Iba buscando una novela de las de antigua hechura: intensidad, aventura, pasión, idas y vueltas del destino, intriga, sufrimiento, exaltación. Por alguna resonancia antigua del título y por el prestigio de gran narrador de Alejandro Dumas entre los grandes degustadores de la gran literatura, como Vargas Llosa, vine a dar con El Tulipán Negro.
Era exactamente lo que buscaba. El arranque es portentoso, aunque maltrate al lector, que ve cómo dos personas íntegras son linchadas cruelmente por la multitud, justo cuando están a punto de escapar de su infausto destino. Los hermanos De Witt, prohombres de la Holanda del último tercio del s. XVII y de tendencia republicana afrancesada, son dejados a su suerte por el frío cálculo del que será el rey Guillermo II de Orange, que bloquea la puerta de la ciudad cuando están a punto de escapar del populacho que los persigue. Al final caen en las manos sedientas de sangre de una multitud tumultuosa, que no descansa hasta ver colgados sus deshechos sanguinolientos. Un arranque de impacto, narrado con asombrosa viveza y agilidad y que no se puede presentir dónde te va a llevar.
Y te lleva a la historia del ahijado de uno de los dos hermanos, Cornelius Van Baerle, que, prudente en extremo y desconfiado de la política, a pesar de su privilegiada posición social, opta por dedicar toda su sabiduría y riqueza a su gran pasión, el cultivo de los tulipanes. Nada haría pensar que una persona así pudiera verse arrastrada por el tempestuoso mar de la política, si no fuera porque tiene como vecino a otro esmerado jardinero, Isaac Boxtel, que hasta su llegada había mantenido una muy reputada posición como experto florista.
La sabiduría, talento y éxito de Cornelius, que le hacen avanzar de manera sorprendente en el cultivo de los tulipanes, enciende la envidia del vecino hasta extremos patológicos. Por si fuera poco, la convocatoria por parte de la Sociedad Hortícola de Haarlem de un sustancioso premio a quien consiga cultivar un tulipán negro (lo que nadie había logrado hasta entonces), hace que la obsesión de Boxter por arruinar a su competidor y arrebatarle la gloria no tenga límites.
La vigilancia constante de su vecino y la infortunada entrega por parte de sus padrinos de una documentación política muy comprometedora, hacen posible una delación que llevará a Cornelius a la ruina y al borde de la muerte en el patíbulo. Sólo in extremis la clemencia del príncipe le salva de la muerte, aunque lo condena a una terrible prisión de por vida. Sin embargo, en la confusión del arresto y la prisión, Cornelius logra salvar los tres bulbos del tulipán negro que había conseguido generar, envueltos en una hoja de la Biblia con un escrito de su protector cuyo contenido le podría exonerar de toda culpa.
En la cárcel lo atormenta Gryphus, un carcelero insensible y brutal, pero lo conforta la dulce hija de este, Rosa, que se enamorará de Cornelius nada más verlo. La historia entreverada del cultivo del tulipán negro y del amor entre los jóvenes, avanza entre las acechanzas del envidioso vecino, que ha mudado su nombre por el de Jacob, y la vigilancia y tosquedad de Gryphus. El tono un poco cursi en el que derivan algunas de las conversaciones de los enamorados y una contención casi franciscana entre ellos, son tal vez lo que peor ha envejecido del relato.
Como era de esperar, y con muchos avatares y circunstancias resueltas en el último suspiro, al final todo se arregla, y la pareja consigue casarse con el beneplácito del príncipe Guillermo y obtener el prestigio y el dinero que les otorga el haber conseguido la flor, que bautizarán con el nombre de tulipa nigra rosa Barloensis, en reconocimiento a los esfuerzos mutuos en su crianza. Tras innumerables vicisitudes y sufrimientos, vivirán una vida idílica en compañía de sus dos hijos, dedicados al cultivo de las flores con un intenso amor y armonía. Hasta consiguen reciclar al brutal padre de Rosa como celoso vigilante de su jardín.
En suma, una gran novela, contada con agilidad, con sentido del humor, con apelaciones al lector que consiguen cercanía y complicidad, con varios apuntes de cultura clásica que le confieren cierta elegancia y profundidad (por allí aparecen Argos, Aquiles, Horacio...). Una novela que te hace sudar el final feliz, que te mortifica con la incertidumbre, con la aparente victoria de la injusticia y de los bajos instintos hasta casi las últimas páginas. Y con un argumento muy original, lleno de inventiva (la idea de la creación del tulipán negro es brillantísima) y perfectamente gradado, como la floración de la propia planta entre cuidados y atenciones extraordinarias.
El placer de leer y dejarse llevar por la lectura.
Gerardo Manrique