miércoles, 22 de septiembre de 2021

Personajes de Pedrosa del Príncipe. Porfirio el albañil.

Publicado en Regañón (nº 37, octubre de 2000)
por Florentino Escribano Ruiz

Hay en nuestros pueblos una serie de personajes característicos a los cuales todos conocemos por el oficio que han ejercido hasta su jubilación, y que es preciso sacarlos a la luz pública para que quede constancia de su trabajo y de su sabiduría de la vida.

Hoy os presento a Porfirio, el albañil, que es mi vecino y que tiene que contarnos muchas cosas. 


PRESENTACIÓN

Porfirio Fernández, que es su nombre, aprendió el oficio de albañil de su padre, Aquilino, y éste a su vez lo aprendió también del suyo, que se llamaba Hermenegildo. Así, sucesivamente, nos podríamos remontar a épocas muy lejanas donde los oficios se transmitían enseñándolos de padres a hijos. 

Tanto su padre como su abuelo trabajaban la piedra y por eso les llamaban canteros. Procedían de la montañas del norte de Santander, pero llegaron a Pedrosa del Príncipe a construir alcantarillas de piedra y a arreglar la carretera. Aquí, su abuelo se enamoró de una bella moza y establecieron su hogar. Todos los hijos que tuvieron aprendieron el oficio de cantero y de albañil. Nuestro personaje no iba a ser menos.

¿Cuándo empezaste a tomarte en serio esto de la albañilería?

PORFIRIO: Pues, en aquellos tiempos empezábamos a trabajar nada más acabar los años de escuela, es decir, que a los 14 años ya empecé a ayudar a mi padre en el trabajo. Le llevaba los materiales, la piedra, los adobes, el yeso, las herramientas para cada tarea. Así fui aprendiendo de tanto ver hacer, un día tras otro, las mismas operaciones.

¿Cuándo te dieron el título de albañil de verdad?

PORFIRIO: A los 19 años ya sabía levantar paredes de todo tipo de piedra, de adobe, de ladrillo, de barro... Cuando me casé hice mi propia cuadrilla de ayudantes y me puse por mi cuenta a trabajar de albañil arreglando casas en mal estado, o en otras ocasiones, construyendo casas nuevas, cuadras para los animales y todo lo que nos pidieran. Esos eran los exámenes que tuve que superar para demostrar mis capacidades. Además, me compraba libros de albañilería y por ellos iba aprendiendo nuevas técnicas de construcción. El título no era un papel colgado en la pared, sino algo que se demostraba cada día con tu trabajo.

¿Qué técnicas de construcción se empleaban?

PORFIRIO: Hacíamos un plano con las respectivas divisiones donde iban las habitaciones, la estufa, la escalera, la cocina, las ventanas... Empezábamos a cavar los cimientos a golpe de pico y pala. Después los llenábamos de piedra y de tierra, pues todavía no teníamos hormigón.

De todas maneras hacíamos unos cimientos resistentes, pero, claro, no eran como los de ahora, que con el hormigón quedan más recogidos y fuertes.

Después de los cimientos hacíamos las paredes, que eran de adobes, con unas medidas ya establecidas de 40 de largo por 20 de ancho y 10 de altura. 

Así, una vez terminadas las paredes maestras, hacíamos la estructura con formas de madera "a pendolones" para levantar el tejado. Se clavaban las maderas bien sujetas a las vigas y se terminaba poniendo las tejas.


¿Se utilizaba alguna herramienta especial?

PORFIRIO: No, de especial no había nada. Nos las teníamos que ingeniar para cada ocasión; pero lo esencial era hacer lo mismo que habíamos visto hacer a los que nos enseñaron.

En aquellos tiempos las cosas no cambiaban con tanta rapidez como ahora.

Nosotros teníamos el pico, la pala, la paleta, la piquetilla, el martillo de cantería, la plomada, el nivel, la llanilla, la caldereta, la polea, cuerdas y pocas cosas más.

Todo lo hacíamos a mano y todo dependía de la habilidad y de las buenas maneras de hacer que tuviera cada uno. Como dice el refrán: Cada maestrillo tiene su librillo...

¿Cómo os las ingeniabais para subir a más alturas?

PORFIRIO: Entonces no teníamos grúas y por eso teníamos que fabricar nuestros propios andamios. Poníamos unas burrillas o caballetes y encima colocábamos unos tablones bastante resistentes. 

