sábado, 13 de noviembre de 2021

La escuela de Pedrosa en el año 1642

O lo que es lo mismo: por qué nuestros tatarabuelos sabían leer y escribir.  

Por Florentino Escribano Ruiz
publicado en Regañón, número 35, abril de 2000.


Todos los que hemos vivido en Pedrosa del Príncipe recordamos con cariño este emblemático edificio. Son las escuelas de nuestra infancia tal como eran en esta foto de los años 50.  

Actualmente sigue siendo un edificio emblemático: nada más y nada menos que el ayuntamiento y el ambulatorio médico local, pero ya no tiene la función de ser el centro escolar. 

Han pasado algunos años desde que dejó de ser escuela donde los niños teníamos nuestras dependencias en la planta de abajo y las niñas tenían sus aulas en la planta de arriba.  Aquí adquirimos nuestros saberes culturales las últimas generaciones hasta que se cerraron por falta de alumnado.

Cuando salí del pueblo para ir a estudiar en un colegio interno, en el que había niños de otros pueblos y provincias, me contaban los compañeros que sus abuelos no sabían leer ni escribir. Eso me llamaba mucho la atención pues en mi pueblo era muy rara la persona que no supiera tan elemental ejercicio. ¿Os habéis preguntado alguna vez, por qué nuestros abuelos, los bisabuelos y los tatarabuelos de Pedrosa del Príncipe, desde muchos siglos atrás, sabían leer y escribir? ¿Dónde lo aprendieron? ¿A qué escuela del pueblo fueron? ¿Quiénes fueron sus maestros? 

Pues mi curiosidad me llevo a investigar en los antiguos libros de la iglesia parroquial y en ellos encontré unos datos que responden a esa pregunta. Uno  de ellos lo encontré cuando descubrí una página que recoge una larga y curiosa lista donde nombra a los niños y a las niñas que frecuentaban la escuela del pueblo, allá por el año 1642, o sea casi en la misma mitad del siglo XVII.

Dicha página se encuentra escrita en el libro parroquial llamado de  "Acuerdos y aperos de la Iglesia de San Esteban de Pedrosa del Príncipe". En ella se escriben los nombres de los padres que tienen a sus hijos en la escuela y les añaden una cifra de un cero o de un uno; como son muchos, nombraré sólo los cinco primeros, pues me parece que pueden ser suficientes para que nos formemos una idea. Son estos: 

1- El  primero el chico del Alcalde, Esteban Escribano: -0-1
1- Otro del señor alcalde, José Toledano: -0-1
1- El otro dos niñas -0-0
1- El señor regidor Antonio Carro una chica: -0-0
1- Miguel Espinosa una chica: -0-0 .... "

Y así sucesivamente se van indicando en dicha lista el total de "39 entre chicos y chicas que van a la escuela de este pueblo".

Este documento tan sencillo, demuestra algo que tiene mucho valor y es lo siguiente: disponer de la posibilidad de ir a la escuela en un pueblo tan pequeño era algo así como conseguir hoy algo que nos parezca imposible. Pensad que la escuela obligatoria y gratuita no llega a imponerse en España hasta el año 1857 donde la ley Moyano prescribe que "la enseñanza pública primaria será gratuita para los que no puedan pagar y obligatoria para todos".

Incluso con esa ley se tardó bastante en hacer realidad la enseñanza para todos y, hasta que llegó a ponerse en práctica en los rincones más perdidos de los pueblos de España, tuvieron que pasar muchos años. 

En aquellos siglos tan lejanos, aprender a leer y a escribir no estaba al alcance de cualquiera. Sólo los hijos de los ricos y de los grandes señores podían tener maestros en sus palacios, pero los pueblos no tenían escuelas. 

¿Qué ocurrió, entonces, para que los niños y las niñas de  Pedrosa del Príncipe tuvieran una escuela organizada con niños y niñas? ¿Es desde esas fechas tan lejanas de donde viene la larga tradición por la que nuestros tatarabuelos han sabido siempre leer y escribir? ¿Cómo aprendieron nuestros antepasados a leer y a escribir?


