sábado, 2 de octubre de 2021

Aquel cine de pueblo

Frigdiano Escribano, la memoria del cine en  Pedrosa
Por Florentino Escribano Ruiz
(Publicado en el número 52 de Regañón, septiembre de 2004) 

UNA DÉCADA PRODIGIOSA

No todos saben que hace ya más de cuarenta años, allá en los años 1960-70, hubo cine en Pedrosa del Príncipe. 

Yo recuerdo aquella época con la mirada de un niño que, absorto ante la pantalla, como por arte de magia, veía hacerse realidad lo imposible de los pensamientos. 

El cine ha favorecido cambios  sociales, ha despertado en la juventud las ganas de recorrer el mundo. El cine ha despertado ilusiones, magias, aventuras y desventuras, sonrisas y lágrimas, amores y odios. 

EL PODER DE LA IMAGINACIÓN

Desde los ojos de ese niño que contemplaba el paso de las imágenes surgían en mi mente un montón de preguntas: ¿Cómo podía moverse aquello en esa pared donde antes era todo blanco? ¿Por qué los personajes que morían volvían a salir en otra película? ¿Cómo se hacía una película, los actores sufrían de verdad, sangraban de verdad, se peleaban de verdad? ¿Dónde estaba el límite entre la realidad y la ficción, entre la fantasía y la magia, entre lo verdadero y lo falso? 

Todo era tan nuevo que no encontraba respuestas. El cine, para los niños de aquellos años en un pueblo como Pedrosa del Príncipe, era como abrir una ventana misteriosa por donde se podían descubrir que existían otras personas, otros paisajes, otras costumbres, otras ideas otros mundos, sorprendentes, sólo comparable a aquellos saltimbanquis o comediantes, también llamados húngaros y titiriteros, que  se acercaban al pueblo para hacer comedias y juegos ingeniosos y divertidos en el rincón de la plaza del reloj. 

Fachada del "Teleclub viejo", lugar de proyección

EL CINE DE LOS TITIRITEROS

Algo rompía la monotonía del pueblo cuando llegaban ellos, los titiriteros, con sus carretas de colores y sus animales entrenados para hacer cosas increíbles.  Para la chiquillería suponía una gran alegría, pero algunos  padres, y la gente mayor, tenía cierto recelo de esos forasteros, y nos decían que no nos acercáramos a sus carretas, porque eran gente rara.

Aquellos comentarios me daban cierto miedo, al mismo tiempo que me abrían mucho más la curiosidad por conocerlos. 

Por la noche hacían la función a la que asistíamos con los vecinos conocidos. Los comediantes contaban historias  sorprendentes y representaban espectáculos donde una cabra y un mono obedecían a su dueño al son de la música de una trompeta, mientras se subía con las cuatro patas juntas en un pequeño taburete de madera, haciendo las delicias de los niños y mayores que absortos contemplábamos el circo.

Yo recuerdo a un hombre especial que se tenía el nombre artístico de "Barbachei, el hombre foca". Éste era capaz de sujetar en equilibrio pesos pesados sobre el mentón de su barbilla. Le vi cómo sujetaba un arado elevado hacia el cielo, solamente apoyado en el mentón de su barbilla. En otro número también era capaz de subir a un niño sentado en una silla y mantenerle totalmente en equilibrio en lo alto apoyando una de las cuatro patas sobre el  prodigioso mentón de su barbilla. ¡Maravilloso! 

Pero lo más atrayente para mi eran las funciones para ver imágenes que se movían en una sábana blanca y que salían proyectadas de un haz de luz oculto en una caja. 

Eran las primera imágenes en movimiento que vi, procedentes de una rudimentaria, pero maravillosa, primera  máquina de cine.

Al día siguiente, los titiriteros, se iban con sus carreteras a otro pueblo a repetir la misma función, alegrando así la vida y despertando la imaginación en otras mentes.

