sábado, 5 de marzo de 2022

Las cofradías y los oficios en Pedrosa en la época del Catastro de La Ensenada (1752)

Decreto de Fernando VI que impulsa el Catastro


Por Jesús Borro Fernández, publicado en el número 57 de Regañón, invierno de 2006.

[Información extraída de las respuestas al Catastro del Marqués de la Ensenada en Pedrosa del Príncipe, Burgos]


En la época del Catastro del Marqués de la Ensenada (1752), existían en Pedrosa del Príncipe nada menos que cuatro cofradías, siendo la más importante la de nuestra señora de la Concepción. Esta cofradía disponía de varias viñas entre sus bienes, así como de dos casas en el pueblo, una de ellas en la calle Arroyuelo, que además servía de sala de juntas o “casa del concejo”, que no tenía una casa propia en el pueblo (lo que hoy llamaríamos ayuntamiento), debiendo reunirse en la casa de esta cofradía. También disponía la cofradía de la concepción de una casa en la calle Real (hoy carretera de Castrojeriz a Astudillo), que lindaba por una de sus partes con el río Odra, y que era utilizada como Hospital para recoger a pobres, enfermos y transeúntes. Dotado de solamente tres camas, hay que imaginar que no eran muchos los pobres o transeúntes que se perdieran por Pedrosa. Su hospitalero era Juan de Losa, que además era zapatero, y que tenía dos hijos y una hija. 

Por otra parte, se encontraba la cofradía del Santísimo Sacramento y Benditas Ánimas, con menos bienes y ninguna posesión inmobiliaria; la cofradía de la Vera Cruz, que aún hoy existe (la única de todas ellas), teniendo su fiesta mayor el día tres de mayo; y, finalmente, la cofradía de <nuestra Señora de la Olma, establecida en la ermita del mismo nombre, y que, entre otras actividades, regulaba el gasto realizado con los hermanos el día de Nuestra Señora de septiembre (día 8), siendo el mismo de 15 reales al año. Las cofradías eran asociaciones voluntarias de individuos, unidos por el vínculo de la caridad o la hermandad, con una finalidad religiosa y benéfica. Las sucesivas desamortizaciones eclesiásticas del silgo XIX propiciaron la venta de sus bienes raíces y su posterior desaparición. 

Primera de las páginas dedicadas a Pedrosa del Príncipe en el registro del Catastro.

El Concejo de esta “villa realenga y libre de todo señorío” disponía de determinadas posesiones que tenía arrendadas en exclusividad, como una fragua, que a la vez era carnicería, siendo en la época el herero y cerrajero Tomás de la Serna, un joven profesional de tan sólo 23 años; además el pueblo mantenía en propiedad varios lagares y corrales, un horno para cocer teja o tejera, cuyos cimientos aún subsisten junto a la ermita de Nuestra Señora de la Olma; y un molino en el Pisuerga, a media legua del pueblo, con su rueda y tres pilas. Probablemente este molino, hoy desaparecido, se encontrase a la altura del despoblado de San Miguel (pago hoy conocido como “los motores”), puesto que los más cercanos son los de Itero (junto al puente medieval) y Astudillo (aguas abajo del Pisuerga, junto al puente, también medieval), perteneciendo a estos municipios, junto con el de la raya de Hinestrosa, este en el río Odra. El molino no debía rendir lo suficiente a causa de la escasez de agua en verano, razón por la cual tampoco era muy rentable el negocio de la pesca en el Pisuerga, actividad arrendada a Mateo Turzo en 63 reales. El molinero era Pascual Gil, de 45 años, casado y con tres hijos varones. 

Zenón de Somodevilla y Bengoechea,
marqués de la Ensenada

Poco más abajo del molino se encontraba un batán p pisón de una rueda y tres pilas, que se encontraba arrendado por tres años a los vecinos de Astudillo Pedro García Verdasco y Simón Plaza, pagando anualmente la renta de 3.411 reales, de la que estos solicitaron una rebaja “por acudir poco agua al batán”. El batán servía para dar una mayor consistencia a los paños tejidos en los telares. Esta operación se denominaba “abatanado” o “enfurtido”, y consistía en golpear repetidamente las telas por medio de unos mazos o porros, gracias a la energía hidráulica, que movía la rueda, de unos dos metros de diámetro. Una vez abatanados los paños se ponían a secar y se devolvían a los tejedores que los habían llevado a enfurtir. Si se trataba de mantas, después se sometían a un proceso de cardado para sacarles el pelo. Debemos pensar entonces en los tres tejedores que desarrollaban su labor en Pedrosa: Andrés García (46 años, casado y con cuatro hijos), Isidro Rayón (36 años, casado, sin hijos) y Froilán Miguel (33 años, casado, con un hijo). Este último ganaba al año 800 reales trabajando 230 días. Hay que tener en cuenta que el jornal diario en el campo era de tres reales, por lo que lógicamente el trabajo de tejedor estaba un poco mejor remunerado. Téngase también en cuenta la cercanía de la fábrica de paños de Astudillo, “La Aurora”, en el término donde hoy se levanta una mini central eléctrica, y cuyo pago aun se conoce como “La Fábrica”; en ella, aún a principios del siglo XX (años 20) se elaboraban paños para mantas y capas de pastores, mantas de viaje, estameñas blancas y grises, mantas para cubrir a los animales de tiro, así como algunas que querían imitar a las conocidas mantas de Palencia.