La respuesta nos la da el mismo documento de la iglesia del pueblo, del que he tomado esas notas. Por él podemos comprobar que en Pedrosa del Príncipe hemos tenido la suerte de contar con una escuela desde tiempos muy antiguos. Nuestros tatarabuelos fueron a la escuela en su mismo pueblo y aquí aprendieron los pasos más esenciales de la cultura y del saber, que luego han sabido transmitirnos a sus descendientes.

Teniendo en cuenta los datos de ese documento del año 1642, es sorprendente descubrir que ya en aquellos siglos, tan difíciles, acudían a la escuela de este pueblo tanto los niños varones como las niñas, sin más diferencias que las de asignar a los niños con el número uno y a las niñas con el número cero.

¿Por qué esa señal? No he conseguido todavía descubrir el significado de esta diferenciación numérica tan curiosa, pero lo más importante es constatar que hace más de trescientos años ya existía en nuestro pueblo, Pedrosa del Príncipe, un interés por la  formación cultural de los niños y de las niñas que, aunque básicamente se reducía a aprender a leer y a escribir, era algo así de extraordinario como tener hoy una universidad en el pueblo.  

Además, el dato de saber que también las niñas podían ir a la escuela del pueblo es una señal que indica un índice de apertura y de valoración hacia la mujer que entonces era casi impensable, pues en aquellos siglos no se aceptaba  para nada el acceso de la mujer al mundo de la cultura. 

Hoy en día, todavía uno de cada cuatro adultos es analfabeto en el mundo y hay 125 millones de niños que no tienen acceso a la escuela. ¿Os imagináis cómo podía ser en aquellos tiempos que ni siquiera consideraban importante aprender a leer y a escribir?

Pero volvamos a nuestra historia para conocer mejor cómo era la escuela de Pedrosa del Príncipe. ¿Quién organizaba la enseñanza? ¿Cómo eran los maestros de aquella época? 

Fue muy largo el camino hasta que los políticos de aquellos tiempos se dieran cuenta de que instruir a los pueblos era tan importante como construir castillos y palacios, o tan importante como aprender a manejar las armas para la defensa de sus reinos, o como dedicarse a la vida contemplativa en los conventos, apartados del mundanal ruido.

En la primera parte de la Edad Media no había escuelas. Sólo los monjes y algunos caballeros y reyes estudiaban latín, astronomía, matemáticas y oratoria. No se tenía necesidad de conocimiento pues todo giraba alrededor de la vida del más allá. Toda la educación y la enseñanza estaba encaminada a conseguir la perfección cristiana adquiriendo un sentido ético-religioso de la vida. Lo importante era ganarse el cielo. Esta vida  de acá no contaba  para nada, por eso no consideraban de utilidad que el pueblo llano aprendiera a leer y a escribir.

En aquella época algunos políticos mantenían que "con tantas comodidades para el estudio se da ocasión a todo hombre pobre de aspirar a un estado más alto, abandonar las artes y aborrecer los trabajos bajos". 

Pero los monjes también quieren enseñar a los seglares y por eso forman escuelas de carácter gratuito donde cualquiera puede aprender a leer y a escribir junto con el cálculo y el canto. Una vez aprendido esto podían pasar a otros niveles.

Después de esta época hay un impulso de escuelas llevadas por tres tipos de instituciones: palacios, parroquias y catedrales. Cada cual enseñaba a su manera, pero tenían todavía el modelo de los monasterios. 

Gracias a esta educación se convierten en elementos de defensa de los oprimidos, desvalidos, viudas y huérfanos. La leyenda del Cid Campeador recoge mucho de los ideales del caballero en esta época: a los seis años el niño comienza su vida en el castillo donde ejerce la función de paje cumpliendo al pie de la letra todas las prescripciones de los preceptores o maestros. 

Si se les niega a los pobres el derecho al estudio es porque esos estudios los desvían del ejercicio de las artes mecánicas, es decir, de los trabajos bajos. 

Sin embargo, también entonces había personas que reivindicaban el derecho a la cultura. Fueron precisamente los hombres de iglesia quienes más lucharon por llevar la cultura a los hijos de los labradores y campesinos de los pueblos donde no había monasterios. Era tanta la ignorancia que había en los obispados que hubo concilios y sínodos donde se obliga a los curas y beneficiados de los obispados que en todas las parroquias se abra una escuela y que allí aprendan los hijos de los más pobres. 

