jueves, 21 de febrero de 2019

El apostolado de Moarves

No es la delicada finura del maestro escultor, ni tan siquiera el milagro de haber recibido este primoroso relieve intacto después de tantos siglos; lo que más me atrae de la fotografía es la permanencia de la piedra y el efímero pasar de las hojas de acacia. La primera, rigurosa, disciplinada, firme; las segundas, etéreas, evanescentes, que el viento mece en su fugaz existencia. Y sin embargo, han sido frágiles humanos los que han tallado la piedra, y la poderosa naturaleza la que ha editado un año más su recurrente retoño. Y si bien se mira, pareciera que son las hojas de acacia las que casi velan a los apóstoles, confinados en su esmerados doseles, e incluso al poderoso tetramorfos, que flanquea a un majestuoso Cristo, entronizado como Dios en su molde almendrado. 




Así disputaban en alguna de nuestras numerosas excursiones de antaño piedra tallada y hoja de acacia, lo eterno y lo fútil, y de allí surgió una poderosa poesía en imágenes que viene a ser el resumen de todos los misterios que nos rodean. 

Gerardo Manrique