jueves, 9 de septiembre de 2021

La tienda de Neli

El otro día, curioseando en la página mapcarta.com, fui haciendo ampliaciones sobre el mapa del mundo hasta llegar a PDP. Una vez centrado sobre el casco urbano, la aplicación resume las localizaciones más relevantes por su valor urbanístico, monumental, artístico, social, deportivo o comercial. Así, aparecen destacadas con un rombo de color morado las plazas de Santa Cristina, del Pozo, la plaza Mayor y la plaza de la Rambla; como edificios de gran relevancia social, con el símbolo de una especie de templo griego, el centro cultural Virgen de la Olma y el Ayuntamiento; un triángulo orientado hacia la derecha señala el polideportivo, y una estrella el antiguo Palacio. La iglesia y la ermita de la Virgen de la Olma están marcadas con una suerte de icono que semeja una construcción religiosa; con un círculo se señalan el Rollo de la Cruz de Castro (sic) y el crucero de entrada al pueblo, que talló Rodrigo Alonso en piedra. Y a la altura del número 20 de la calle Nueva, porque la aplicación, si se amplía mucho, hasta ofrece los números de las calles, una especie de cestita señala la ubicación de la tienda de Neli.

Detalle de una vista del mapa de PDP en mapcarta.com

Una referencia humilde y discreta, como la pequeña tienda que apareció en PDP contracorriente, cuando ya había desaparecido toda nuestra abundante tradición comercial. No hay que echar la vista muy atrás para recordar las carnicerías de la Vicenta y la Mari, en las que se dispensaban también ultramarinos; las tiendas de la Sole y la Basi, donde se podía encontrar de todo, la pescadería de Esther, que luego se convirtió en supermercado, las chuches (y un indefinible etcétera) en el antiguo café de la Fulgen… Por no remontarnos a tiempos anteriores, de donde nos llegan noticias de herreros, herradores, zapateros, boticarios, médicos, veterinarios, hortelanos, sacerdotes, organistas… Nada de eso queda ya.

Por eso fue tan sorprendente (y tan valiente) la instalación de este pequeño establecimiento cuando ya no aguantaba nada en el pueblo que no fuera la venta ambulante, y por una persona, además, sin ninguna vinculación previa con Pedrosa, nacida en la antigua Dacia de los romanos, aquel territorio que fue el último en ser conquistado, pero que nunca perdió el latín.

La tienda de Neli es un prodigio de organización del espacio y de la mercancía. Para sus pequeñas dimensiones es increíble la gran variedad de artículos que ofrece, perfectamente ordenados y a la vista. En su interior uno tiene la sensación de que hay muchísimas cosas más de las que se ven. 

Pero la tienda de Neli es mucho más. Es un servicio clave para personas sin fácil opción de desplazamiento, porque, además, su dueña se ofrece a traer el género del que no dispone en la tienda y, en caso de que la persona tenga algún problema de movilidad, no tiene reparo en acercárselo a casa; es uno de los pocos lugares de socialización que nos van quedando, que obliga a dar un pequeño paseo, salir de casa y charlar un rato con los eventuales clientes que allí se dan cita. Otorga un cierto rango al pueblo, porque no es lo mismo un pueblo con tienda que un pueblo sin tienda, como no es lo mismo un pueblo con bar que un pueblo sin bar (son matices que cobran gran importancia en la autoestima colectiva). Sus precios son muy razonables y Neli, una chica joven, transmite energía y se maneja con mucha soltura y rapidez en el breve espacio del que dispone.

El mercado es libre, desde luego, y cada uno compra donde le da la gana. Pero me atrevería a decir que, en atención a lo dicho, deberíamos hacer todo lo posible por sostener a nuestra pequeña y entrañable tienda de pueblo y no tener que echar de menos un día el icono de la humilde cestita que aparece sobre la calle Nueva en el mapcarta.com, cuando lo ampliamos desde el mundo entero hasta llegar a Pedrosa. 

Gerardo Manrique