Cuando la altura era más elevada, se metían en la tierra unos postes bien sujetos y se colocaban unas traviesas que se sujetaban con unas puntas machoneras o, a veces, con cuerdas y así íbamos subiendo una altura tras otra.

Con una polea se subían los materiales poco a poco y así nos íbamos apañando. Era un trabajo lento, pues no disponíamos de tantos medios como hay ahora. 

¿Cuáles son los peligros más grandes que has tenido que superar en las obras?

PROFIRIO: Bueno, los normales de este oficio. Al estar subido por los tejados y en andamios, se corre el riesgo de caerse.

A veces me he llevado algún susto que otro, pues se cargaba demasiado el tablón con materiales de mucho peso y se partía, cayendo todo al suelo. A mí no me ha pillado nunca, pero a algún pinche le ha costado algún accidente.

¿Cómo era una jornada laboral?

PORFIRIO: Nosotros salíamos a trabajar antes de las 7 de la mañana.

En invierno comenzábamos a las 8:30 y lo dejábamos, tanto en una época como en otra, a las 6 de la tarde. El trabajo era intenso y sólo descansábamos unos pocos minutos para almorzar.

Cuando hacía frío trabajábamos en los interiores de las obras y en verano a lo que cayera. Los sábados también trabajábamos y algún domingo que otro se le echaban unas horas por la mañana, según la urgencia de la obra.

¿Has sido feliz con tu trabajo?

PORFIRIO: Estoy convencido de que uno puede ser feliz en su trabajo si trabajas a gusto. Yo he tenido esa suerte de trabajar en lo que sabía hacer y en lo que siempre me ha gustado. Es verdad que se pasan ratos malos y días de mucho frío. En todas las profesiones hay inconvenientes, pero yo siempre he hecho con agrado el trabajo de cada día. Ese es un buen cimiento para ser feliz. Te diré que lo mejor que hay en esta profesión y en todas es ir a gusto a tu trabajo y realizarlo con seriedad y profesionalidad. 

¿Porfirio, aconsejarías a los niños y a los jóvenes de hoy que aprendan a ser albañiles?

PORFIRIO: Pues sí, considero que es un trabajo tan noble como cualquier otro. Además es una forma de ganarse la vida dignamente. Antiguamente aprendíamos de nuestros antepasados, pero hoy hay muchas escuelas y cursos que enseñan este oficio.

Creo que es una profesión bonita, pero te tiene que gustar.

¿Qué diría a los albañiles de hoy?

PORFIRIO: Yo no soy quién para decirles nada, ellos saben muy bien lo que tienen que hacer; pero, ya que me lo preguntas, te diré que todo ha cambiado con mucha rapidez, pero creo que lo esencial va con la manera de ser de cada uno y la honradez en el trabajo bien hecho sigue siendo lo más importante.

DESPEDIDA

Porfirio Fernández, el Albañil, vive como un jubilado en su casa de Pedrosa del Príncipe, una casa hecha por él mismo en la parte nueva del poblado.

Su mujer, Cari, se desvive por él como esposa que le adora con el cariño que refleja su mirada. Se lo expresa con los sentimientos madurados por los años, como maduro es el vino que Porfirio cuida en su bodega aplicando los secretos misteriosos que sólo él conoce y que le han valido ya varios premios en diferentes concursos.

Los dos disfrutan de la serenidad de la vida. De vez en cuando, Cari le dedica las canciones que aprende con entusiasmo en los ensayos de la coral que hay en el pueblo.

Porfirio y Cari tienen también su casita definitiva, como ellos dicen. Hace algunos años, él mismo se la construyó en el cementerio, donde reposarán para la eternidad. No podía ser de otra manera teniendo un albañil en casa; pero la casita puede esperar muchos años vacía, pues su salud es tan buena que todavía no tiene que tomar ninguna medicina.

Ninguno de sus hijos, ni sus nietos, han seguido este oficio de albañil, que viene de sus antepasados; pero estoy seguro de que llevan en sus venas los planos y las herramientas para construir con otros ladrillos y otros andamios, un mundo más bello y más humano.

De alguna manera, todos deberíamos ser como los albañiles para construir entre los vecinos un pueblo más unido con el cemento del respeto y la cordialidad.