martes, 25 de agosto de 2020

¿Una choza en la cumbre del Aro?

El mástil yace arrumbado en la cumbre del Aro
(julio de 2020)
Antes de nada es preciso admitir que se trata de una idea disparatada y un tanto rocambolesca. Pero, como solo es una pobre idea que puede ser rechazada de un plumazo, démosle al menos la oportunidad de expresarse. 

Tal vez convenga empezar por algo bastante evidente. El Aro, ese singular otero pedregoso que tanta personalidad confiere a nuestro paisaje, parece como si fuera la última gota que destilan los páramos antes de disolverse en la inmensa planicie de Tierra de Campos. Una gota aplastada contra el suelo, que aún pinga en su parte superior. Se diría que esa fisonomía tan peculiar está pidiendo una construcción simbólica que la corone. 

Que nosotros sepamos, allá arriba sólo hubo una muy modesta cruz de madera, casi más bien dos palos irregulares cruzados, antes de que nos diera por erguir, en una de las fiestas de verano de principios de los noventa, el poste de la luz embreado que había servido como cucaña en las fiestas patronales y que se había dejado abandonado en la era que quedaba al lado del Teleclub. 

La choza de Arenillas, de nueva planta, campea junto al hito geodésico (2020) 

No viene ahora al caso toda la ceremonia que acompañó a aquel mástil hasta la cumbre del Aro, ni de la misteriosa mano que ahondó la base del agujero y cruzó al palo un tablón que lo convertía en una cruz. Las inclemencias del tiempo, el viento furioso que sopla en invierno, las heladas y los rigores estivales, junto con la máquina tenaz de aves e insectos, han trabajado durante treinta años para arrumbar el mástil (cayó al principio de verano), y el Aro vuelve a presentar su eterna estampa.

Y ahí sigue su silueta, como pidiendo ser culminada por algo. Y aquí viene al caso que en este extraño verano del coronavirus, tan propenso al microturismo, dando un garbeo por los campos de Arenillas, Palacios e Itero del Castillo, divisamos una choza de nueva planta en lo alto de un otero, de perfil similar (no tan apuesto) al de nuestro Aro. Es fácil reparar en ella, si uno mira a la izquierda cuando va por la carretera camino a Melgar una vez que deja atrás Castrillo Matajudíos.

Se nos pasó entonces por la mente que una construcción así podría cumplir en el Aro muchos propósitos. El primero, trazar un objetivo concreto para todo aquel que se proponga subir hasta allí, desde donde se aprecia una hermosa vista de nuestro pueblo, de su vega, de los cursos del Odra y el Pisuerga abriendo sus anchos valles, de la llanura de Campos cerrada por el lejano Espigüete al norte... Es decir, una ascensión que vale mucho la pena. La choza bien podría ser el destino de una senda señalizada que nos llevara desde PDP.

Otra funcionalidad evidente es la de servir de reposo a la fatigosa ascensión, y de cobijo, en cualquier estación del año, bien sea ante el frío y el viento, o ante el calor y el sol. 

Todavía existe una tercera, que es la de homenajear a las chozas o chozos de pastor, que tanto menudean por el páramo de Pedrosa y pueblos vecinos, muchas de ellas en un triste estado de derrumbe, verdaderas obras de arte de la arquitectura popular, levantadas con la técnica de aproximación de hiladas con la que ya se alzó la tumba de Atreo en la heroica Micenas allá por el segundo milenio antes de Cristo. Homenaje a esta construcción, al pueblo anónimo que las levantó y a la ancestral costumbre del pastoreo, hoy en desuso. Igual que ante el Teleclub se yergue orgullosa una férrea espiga en alabanza de las tareas agrícolas, no estaría mal otro símbolo que recordara la importancia que tuvo tradicionalmente la actividad pecuaria por estas tierras. 

Suponemos que levantar una construcción de ese tipo tiene sus evidentes dificultades, desde la autorización necesaria hasta la sabiduría práctica para hacerlo, sin mencionar la aparatosa logística que se precisa para transportar hasta allí los materiales. 

Esta es la típica ensoñación de un ignorante absoluto en la materia que se deja embaucar por el resultado final que le brinda la imaginación. 

En fin, es solo una idea. Una romántica idea.

Gerardo Manrique