Verano del 2007. Llega a mis oídos que el pueblo de Pedrosa del Príncipe ha tenido el gran detalle de hacer un homenaje a la señora Felipa, al cumplir sus cien años.
La señora Felipa es uno de los personajes que me han llamado la atención. Viví en mi infancia al lado de su casa, donde yo acudía todas las tardes a recoger leche recién ordeñada, y ella siempre añadía un buen chorrito de más para que el recipiente estuviera bien lleno.
En agosto de 1999 me acerqué a su casa con la intención de recopilar algunas cosas de los tiempos antiguos del pueblo. Felipa era ya una de las mujeres más ancianas del pueblo, pero aún tenía una mente muy lúcida y una vitalidad que fluía en sus palabas.
Conocer algo de su pensamiento, en estos retazos de su historia, es acercarse también a algo importante que pertenece a la nuestra. De las notas que tomé, selecciono algunos momentos para que disfrutéis de ello en este artículo.
¿Cuáles son tus recuerdos de la infancia?
Nací en un pueblo llamado Barrios de Colina, en la provincia de Burgos, en el año 1907, pero he vivido casi toda la vida en Pedrosa del Príncipe. Mis padres eran de aquí y se llamaban Felipe y Florentina, pero se fueron a Barrios de Colina a trabajar en una granja. Allí nací yo. Más tarde, cuando yo tenia tres años, se vinieron a vivir de nuevo a Pedrosa del Príncipe. Recuerdo que aquí, durante cinco años vivimos en una casa muy grande, que en este pueblo es admirada por todos y que llamamos "el palacio".
¿Cómo era entonces el palacio?
Era una casa maravillosa. Me parecía inmensamente grande para lo pequeña que yo era. Entonces estaba muy arreglado. Según se entra por la portonera hay un patio bastante grande y un porche que descansa sobre unas enormes columnas de piedra, muy esbeltas. Tengo muy buenos recuerdos de aquellos años vividos en el palacio, que era propiedad de una familia muy rica, conocida por el apellido de los Junco, cuyos herederos tienen aquí muchas fincas y llevan hoy la propiedad de la famosa revista "Hola".
Todos los palacios y castillos tiene alguna leyenda. ¿Conoces tú alguna leyenda del palacio?
Pues no sé si es leyenda o es de verdad, pero también entonces había cotilleos. Al palacio venían muchos militares y mucha gente a cazar. Los militares venían de las guerras, pues les premiaban con un descanso en este palacio. Había cuadras enormes, para aposentar a las caballerías que traían. También había paneras para meter el grano de la cosecha. Se cuenta que la criada que iba a cuidar a los militares que se alojaban en el palacio se quedó embarazada de uno de ellos y que, al cabo de de un tiempo, tuvo una niña. Cuando se murió el militar, que era el padre de la niña, le dejó como herencia todas las posesiones que él tenía. Así demostró que o se olvidó ni de la madre ni de la hija.
¿Hasta qué edad viviste en el palacio?
Yo viví allí hasta que cumplí los ocho años. Era muy pequeña, pero no se me olvidan los recuerdos. También estuvieron allí viviendo los pastores que llevaban los rebaños de ovejas. Después de nosotros vivió también el que lo compró posteriormente.
¿Cómo vivían los niños en el pueblo de aquellos tiempos?
Pues hace poco les decía yo a unos muchachos jóvenes: Hija mía, con la dichosa televisión nos han dejado a los pueblos como mudos, pues ya no se ve la vida de los niños en la calle. En aquellos tiempos, los niños también tenían juegos o deportes, como ahora, El maestro de los chicos les enseñaba los juegos del "pasantis", que consistía en saltar unos sobre los otros. También jugaban a la tuta y al cuerno. Las chicas jugaban más a los bolos, en la calle o en las plazas. Era una vida muy sana para todos y la calle siempre estaba alegre con los juegos de los niños.
¿Cómo era la escuela de aquella época?
Pues claro que había escuela. Pedrosa del Príncipe ha sido un pueblo donde ha habido siempre un gran interés por aprender a leer y escribir. La escuela estaba encima del ayuntamiento, donde está ahora la plaza del reloj. Había escuelas separadas de los chicos y de las chicas con muy buenos maestros para los niños y otra para las niñas. Llegamos a ser hasta cuarenta niños. Se cantaba, se rezaba y se daba gracias a Dios, al salir de la escuela. Aprendíamos a leer y a escribir a base de canciones; conocíamos el mapamundi, la tabla de multiplicar y, cuando nos la sabíamos ya toda, se decía: "ya me sé la tabla de multiplicar, dentro de unos años me podré casar".
En Pedrosa del Príncipe todo el mundo iba a la escuela, por eso aquí no ha habido analfabetos. Somos un pueblo un poco especial, pues tampoco había pobres que se dedicaran a pedir como cuando venían aquí de otros pueblos. Se les daba pan duro o una perra gorda. La gente era muy generosa.
¿Era Pedrosa un pueblo de ricos?
Resulta que aquí casi todas las familias eran agricultores obreros, pues poseían algunas fincas aunque fueran pequeñas; esos obreros las trabajaban conjuntamente con las de los amos para los que estaban ajustados, que eran los mayores propietarios. De esa manera salían adelante.
En Pedrosa del Príncipe el progreso económico lo daban también las yeseras. En invierno se vendía yeso que se sacaba de Cañamares, de Peñalada, de Valdepinilla. Era un yeso estupendo, y marchaban a venderlo por todos los sitios; por eso Pedrosa no lo pasaba tan mal económicamente. Era gente muy trabajadora y se ganaban la vida así. En general, aquí no se han pasado tantas necesidades como en otras regiones de España, que no tenían nada.