EL CINE DE MI CASA ES PARTICULAR

Yo no había visto nunca el cine de verdad, pero aquellas experiencias de los comediantes y titiriteros alentaban mi imaginación para que a la hora de la siesta, cuando jugaba con mis primos de Madrid, jugábamos a hacer algo parecido al cine. Bajábamos a  la calle y representábamos escenas con movimientos que  se proyectaban  por reflejos de sombras en el techo de la habitación de arriba donde, con los cuartillos de la ventana medio cerrados, se proyectaban las sombras alargadas de los que actuaban abajo.  

Así nos divertíamos contemplando el espectáculo de sombras y adivinando las ocurrencias de aquel momento de imaginación y fantasía.  Ese era, hasta entonces, nuestro cine de calle que, como dice la canción del patio de mi casa, también era muy particular.

EL CINE DE VERDAD

Los niños y jóvenes de este pueblo, allá por la década de los 60, tuvimos la suerte de tener un cine de verdad. A alguien se le ocurrió esa feliz iniciativa. 

El cine  de mi pueblo en aquellos años, fue nuestro cine de romanos, de castillos y héroes de leyenda, de santos y villanos, de vidas heroicas, de historias sagradas, de la hija del corsario negro, del gordo y el flaco, de Charlot y Cantinflas, de piratas y conquistadores, de indios y vaqueros, del cante de tonadilleras andaluzas, de Joselito y Marisol, de lágrimas de emoción por las desventuras de Pepe Isbert con sus innumerables nietos... del NODO y de tantos y tantos personajes de la comedia y la literatura, de la historia y la leyenda que despertaron en nuestra generación las ansias de descubrir nuevos horizontes en la vida. 

Pero ¿Cómo estuvo organizado el cine en un pueblo tan pequeño? ¿Quién se encargaba de todos los detalles para que cada semana se proyectara una película?


UN JOVEN LLAMADO FRIGDIA

Aprovechando que  Frigdia pasa el verano en el pueblo, me acerco a su casa para charlar con él sobre este asunto importante que forma parte de la historia de nuestro pueblo. 

Como resumen de aquella conversación transcribo lo que Frigdiano Escribano me contó añadiendo, sobre la marcha, algunos recuerdos que yo tengo en mi memoria:

¿Cómo surgió esa idea de poner un cine en el pueblo?

FRIGDIA: Pues en aquellos tiempos llegó a Pedrosa del Príncipe un cura joven y con muchas ilusiones para dar un empuje nuevo al pueblo y a la iglesia.  Le interesaban los problemas sociales y la educación de la juventud. Rompió moldes en aquella época y no todos lo supieron valorar. 

En el pueblo había una población infantil y juvenil muy numerosa con tres maestros: la escuela de párvulos, la de niños por un lado y la de las niñas por otro. 

Este cura, Don Restituto Barriuso Lara, al que todavía recordamos con mucho cariño en el pueblo, puso en marcha un centro de Acción Católica para educar y entretener a la juventud. Una de sus iniciativas fue la puesta en marcha del cine parroquial.

-¡Ah sí! El Centro de Acción Católica, que siempre lo hemos llamado con el nombre de Centro. Está situado en la plaza de la iglesia y actualmente es la capilla para el invierno. Por los informes que tengo, sé que se construyó en el año 1952 con el dinero de una fundación que dejaron una señoras, con la condición de hacer un edificio que sirviera para actividades educativas y religiosas con los niños y jóvenes del pueblo. Así consta en la placa borrosa que está encima de la puerta principal que dice lo que está escrito en la siguiente foto: 


¿ Qué es lo que se hacía en ese centro?

FRIGDIA: Pues, como he dicho, el cura era el que lo promovía y animaba. Los jóvenes trabajábamos ya en el campo con 14 años, pero cuando volvíamos encontrábamos aquí un espacio para divertirnos con los futbolines y los billares. También teníamos libros en la biblioteca. Ensayábamos teatros y comedias. Nos lo pasábamos muy bien. Yo fui presidente de Acción Católica y tenía tantas ocupaciones que muchas veces tenía que escuchar las regañinas de mi padre porque todo el día estaba ocupado haciendo tantas cosas para la iglesia que se me olvidaban las de casa.

