martes, 3 de agosto de 2021

Por los encinares de San Cebrián

El increíble ejemplar de chozo con una acacia en su interior
La ruta de hoy es fruto de las investigaciones de Jesús en sus devaneos ciclistas por los alrededores de PDP, y que luego compartió con el ocasional grupo de senderismo al que se suman, entre otros, Mariángeles y Loren. Con este último nos pusimos en camino para hacerla en bici, y ha resultado una ruta enormemente atractiva, no sólo por su trazado, sino, sobre todo, por tres sorprendentes hitos que se encuentran a su paso y que trataremos de describir. 

La referencia clave es llegar al km. 9 de la carretera que conecta Pedrosa con Vallegera, desde donde parte un ancho camino utilizado hoy por los servicios de mantenimiento del parque eólico. Ese camino fue, en su día, una cañada para el ganado que conserva su nombre (Cañada Real de Carrevacas), que viene de Vallunquera y pasa por la fuente de La Pedraja. Por lo tanto, tenemos dos opciones de llegar a ese punto, o bien tirar de carretera, con dos subidas a los páramos (las que comienzan en PDP y en Valbonilla), o eludir la segunda, haciendo honores a la legendaria ruta señalizada a La Pedraja y, desde allí, seguir sin desmayo la Cañada Real de Carrevacas. A mí me atrae mucho más la segunda. 

El árbol busca la luz desde dentro de la choza
Una vez llegados al Km. 9 de la carretera, en todo caso, y siguiendo la cañada, se va a dar con un portón negro de metal que es entrada de una gran hacienda conocida como “corral del montecillo”. Es importante, previamente, en un esquinazo de esa gran hacienda vallada en el que se ha alzado un muro de piedra, tirar a la derecha. Llegados al portón de entrada, hay que encontrar a su frente (y no es fácil a primera vista) un acceso inmediato a una carretera asfaltada, aunque casi en estado de abandono (empieza a estar devorada por los líquenes y la maleza y acosada por el arbolado en sus márgenes) que Jesús dio en llamar, con fino aliento poético, “El túnel del tiempo”, y que va a dar a San Cebrián de Buena Madre. 

Avanzamos un poco por el Túnel del tiempo, que abandonamos en un camino agrícola a la derecha, cuyo acceso se puede franquear, por más que aparezca encadenado con una advertencia de “propiedad privada” (la cadena y el cartel están tirados por el suelo). Entre los sembrados de cereal destaca, entre muchos grupos de encinas, una que es conocida (y lo es también el pago en que se asienta) como “Encina Bonita”. Se trata de un notable ejemplar de quercus ilex que extiende sus ramas alrededor del tronco formando una especie de gran tienda de campaña vegetal que bien podría guarecer a un rebaño de ovejas y a su pastor del rigor del sol o de cualquier otra inclemencia. Para singularizarla bien, porque abundan hermosas encinas por doquier, podemos reparar en dos soportes metálicos que se han instalado para sostener un par de ramas secas. Es un ejemplar magnífico, plantado en medio del cereal, como posición avanzada de lo que se van convirtiendo, poco a poco, en un gran encinar. La sensación de cobijo que se tiene bajo sus ramas es sorprendente. Toda una tienda de campaña vegetal.

El abrigo que presta la Encina Bonita.
Una vez que hemos podido admirar este alarde de la naturaleza, volvemos sobre nuestros pasos, dejando el Túnel del tiempo atrás, para seguir por el camino trazado por la cañada, que nos llevará a una encrucijada en la que tenemos que tomar la ruta a la izquierda. La clave es seguir siempre en paralelo a una valla metálica que circunda lo que parece ser un gran terreno acotado para la caza, pues destacan dentro una especie de altas garitas para ejercitar el tiro con las aves. 

Poco antes de llegar a las ruinas del monasterio, a mano derecha, un tanto oculto por la maleza, encontramos uno de los ejemplares de chozo o choza más singulares de entre los muchos con que nos hemos encontrado por páramos y laderas. En su suelo ha crecido una acacia que ha buscado la luz de sus ramas desbordando el techo de la choza. Y así se ha constituido un sorprendente híbrido de piedra y naturaleza (porque la construcción de la choza es sólida y firme) que llama mucho la atención. Frivolizando un poco, algo así como una choza con melena. Son increíbles los caprichos de la naturaleza. 

Los lienzos de la iglesia conventual que aún se mantienen en pie
Muy cerca de allí, siguiendo el camino, nos encontramos con los restos del Convento de la Quinta, del que aún se mantienen en un precario alzado, dos lienzos de pared y un contrafuerte de lo que fue su iglesia, no sabemos si parte de una nave o una capilla lateral. Aún se puede admirar un delicado relieve románico del que arrancaban los nervios que sostenían la bóveda, y en el que figura una hoja vegetal y dos criaturas que se entrecruzan. En el interior del muro corre un relieve, también de inspiración románica, en forma de dientes de sierra. Además, diseminados por una larga extensión, se pueden apreciar los restos de las dependencias monacales y un montón de piedra arrumbada por el paso del tiempo y la desidia. Un lugar lleno de encanto que merecería ser consolidado e investigado en profundidad, para que las nuevas generaciones puedan gozar de él. Se nos ocurría, por allí, ensoñar con un taller de restauración de jóvenes universitarios. De momento, habrá que darse prisa para verlo antes de que colapse del todo. 

El capitel románico que aún persevera en el tiempo. 
Cuando, tras una demorada inspección por los restos conventuales, decidamos seguir adelante, la sugerencia es continuar derrota por el camino que se abre entre las ruinas y roza una fuente en el área del monasterio, para ir bajando a la localidad de Valbuena de Pisuerga. En las cartas de navegación, este camino aparece señalado como “Camino de la bodega”. No sabemos cómo se las gasta, pero sí que podemos decir que la alternativa, que fue seguir el trazado paralelo a la valla, nos metió por una senda poco transitable y molesta (por la abundancia de maleza y piedras) que tardó en sacarnos a la carretera de Quintana del Puente, un poco desviados. 

Desde Valbuena de Pisuerga, y ya por carretera, iniciamos la vuelta pasando por el siempre peculiar emplazamiento de San Cebrián de Buenamadre, atravesamos Valbonilla y llegamos a PDP por la carretera (con más tiempo, hubiéramos vuelto pisando camino por la fuente de La Pedraja, opción siempre más placentera). 

Gerardo Manrique