Hay fotografías cuajadas de belleza y misterio, casi más hermosas por lo que sugieren que por lo que dejan ver. Esta, que he tomado prestada, bien podría ser un ejemplo. Ofrece un contraste muy vivo entre la intensa luz de la primera farola, que va repercutiendo como un eco en las que le suceden por el camino, con la impenetrable oscuridad en la que éste se adentra. El pavimento, por su parte, recuerda a la piel de algún gigantesco saurio ya extinto, pero que podría volver a la vida en cualquier momento. En la densa negrura que envuelve la luz se pueden apreciar dos pequeños luceros a la derecha que la desafían.
Se trata del camino de las cruces, que conduce a la ermita y el cementerio, cuya inquietante presencia está en la memoria de quien contempla la imagen, porque nada se aprecia de ellos. Sí que reclama su presencia una de las cruces del camino (esa en la que el escultor dejó una especie de banda diagonal), que proyecta su sombra, a la vez que se recorta su silueta en la oscuridad.
illuc, unde negant redire quemquam.
Texto: Gerardo Manrique