Cuando era pequeño, en aquellos remotos tiempos de la primera y segunda cadena de Televisión Española, la programación de la tele deparaba con frecuencia alguna sorpresa. Así, de repente, por la tarde, aparecían unos "minutos musicales" o una secuencia de dibujos animados o cine mudo, de duración imprevisible, supongo que para ajustar algún hueco entre los contenidos programados.
Para mí aquellos dibujos animados sobrevenidos eran como un dulce regalo inesperado que bien sabía que tenía que apurar con toda intensidad, porque en cualquier momento aparecería aquel telón de círculos concéntricos que acababa con el sortilegio: That's all, Folks! (¡Esto es todo, amigos!).
Hace algo más de un año por estas fechas, supongo que en un arrebato de morriña por mi pueblo y por tanta felicidad vivida en él, me dio por ponerme a contar historias, desempolvar fotos y recuerdos y actualizar interesantes aportaciones ajenas que tendían la mirada a su pasado remoto y más reciente. La verdad es que, como se dice ahora, a veces soy un poco intenso, y me puse como objetivo actualizar su contenido cada día o cada dos días.
En ese tiempo he ido rescatando, para hacerlo más accesible, el precioso material que fue acumulando Florentino en las páginas de Regañón, que, sin duda, constituye el núcleo más homogéneo y apreciable de lo aquí publicado. Pero también las entrañables poesías que Guadalupe fue remitiendo a aquella misma revista, algunas agudas aportaciones de mi partener en esta empresa, Jesús Borro, los sencillos poemas de Ascen, tan auténticos, y esa colección de fotografías de gran angular provistas por mi reportero gráfico favorito, mi sobrino Víctor, que ha escudriñado con su cámara todos los rincones del pueblo. Eso, y cualquier otra cosa que, relacionada con PDP, fuera cayendo en mis manos.
Por supuesto, ocupa un gran espacio, cualitativa y cuantitativamente importante, la oceánica obra poética de mi buen amigo Andrés, así como las inapreciables fotografías con que don Antonio dejó testimonio gráfico de los primeros años setenta del pasado siglo.
Se cuenta que cuando los persas invadieron, allá por el siglo VI a.C., la ciudad jonia de Priene, en la actual Turquía (por allí anduvimos hace unos años, y pudimos admirar su coqueto bouleuterion, hermoso símbolo de ciudadanía griega), toda la población huía desolada acaparando los pocos bienes con que podían cargar, pues la ciudad se consumía entre las llamas; todos salvo una persona, uno de los que se contarían entre "los siete sabios de Grecia", un tal Bías de Priene. Al verlo marchar tan tranquilo sin nada en sus manos, le preguntaron cómo abandonaba su hogar sin rescatar ninguna pertenencia. Según Cicerón, y vale la pena oírlo en latín, les respondió "Omnia mea mecum porto", que viene a significar que "todas mis pertenencias las llevo en mi interior". Los afectos, los recuerdos, la experiencia acumulada, las lecturas, los viajes, todo lo vivido... Uno no puede llevar las piedras de una casa sobre sí, pero sí el acogimiento y la ternura que sintió en ella. A aquella Pedrosa, yo, como Bías a su querida Priene, siempre la llevaré en mi interior.
Con esta entrada pongo fin a este abigarrado y un poco caótico aporte de memorias. Como suele pasar, de sus propósitos fundacionales no se ha cumplido prácticamente ninguno, pero creo que se han juntado unos cuantos textos e imágenes que pueden satisfacer la curiosidad y la nostalgia de quien por aquí haya pasado o pueda pasar en el futuro.
El blog aquí quedará (a veces estremece pensar dónde estará su soporte físico, tal vez en un ordenador gigante bajo el desierto de Nuevo México o en qué otro inhóspito lugar). Con frecuencia me divierte la paradoja de que podamos encontrar, leer y entender un papiro anterior a nuestra era y que cualquier avería o destrucción pueda llevarse por delante una cantidad impensable de información actual en estos tiempos nuestros de desaforado avance tecnológico.
En fin, aquí (sea donde sea ese aquí) quedarán estas casi setecientas entradas (nos quedamos un poco lejos del millón de historias que proclama su ampuloso título, ¡qué le vamos a hacer!), para el interés o la curiosidad de quien se adentre por estos pagos. Poco a poco, como sucede con todos los afanes humanos, se irá hundiendo en el océano cibernético como una brillante moneda en las aguas de un lago, hasta anegarse en su oscuro lecho.
Aunque tampoco descarto resucitar algún día de profundis, porque algún hallazgo histórico o alguna noticia sorprendente me azucen a salir. Nunca se sabe.
Muchas gracias por las palabras de aliento que me han llegado por más de un camino, han sido muy cariñosas y amables.
Por lo demás, y terminados los minutos de ajuste en la programación, como diría el atildado Bugs Bunny al final de alguna de sus aventuras, ¡Esto es todo, amigos!
Gerardo Manrique