Los maestros que enseñaban a los niños eran los mismos párrocos de cada pueblo. Ellos les enseñaban las diversas materias, además de religión, la vida de los santos, los mandamientos, los artículos de fe, y para los domingos y festivos la enseñanza de la moral y las buenas costumbres, como había prescrito el Concilio de Letrán.

Los libros los ponía la misma escuela parroquial y eran para todos, pero como los niños de todas las épocas son siempre niños, rompían y maltrataban los materiales escolares donde aprendían a leer, así que se ponen normas para que sean los padres quienes faciliten dichos libros a sus hijos y así tengan más cuidados. Es corriente utilizar el catecismo como cartilla escolar donde aprendían a leer.  

En Castilla, las cartillas se hacían en Valladolid en la Iglesia Colegial. Se vendían sin encuadernar, ni coser. Se transportaban por arrieros. Costaban cuatro maravedíes, pero se vendían por 12 y 16.

Otras veces se llegaba a acuerdos entre la parroquia y el municipio y así nacieron las escuelas populares. Los maestros eran también los sacristanes que, a su vez, se encargaban de atender el reloj de la iglesia; también el sacristán hacía de organista y era conocedor de otras habilidades y menesteres. Les contrataba el cabildo y tenían que saber cantar, leer, escribir y contar. Podía ser laico, clérigo o religioso y debía integrase en la vida del pueblo asistir a las procesiones, celebraciones religiosas y fiestas patronales. Cobraban 40 libras anuales por enseñar a leer y a escribir y 400 sueldos por ser encargado de enseñar gramática.

La casa del maestro se convierte en escuela. En ella hay una sala donde se colocan las mesas, los bancos sin respaldo, los libros y los materiales de escritura. 

Había una disciplina bastante rígida. Entonces el precepto más conveniente para la educación decía: "ama a tu hijo y castígalo bien" y se utilizaban fuertes y frecuentes castigos, pero también había maestros que decían que "castigar con azotes a los niños es algo deforme y servil... si alguno fuera de espíritu díscolo, que no se corrige con la represión, se endurecerá con los golpes... hay que dominar al niño más con la razón que por el miedo, si lo queremos conducir hacia las buenas obras."

Durante estos siglos las parroquias de los pueblos se convierten en el elemento esencial de la educación cultural de la clase popular. Pero esta oportunidad de aprender en las escuelas parroquiales no llegaba a todos los poblados de la misma manera. Fue muy escasa la afluencia a las escuelas y más todavía era escasa la participación de la mujer y su consideración en el mundo de la cultura. Las clases sociales más altas no aceptaban que los hijos de los labradores aprendieran a leer y a escribir. 

A la niñas les enseñaban cosas de memoria, pero en general la mentalidad era que no las enseñaban a leer, salvo excepciones en las clases altas o en aquellos parroquias como la de San Esteban de Pedrosa del Príncipe, donde se puso en marcha la escuela parroquial para niños y niñas sin más diferenciación que la del misterio de una cifra al lado de su nombre.

Y así fue cómo nuestros tatarabuelos, ya en los años del 1642, aprendieron a leer y a escribir en la escuela parroquial de Pedrosa del Príncipe.

De nuevo y una vez más, nuestro encuentro con el descubrimiento de las raíces históricas más cercanas a los antepasados de nuestro pueblo, nos ha hecho descubrir que Pedrosa del Príncipe era un pueblo con personas interesadas en promover una perspectiva cultural. Esto fue posible porque hubo personas que miraban hacia adelante y preparaban a la gente para el futuro. Por eso nuestros tatarabuelos aprendieron lo que, en esas épocas, estaba reservado solamente a unos pocos privilegiados de las clases altas. 

Esto mismo nos debe lanzar a los habitantes y a las autoridades del pueblo de ahora, y de cualquier pueblo, para ser emprendedores de iniciativas culturales y sociales que abran espacios nuevos y formen a las personas: niños jóvenes y adultos, para que sepan dar sus respuestas válidas ante los grandes desafíos del futuro que ya está llamando a nuestra puerta.