El frontón de Pedrosa es mucho más que un equipamiento deportivo. Para nuestra generación (y me consta que para algunas más) ha sido también un lugar de reunión donde las pandillas podían sortear las inclemencias de nuestro clima, sobre todo desde que se cerró con el techo y con dos de sus cuatro paredes.
Porque cuando nosotros jugábamos al frontenis sin parar, en nuestra adolescencia, el frontón estaba al aire libre, así que las pelotas se iban, unas veces a la era de al lado y, otras, a la tierra de enfrente, con frecuencia sembrada de remolacha, con el riesgo que conllevaba su búsqueda (algún día hablaremos de ello con más detenimiento). Por no recordar aquellos tiempos en que Las Pontoncillas eran un vertedero (o moledero, como nos gusta decir por aquí) que cegaba el viejo puente.
El frontón ha sido también usado para albergar otros eventos, particularmente las paelladas de la fiesta del verano y sus largas y melódicas sobremesas.
En fin, dan para muchos recuerdos esas dos paredes verdes y ese suelo granate.
Texto: Gerardo Manrique