En la segunda edición de la fiesta nos pareció que, tras el éxito de la tecnoverbena del año anterior, se debía "legitimar" la celebración con otros contenidos. Teniendo en cuenta que no existía ninguna tradición ni se tenía el respaldo de una festividad religiosa, algo había que hacer para dar cuerpo y personalidad a nuestra incipiente celebración que convirtiera un anodino viernes de agosto en un día de sentimiento festivo. En otras palabras, había que romper con cierto estrépito la sensación de rutina de un día laborable.
Con ese propósito se organizó una sesión previa de "lluvia de ideas" en la biblioteca del Teleclub (que ocupaba una parte de lo que es hoy el espacio del bar; la que mira a la carretera, para ser exactos), abierta a todo aquel que quisiera acudir. Aquella sesión, y las de los inmediatos años venideros, estuvieron coordinadas por Isidro, que, amparado en sus aquilatadas habilidades sociales, cumplía perfectamente las funciones de enlace entre las distintas generaciones y, más tarde, con las autoridades, en largas y arduas negociaciones.
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Isidro, con la cara también tiznada, arenga a la multitud desde el balcón del antiguo ayuntamiento en la lectura del manifiesto que puso fin al acto reivindicativo. |
Para comenzar la fiesta ya desde la mañana se introdujo en el programa un desayuno con sopas de ajo, que cocinaron con infinita paciencia y variedad (las hubo hasta turradas) nuestras atribuladas madres; desayuno que, con variantes en el menú, quedó ya para siempre como parte del programa festivo. También salió de aquella reunión la idea de la carrera de carretillas, ocurrencia de Felipe, que la dejó caer como una broma, y que se ha convertido, tras treinta y dos ediciones, en una de las señas de identidad de la fiesta.
Pero tal vez lo más relevante fue imponernos la celebración de lo que dimos en llamar "el acto central". Una performance de cualquier índole que debíamos celebrar por la mañana, antes de ir a comer a Junto a los ríos, pero lo más llamativa, excéntrica y espectacular posible. Aquel año teníamos a Chisum muy sensibilizado y beligerante contra el Apartheit en Sudáfrica. Así que le tomamos la palabra en una de sus expansiones radicales, y nos comprometimos a realizar una manifestación de protesta contra el régimen racista de Sudáfrica por las calles de Pedrosa, poco dadas a contemplar tal expresión de ciudadanía.
Como siempre, el tiempo se nos echó encima, y recuerdo con nitidez cómo estuvimos pintando con un bote de pintura negra, en el patio de casa y hasta las dos de la mañana de la noche anterior, una larga tela que habíamos comprado en Burgos. Fernando, que tenía alguna experiencia en Madrid en este arte gráfico, fue el que dibujó con elegancia las letras en aquel lema inacabable con el que recorrimos todas las calles del pueblo: Por la inmediata excarcelación de Nelson Mandela / Pedrosa contra el Apartheit.
Loren se dispone a introducirse en el museo por la entrada reservada a los "no blancos" (2014) |
El caso es que la manifestación recorrió las calles del pueblo, que se nos unió también algún que otro adulto concienciado y que logramos llenar de sorpresa a todo aquel que nos veía pasar vociferantes. Al menos, conseguimos transmitir cierta información sobre el Apartheit en Sudáfrica, como a aquel que nos preguntaba incrédulo que quién demonios era ese Nelson.
Como colofón a la marcha, Isidro subió al balcón del antiguo ayuntamiento a leer un discurso-manifiesto lleno de protestas y exigencias, con la ampulosa retórica que reclamaba la ocasión, y la plaza, ya abarrotada de gente, lo vitoreó con entusiasmo.
Por la tarde nos sometimos a la primera edición de la carrera de carretillas, que resultó brutal. Como no sabíamos lo duro que podía ser aquel ejercicio, diseñamos un recorrido de una extensión más del triple que la que luego se consolidó. Instamos al público a arrojarnos huevos, harina y lo que le pareciera bien, además de calderos de agua, claro está. Emplazamos varias pruebas a lo largo del recorrido, tales como extraer un caramelo con los dientes de un balde lleno de arena, o que el competidor sentado en la carretilla llevara dos fardos encima que lo aplastaban y le imposibilitaban toda visión. Todo ello para conseguir un premio que era la última edición del Diccionario de la Real Academia Española. Lo ganaron Jesús y Felipe, que llegaron exhaustos a la meta en el Teleclub en un cerrado sprint. La recuperación de aquel esfuerzo casi nos deja a unos cuantos sin verbena.
Así se consolidó un modelo de fiesta que se mantuvo durante unos años, hasta que otros llegaron para ampliarlo y mejorarlo.
Así se consolidó un modelo de fiesta que se mantuvo durante unos años, hasta que otros llegaron para ampliarlo y mejorarlo.
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En estos días de turbación y pandemia, por los inextricables caminos de internet y sus redes, me ha llegado esta fotografía, que no había visto nunca, y que aporto aquí como una pieza más del puzzle inacabable del recuerdo.