¿Vivía mucha gente en el pueblo?
Sí había mucha gente joven. Además, se casaban aquí y se quedaban a vivir aquí. Las bodas eran muy alegres. Duraban dos o tres días. Tanto los dulces como los asados se hacían en las casas de los novios o familiares.
Los novios vestían trajes nuevos y casi todos de color negro, que entonces era un color muy elegante. La gente cantaba mucho en las bodas. Todos cantaban a no parar, canciones de todo tipo. Los festejos se hacían en casa de la novia. Había baile con pianillo. Había mucha alegría, mucha música que alegraba el ambiente.
¿También se cantaba la canción de "la herencia de la abuela"?
cómo se murió mi abuela:
se murió de borrachera,
y esta vez no es la primera.
me dijo de esta manera:
¿Cómo eran los carnavales?
No había mucho ambiente, como se dice ahora, pero algo se hacía. Todos se vestían con ropas viejas muy llamativas, sobre todo los jóvenes y los chicos pequeños. Se lo pasaban muy bien. Se hacían meriendas en casa de unos y de otros. Luego se prohibió y se perdió todo durante muchos años...
¿Cómo era la Navidad?
Más alegre que ahora. Se cantaban muchos villancicos. Ensayábamos en la casa del cura y era muy hermoso todo. Recuerdo a todos los curas: el primero, D. Lino Arenas Calleja, que era un familiar mío. Me acuerdo que yo tenía siete u ocho años cuando murió. Después estuvo D. Gregorio, D. Julián, que era de Melgar de Fernamental. D. Alberto Ortega, D. Restituto Barriuso Lara, D. Enrique, que murió en un accidente con un tractor, Don Francisco Javier Martínez, D. Ireneo y D. José. Todos han sido muy buenos.
¿Cuáles son tus recuerdos de la iglesia del pueblo?
La iglesia la he conocido siempre con una nave caída. Dicen que se cayó cuando llegó un terremoto de Lisboa (1755). Había coro, se cantaba el Miserere en el viernes de Cuaresma. Yo iba mucho a la iglesia. La procesión del Corpus era muy bonita. Se sacaban los pendones, los estandartes. Era muy larga, y bailaban los hombres delante del Santísimo cuando iba en procesión por el pueblo, al son de la dulzaina y el tamboril, ataviados con un mantón de colores sobre el hombro, y con las castañuelas. Había novenas, se rezaba el rosario, la visita al Santísimo. Conozco los santos del retablo: San Miguel, San Roque, San Pedro, San Juan Bautista, Santa Rosa, Santo domingo y el Niño Jesús de Praga.
En tus largos años, ¿has visto muchos cambios en el pueblo?
Éramos muchos vecinos y teníamos de todo: había médico, zapateros, carretero, veterinario, tres maestros... pero todo se vino abajo cuando la gente tuvo que irse a buscar trabajo a las ciudades. La industria grande se comió a la pequeña.
Al principio no había luz en las casas. Llevábamos lámparas de aceite. Éramos muy felices. Nos sentábamos a la lumbre. Mi padre tocaba la guitarra. Nos juntábamos todos los hermanos y hablábamos.
¿Siempre has sido tan animada?
Yo tengo ahora parkinson, pero nada más, y lo llevo bien. Cuando tengo algo que me está haciendo sufrir, empiezo a cantar y a rezar. Así lo voy superando todo. He trabajado mucho: empecé a trabajar a los ocho años en las labores de la casa. A los quince años tuve fiebres terciarias, pensaba que me iba a morir, pero yo era muy fuerte ante el dolor. A los dieciséis años tuve mucho sufrimiento interior, me sentía culpable de todo lo que me pasaba. Estaba muy mala, con muchos dolores y las piernas me dolían sin parar. No podía andar ni hablar. Me hicieron análisis y tenía mucho colesterol. Me curé de todo. No sé si fue un milagro, pues yo rezaba siempre, y en dos meses se me quitó todo. Desde entonces empecé una vida nueva y así he vivido hasta ahora.
A mí me aconsejaron que antes de predicar hay que dar trigo y eso he intentado hacer toda mi vida, por eso he tenido este ánimo tan fuerte.
¿Cómo ves la vida de ahora, Felipa?
Los tiempos han cambiado mucho. Ahora, pienso que la televisión está haciendo mucho daño. ha podido hacer mucho bien, pero cuando se utiliza mal, hace mucho mal a las familias, niños y jóvenes.
En mi época estudiábamos las reglas de urbanidad en la escuela y era un honor cumplirlas. Nunca se discutía tanto, como discuten ahora, por caprichos inútiles. Vivir en familia era todo un encanto. Los padres educaban bien a sus hijos, en las buenas costumbres. Creo que había algún resquemor, pero era menos que ahora.
Tras leer de nuevo mis apuntes con la conversación que tuve con Felipa, he vuelto a percibir la personalidad de una gran mujer que, incluso con el pasar del tiempo, ha ensanchado sus valores.
Gracias, Felipa, por tu vida tan intensa en estos cien años tan apasionadamente vividos. Tu perfil, aparentemente frágil, encierra una vitalidad llena de dinamismo que has sabido transmitirnos a los que hoy te homenajeamos.
¡Felicidades! A tí, Felipa, y a todas las personas mayores, de cualquier pueblo. Vuestra historia, sabiduría y experiencias de vida son de incalculable valor también para los tiempos actuales, pues contribuyen a consolidar las señas de identidad que dejan un poso en la historia de nuestros pueblos.
Ellas son las huellas que, de alguna manera, forman parte de la historia personal de cada uno. Es la historia que se lleva escrita en los capítulos del libro, donde cada día narramos un trozo con nuestra propia existencia.