En Pedrosa existe un lugar especialmente siniestro. Adosado a la trasera de la ermita, consta un pequeño habitáculo, al que se accede tras atravesar un angosto espacio al aire libre, sin pavimentar, dominado por la maleza y cerrado por una puerta que se arrastra por el piso.
Dentro de ese habitáculo se levanta una plataforma sobre la que, en su día, se practicaban autopsias. Resulta muy sorprendente que aún se conserve el taco de madera en el que se hacía reposar la cabeza del cadáver. Es como si un temor reverencial hubiera impedido que nadie lo moviera de allí, aunque solo fuera para purificarlo con el fuego.
La fotografía nos presenta la puerta entornada, como invitando a saciar la curiosidad malsana que transmite un sitio tan lúgubre. Estremece imaginarse las escenas que habrán tenido lugar allí en los tiempos en que estuvo operativo. A ello ayuda también su estado de abandono, los goterones a ras de la pared y los excrementos de las aves que se cobijan bajo su techo, indiferentes a las aprensiones humanas.