Pero, volviendo al cine:  ¿Cómo estaba organizado el cine parroquial?

FRIGDIA: Pues el cura compró un máquina de cine, de esas que tenían lámparas de 1000 Watios. Se pedían las cintas a Burgos y llegaban los viernes por la tarde en el coche de línea. Los sábados las probábamos, pues eran copias de mala calidad, de 2ª y 3ª mano y había que rebobinarlas para prevenir posibles cortes y averías.

-Sí, recuerdo con qué alegría íbamos los chiquillos a esperar al coche de línea para enterarnos del título de la cinta. En otras ocasiones se daba a conocer con las carteleras en los cristales de las ventanas del centro. Era algo que abría el interés para no perderse la película de la semana.

¿Acudía mucha gente al cine del pueblo?

FRIGDIA: Bueno, teníamos dos sesiones: una los sábados por la noche para las personas mayores, y otra para los chavales el domingo por la tarde. Sí, acudía mucha gente del pueblo y también algunos venían de otros pueblos como de Itero, Hinestrosa, y Valbonilla. Siempre acudía mucha gente. Había una zona que se llamaba el “gallinero” y allí era donde se sentaba la gente más alborotadora sobre todo cuando se rompía la cinta o se apagaba la luz porque se fundía la lámpara, pero todo volvía a su cauce y se proseguía con la cinta sin más problemas.

¿Era muy cara la entrada al cine?

Los niños pagaban 2 pesetas y los mayores un duro. Se sacaba para cubrir gastos. No se pretendía otra cosa. Lo principal era tener a la juventud entretenida  en un buen ambiente. 

A veces se daban pases totalmente gratis. Había también quien se las ingeniaba para  falsificar las entradas o se colaban sin pagar... luego ya lo arreglamos poniéndolas  de colores diferentes cada domingo y con un sello en la taquilla para diferenciarlas.

- Bueno, yo recuerdo que mi madre me daba cada semana una peseta de propina, pero tenía que conseguir la otra peseta  para poder pagar la entrada. Como yo era monaguillo conseguía una parte con la propina del cura por ayudar a misa y también a los hermanos mayores les sacaba otros ahorrillos. Así casi todos los domingos  conseguía ir al cine. Y cuando no ahorraba lo suficiente, a veces me dejaban entrar gratis al final de la película.

¿Tu crees que el cine ha influido para bien en la vida de las personas de aquella época?

FRIGDIA: Sí, sin duda. La Acción Católica  fue una manera de promover una educación en la juventud. Había muy buen ambiente y las diversiones eran muy sanas. El tipo de películas que se proyectaba eran de valores éticos y también religiosos muy acordes con la sensatez. Todavía no había la frivolidad de los tiempos de hoy. 

Pero yo he oído hablar de la censura de la iglesia y dicen que se tapaba la imagen en algunas escenas. ¿Es verdad esto? 

FRIGDIA: Pues no, no recuerdo yo que se hiciera eso. Las películas estaban ya anteriormente muy retocadas y censuradas; no hacía falta llegar a tanto. Puede ser que en alguna ocasión se hiciera, por si el cura decía algo, pero pocas veces que yo recuerde.

¿Cuántos años duró el cine parroquial en Pedrosa del Príncipe?

FRIGDIA:  Pues no lo sé con exactitud, ya que yo me fui a trabajar a Bilbao y perdí la relación con el Pueblo. Sé que lo continuó Agapito, que anteriormente había estado conmigo echando películas. Cuando él aprendió a manejar la máquina de cine, él sólo lo llevaba todo.                   

Más o menos, en los años 70 se acabó esta historia, pues prácticamente cuando entró la televisión a ser algo normal en los hogares, el cine ya no tenía aliciente en un pueblo tan pequeño que además había perdido mucha población por la cantidad de jóvenes que emigraron a la ciudad en busca de trabajo. Por eso se dejó de  proyectar películas en el centro.

