El caso es que es todo un placer dejarse caer por allí, sobre todo en verano, donde se puede disfrutar del exterior sentado a sus mesas de piedra, cruzar algunas palabras con Miguel Ángel y tomarse algo (a mí me gusta mucho su desayuno, pero igual Víctor prefiere una caña). No será raro que a nuestro lado peregrinos de cualquier lugar del mundo comenten las incidencias del Camino. El interior, con su piedra de lagar y las añejas vigas de madera, transmite autenticidad y mucha solera jacobea.
El conjunto resulta un lugar muy ameno y acogedor. Por eso nos apena tanto ver los carteles de Se vende / Se alquila, que, afortunadamente, no han tenido hasta el momento un gran poder de persuasión. Y es que Víctor y yo pensamos que El Manzano, sin Miguel Ángel y Ana, ya no sería exactamente lo mismo.
Texto: Gerardo Manrique