sábado, 26 de febrero de 2022

Un templo griego en Villaveta


Mi abuela, que era natural de Villaveta, cuando se mencionaba a su pueblo de origen con algún menosprecio por su poca entidad, siempre tenía preparado el mismo contraataque: ¡ya les gustaría a muchos más grandes tener una iglesia como la nuestra!

Y en eso no le faltaba razón. La iglesia de la Inmaculada Concepción de Villaveta es uno de esos misteriosos prodigios artísticos, tan frecuentes en nuestra Castilla, que se yerguen monumentales entre un escueto caserío que los contempla anonadado a sus pies. Y no sólo por su tamaño totalmente desproporcionado con el entorno que los acoge, sino por su elegancia y su riqueza artística, como concebidos para otra época y otro lugar. 

De este templo, uno de los ejemplares más finos de las iglesias de salón que menudearon por nuestra zona y que consiguen con sus tres naves a la misma altura una sensación de espacio tan diáfana y majestuosa, se podrían escoger mil detalles para nuestro propósito microturista. Recuerdo, en la predela de su retablo mayor, unos deliciosos relieves del Nacimiento y la Epifanía o su misterioso osario en el exterior, por no hablar de las airosas nervaduras de sus bóvedas...

Pero esta vez me quedo con un detalle de la portada, fotografiado a la suave luz del atardecer. Talladas en una piedra de tonalidad anaranjada, lucen en ella unas columnas estriadas que rematan dos sólidos capiteles corintios. Aisladas de su entorno inmediato, evocan aquellas otras que aún se sostienen, colosales, en el templo de Zeus Olímpico, en el ágora romana de Atenas. Y siente uno al verlas el poder de la continuidad histórica, el peso de una poderosa tradición bimilenaria que se transmitió hasta el último rincón de occidente.