Un aguerrido policía, encarnado por un insobornable Dana Andrews, se ha quedado adormilado en un sillón, aturdido por los vasos de whisky que ha bebido y por la irresistible atracción que va sintiendo, cada vez mayor, por Laura Hunt, una joven cuyo asesinato investiga.
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Las dos Lauras ponen a prueba la cordura de Dana Andrews |
De ese sopor lo despierta el ruido inesperado que provoca la entrada (el abrir y cerrar de la puerta) de lo que, a primera vista, parecería un fantasma. La dueña del apartamento, Laura, con un elegante atuendo de viajera (su abrigo, gorro, maleta, bolso y paraguas) enciende la luz de la estancia, alarmada por la presencia del policía, y lo interpela con estas sensatas palabras: "Pero, ¿Qué hace usted aquí?"
La escena es gloriosa, porque mezcla el más elemental sentido común (la pregunta que haría todo el mundo al volver a su casa y encontrarse con un extraño), con la fantasía más desbordada: un hombre enamorado de una mujer asesinada (casi se podría decir de la imagen de la muerta que proyecta el cuadro, que ha ido completando a lo largo de su investigación) la ve aparecer, con una radiante belleza en carne mortal. En su aturdimiento alcohólico se mezclan lo posible y lo imposible, el deseo y la realidad, la imagen del cuadro y la presencia real de Laura, tan bella y seductora como él la podría haber imaginado. Una de las más memorables "apariciones" en la historia del cine.
Gerardo Manrique