-Ah sí, lo recuerdo. Agapito hizo una gran labor de colaboración para mantener el cine en el pueblo. Desde aquí mi agradecimiento. Era impresionante verle subir a la cabina por las escaleras del “gallinero” con sus muletas, aunque  a veces tuvo que aguantar algunas bromas pesadas que algunos chiquillos le hacían. Pero él llevaba un arma poderosa en sus manos y cuando se enfadaba cogía la muleta en plan de amenaza y allí se resolvía todo. Era admirable ver el afán de superación de este hombre, siempre unido a sus muletas bajo el brazo, 

EPÍLOGO: 

Mientras Frigdia habla, su mujer, Donata, que es de Casasola de Arión, un pueblo de Valladolid, le observa fijamente y se embelesa con la narración de su marido con un interés especial que no pierde ni una palabra de lo que estamos hablando. 

También Javi, su hijo, que pasa los veranos en Pedrosa del Príncipe y tiene un montón de amigos en el pueblo, observa con curiosidad la escena de la entrevista con su padre,  como si de una película de cine  se tratara.

Frigdia provienen de una familia muy religiosa y en su juventud fue un gran ayudante de la vida parroquial de aquella época cantando en las rogativas y en la Misa de Angelis y de Navidad. La voz de Frigdia resuena todavía en mis oídos cuando cantaba el Miserere en los viernes de Cuaresma y el Parce en los entierros con un dramatismo sin igual. Además ayudaba al cura a llevar  la Carroza del Santísimo en el día del Corpus y, cuando había que dar la extremaunción a los enfermos, tocaba la esquila por las calles. Me cuenta que un día se  llevó un susto muy grande, pues cuando llegaron a la casa del enfermo se apagó la luz y le dejaron solo con el agonizante. Es una sensación que recuerda con respeto y emoción.

Frigdia me sigue contando que se acuerda de aquellas procesiones que se hacían en años de sequía, cuando se reunían todos los pueblos de la comarca en Castrojeriz, para pedir el agua a la Virgen del Manzano, cuando todavía el regadío era una quimera. Allí se concentraban pendonetas, estandartes, banderas, remolques de gente, había mucho colorido. Son imágenes, casi cinematográficas, retenidas en su mente y que es bueno no  olvidar.

No se puede olvidar de Frigdia ni su moto ni su cámara de fotos con la que habrá retratado a tanta gente para hacerse el carné de familia numerosa, y también a tantos amigos que, en la fiesta, se permitían un recuerdo fotográfico insólito y original para aquellas épocas desconocedoras aún de la importancia que  esas fotos tienen hoy para nuestra historia.

Bueno, pues quede aquí también esta foto, hecha con mis palabras, como homenaje a aquellos jóvenes, mozos de antaño, y a todas las personas que pusieron en nuestros pueblos de la comarca una nota de voluntariedad y altruismo para impulsar algo positivo  renovador. 

Frigdia, como todos los jóvenes de aquella época se ganaban la vida trabajando en el campo y también esperaban el domingo para que le dejaran entrar en el baile del pueblo de 8 a 10 de la noche, que era la hora cuando entonces había que estar ya recogido en casa, si  tenías ya 16 años, pues no te permitían llegar más tarde.

Esos hombres y mujeres desde la iglesia, o desde otras entidades, trabajaban, se  divertían y sacaban tiempo para que otras generaciones  aprendieran, gracias  al cine o a otras iniciativas,  a ver la vida con otros ojos.

Hoy el cine lo llevamos al salón de nuestras casas, enlatado en una pequeña cinta. Se han dado pasos de gigante en el mundo de la comunicación. Aquellos años de sorpresas quedan atrapados en el recuerdo. 

Pero hoy también en nuestros pequeños y medio vacíos pueblos puede haber un lugar para la educación en la creatividad, si seguimos contando con hombres y mujeres que inicien y apoyen hoy proyectos para el futuro. 

Desde los teleclub de antaño, a los centros cívico-recreativos, bibliotecas, casas de cultura, asociaciones culturales... debemos seguir fomentando en nuestros pueblos la capacidad de sorprendernos y de ilusionarnos ante la propia vida de hoy para forjar con iniciativas nuevas la de un mañana renovado y esperanzador.