Cofradía; es una época en la que también azota el cólera. Los registros hablan de 4.119 fallecidos en la provincia de Burgos en la epidemia de 1834, 2.602 en la de 1855, y 786 en la de 1885. Precisamente, y para evitar los contagios, en aquella época se fueron trasladando los cementerios a las afueras de los pueblos, inaugurándose el nuevo cementerio de Pedrosa en 1886 junto a la ermita. Cabe destacar que en la epidemia de 1855 el primer pueblo invadido de la provincia fue Zarzosa del río Pisuerga, no muy lejano de Pedrosa, lo que puede hacer pensar en una mayor incidencia del cólera en esta región. Hay incluso quien dice que la población del antiguo lugar de San Miguel se extinguió en una epidemia de cólera. Sin caer en especulaciones novelescas, de lo que no cabe duda es que en el lugar debió haber un molino (aparece citado en el Catastro de Ensenada) y que el caserío ya se encontraba despoblado en la lejana fecha de 1426, que es cuando se firma el documento de anexión de la iglesia de Villaverde de Río Pisuerga a Pedrosa, trasladándose los materiales a la actual iglesia de San Esteban en 1507. Indicar también que en 1385 Pedrosa ya se había anexionado la pequeña iglesia de San Pedro de Hinojosa, en el término de Itero del Castillo, de la que hoy el único rastro que queda son restos de tejas y algún sillar a la intemperie, mirando al Pisuerga.
Volviendo a la Cofradía de la Vera Cruz, el segundo momento clave se sitúa en 1934, en vísperas de la Guerra Civil, cuando 34 hermanos (22 hombres y 12 mujeres, cifra récord) entran en la Cofradía. Son tiempos convulsos en que el único requisito para entrar en la Cofradía era tener cumplidos 20 años y pagar una limosna anual de 4 pesetas. Esta «cuota» va aumentando según avanzan los tiempos (y la inflación) a 25 pesetas en 1970, 100 pesetas en 1981, o los 3 euros de 2006. En 1940 se restaura el vía crucis que une la iglesia de San Esteban con la ermita a cargo de la Cofradía: «por hacer cinco cruces y arreglo del resto con sus números» se pagaron 255 pesetas.
Pasan los años, en los 60 y 70 se producen muy pocas entradas, y en 1984 asistimos al fin a una especie de refundación de la Cofradía, con 27 hermanos entrantes (21 hombres y 6 mujeres). Hoy se producen muy pocas entradas a causa de la despoblación galopante, y los registros de muertes de hermanos en ocasiones superan a los de entradas. Sirva el dato de 1993, en que fallecieron la friolera de diez hermanos. La asistencia de los cofrades al entierro de los hermanos fallecidos era obligatoria, y la ausencia se redimía con multas económicas, que alcanzaban las 5 pesetas en 1950, por ejemplo. Como dato curioso, indicar que en 1916 «reunidos los Señores Oficiales entrantes y salientes, por unanimidad acordaron que los pastores y guardas [del campo] paguen desde que estén desempeñando este cargo dos celemines de trigo por estar dispensados de asistir a los entierros de los Hermanos que mueran, así mismo se acuerda que las multas que desde este día incurran los Hermanos por faltar a las obligaciones paguen cinco reales, y en esta conformidad la firman en dichos días, mes y año». También la Cofradía tuvo bodega para el solaz de los hermanos, aunque terminó hundiéndose y se vendieron los terrenos sobre los que se asentaba.
El día grande de la Cofradía de la Cruz se celebra el día 3 de mayo, cuando tradicionalmente se sacan en procesión los emblemas, que son diversos estandartes de dimensiones considerables (uno encarnado, otro blanco y uno más negro), la «pendoneta», el Santísimo Cristo, la cruz grande o «cruz pesada», y la esquila, con la que se anunciaban antaño los fallecimientos de los hermanos por las calles del pueblo. En los libros se recogen las cantidades monetarias que pagaban los hermanos cada año por erigirse en porteadores de estos símbolos, así como la dispensa de llevarlos al alcanzar una determinada edad. Son tradiciones sencillas que nos pueden parecer trasnochadas, pero que es necesario mantener para reforzar la identidad de los grupos humanos, como ha venido sucediendo desde tiempo inmemorial en estas tierras que sabemos que están pobladas desde al menos 500.000 años.
Este año, en un pueblo de la Ribera del Arlanza se han negado a sacar en procesión al «santo reserva» del «santo titular», que actualmente se encuentra en labores de restauración. Concretamente se trata del legionario romano conocido como San Adrián, al que se venera en dicho lugar. Los hombres necesitan creer en trozos de madera pintados y con carcoma, o en cruces verdaderas o «veracruces»; la vida sería demasiado aburrida sin un día festivo para engalanarse, asistir a un acto solemne y tomarse después un vermú en las bodegas. A veces buscamos demasiadas excusas para ello.