Dentro de este mismo Catastro, un caso llamativo es el del organista, Martín Diego Ordóñez, también de 23 años (como el herrero), con una hermana y un hermano a su cargo (hay que pensar, pues, que todos eran huérfanos) y que también desempeñaba los cargos de sacristán y maestro. La curiosidad radica en que en Pedrosa hoy no existen indicios de ese órgano monumental, tan característico de otros pueblos de la zona, y del que fue maestro Antonio de Cabezón, oriundo de cercano lugar de Castrillo Matajudíos. Según la tradición oral, dicho órgano pudo desaparecer en torno a los años 40 ó 50, época en que se remozó la parte del coro de la iglesia parroquial que hoy presenta un aspecto absolutamente anárquico. El último organista de Pedrosa, que al mismo tiempo era campanero y veedor, fue el señor Teófilo, de la familia Toledano.

Relación de preguntas del "interrogatorio" 

El Catastro coloca las lindes de Pedrosa según los vientos dominantes: al cierzo (levante) con Castrojeriz e Hinestrosa, al regañón (noroeste) con Melgar de Yuso e Itero, al abrigo o abrigaño (oeste) con Astudillo y Villodre, y al solano (sureste) con Castrojeriz. En Pedrosa había 94 casas, 81 con “vividores”, 9 sin ellos y 4 arruinadas; casi cien años después (1845) en el Diccionario de Madoz se recogen 98 casas, un número lógicamente muy similar. Por otra parte, resulta curioso el reparto de las colmenas del pueblo, un total de 209, produciendo una renta de 5 reales cada una al año; de ellas 64 (la tercera parte) son propiedad de Don Andrés Escribano, uno de los cuatro clérigos del pueblo; 43 están en manos de la viuda Francisca Pascual, y 35 pertenecen a Don Francisco Guadilla, hijo de Pedrosa pero no vecino de ella, pues ejerce como capellán en la Capilla del Condestable de la Catedral de Burgos, repartiéndose el resto entre Joaquín Escribano (18), Juan Escribano (13), Josefa Toledano (7) y otros pequeños propietarios entre los que se encuentran Diego Lanchares, de Hinestrosa (3), Baltasar de Villazán, de Astudillo (4), o Fernando Aguado, de Zamora (2), en cuya casa vive el único noble del pueblo, Don Manuel Aguado, “sin oficio ni familia”, pariente suyo y el más longevo de los vecinos de Pedrosa en aquel tiempo, con nada menos que 80 años, edad casi impensable para la época. 

En cuanto al ganado, se contabilizaban un total de 2.386 cabezas de “obejuno”, a repartir entre los 10 pastores de ganado lanar existentes, 10 yeguas, 16 vacas, 9 novillos, 7 novillas y 3 muletas cerriles (no domadas). El resto de la población de la villa lo componían el cirujano o médico (Narciso Gómez, 57 años, casado y con 4 hijos), el guarda del ganado mayor (Santiago de Roa, 58 años, casado y con 3 hijos), el guarda del campo (Lorenzo Grijalbo, 32 años, casado y con 3 hijos), además de 23 labradores de profesión, 19 jornaleros y 8 pobres de solemnidad que subsistían “ostiatim” (pidiendo limosna de puerta en puerta). Existía un mesón para transeúntes en una casa particular, la de Juan Pysán, y, como hoy, sólo existía una taberna pública, regentada por Joseph Ruiz, aunque ambos tenían poca gente y “no lo consideran que tenga utilidad”. Hay que suponer que (como hoy) las cuadrillas subirían a almorzar y beber vino a las bodegas, conocidas como la “cotorra de Santillana”, y que casi todas ellas contaban con lagar para la elaboración de vino para autoconsumo familiar; la producción vinícola, escasa pero impensable hoy en día, hace pensar que no quedarían excedentes de un año para otro.

Para los curiosos, el nombre de pila más común entre los vecinos de Pedrosa era Manuel (repetido 13 veces), José (10), Juan y Antonio (7). De los nombres femeninos es más difícil extraer conclusiones ya que sólo eran mencionados los cabezas de familia, y para que fuera mencionada una mujer, ésta debía ser o viuda (se cuentan 17) o moza soltera (3).