lunes, 13 de junio de 2022

Mosaico de agosto


Por Florentino Escribano Ruiz, publicado en el número 49 de Regañón, diciembre de 2003


Agosto de 2003. Me acerco al pueblo de mis raíces. Celebro en familia los noventa años de mi madre, Petra Ruiz, que está preciosa. Verano caluroso, como en los tiempos de antaño. 

Las calles están limpias y arregladas. Teófilo, el nuevo jardinero, las cuida como él bien sabe hacer; su padre le acerca una cerveza para aliviar el cansancio. Los niños con sus bicicletas corretean de acá para allá, incansables. Los pocos jóvenes que quedan organizan sus fiestas de verano. El 15 de agosto el pueblo triplica su población para honrar en la ermita a la Virgen de la Olma y recordar a los difuntos. Se desahogan lágrimas de emoción y fe.

Cada mañana se oye la bocina del coche del pescado, o el de la fruta, el butano... todo a la puerta de casa. 

Cae la tarde y con ella se acerca la hora de la Misa de la tarde, del paseo a la ermita de La Olma y del encuentro en las bodegas. Llega la noche y con ella se enciende la nueva iluminación de las calles que muchas ciudades quisieran para sí.

La gente vive tranquila en la paz del hogar. Todo goza de una serenidad y de una calma aparente, pues por dentro de las casas están los enfermos, los ancianos, los problemas, las inquietudes de los hijos, los negocios, las cosechas, las responsabilidades y tareas de cada día. 

Una mala noticia enfría la sangre en las venas: el joven Fernando, hijo de Cipri y Mari, muere en un accidente mientras trabajaba cargando fardos de paja. Al entierro acude mucha gente de los pueblos de alrededor. La presencia joven se destaca. Rostros tristes y muchas preguntas en la mente. Su familia le llora y al mismo tiempo nos da un gran ejemplo de una fe madura. Todos le lloramos, pues con él se ha ido uno de los pocos jóvenes que representaban el futuro agrícola de nuestro pueblo.

¡Descansa en paz, Fernando! Desde el cielo también te necesitamos, lo mismo que necesitamos a otros jóvenes que se queden en nuestros pueblos a trabajar nuestros campos. 

Una exposición fotográfica despierta curiosidad y añoranzas de los personajes y vivencias del pasado. ¡Enhorabuena a los organizadores! Tengo la suerte en estos días de entrar en contacto con la buena gente de Valbonilla, Hinestrosa, Castrillo Matajudíos, Villaveta, Villasilos... ¡Cuánta belleza en sus iglesias! ¡Cuánta belleza en el corazón de sus habitantes!

Disfrutar del pueblo es un privilegio cada vez más sano; pero mirar sólo hacia atrás puede llevar a quedarse en las nostalgias de otras épocas que poco influyen en empujar la nuestra hacia el futuro y en promover el progreso esperanzador que con urgencia está llamando a las puertas. Por eso me atrevo a hacer algunas apreciaciones para que entre todos contribuyamos a mejorar nuestro pueblo. 

Otras luces

La iluminación nueva ha sido uno de los logros más notables de la anterior corporación del ayuntamiento. Las calles alumbradas con esa luz amarillenta envuelven a los edificios en un entorno cálido y casi místico. 

La plaza de la iglesia adquiere majestuosidad y nueva belleza. La calle de los juegos de mi infancia me parece como la Gran Vía de Madrid.

Los detalles de las fachadas, que aún mantienen los ricos adornos de la arquitectura rural, resaltan  con admirable elegancia. 

La Plaza Mayor, y las demás, ganan en recogimiento y gallardía.

Algunas personas salen a tomar el fresco de la noche. No puedo por menos que recordar aquellos tiempos donde las bombillas de antaño colgaban de muy pocas esquinas que no alumbraban más allá de cuatro palmos, pero los niños correteábamos por las callejas oscuras y polvorientas de aquel Pedrosa del Príncipe que todavía no había sufrido la lacra de la despoblación.

Por supuesto que ahora son tiempos mejores, pero de poco valdrán si no hay habitantes que lo puedan disfrutar. 

Felicito al señor alcalde y a todos los concejales en pleno, por el éxito conseguido en las mejoras aludidas, tanto de las farolas como del arreglo de las calles; pero, ¡faltan otras luces en el pueblo!, le dije al alcalde. 

- Pronto las podremos donde faltan, me respondió. Y yo continúo diciendo: No, si no me refiero a las farolas que faltan, sé que se pondrán. Yo me refiero a esas otras luces que iluminen iniciativas y proyectos de futuro para que el pueblo se llene de nuevas familias, las escuelas se llenen de alumnos y las calles vuelvan a tener el bullicio de los niños que puedan jugar todo el año. 

Sí, sé que es muy difícil y que quizá ni siquiera nuestros políticos mayores lo tengan en cuenta, o pero, hayan tomado ya la resolución de dejarnos en el olvido

Pero pienso que no nos tenemos que rendir y que nuestros pueblos, a través de sus ayuntamientos, deben esmerarse con toda urgencia para lucirse, y nunca mejor dicho, en promover proyectos de desarrollo que generen mano de obra estable para familias que quieran quedarse a vivir de su trabajo.

Y ¿cómo se hace esto? Pues contando y partiendo de lo que tenemos: tenemos un regadío maravilloso que puede ser explotado y rentabilizado de otra manera, con producción de hortalizas de todo tipo, productos ecológicos y biológicos asistidos por invernaderos y otras estructuras adecuadas para la confección, elaboración de productos derivados, que generen mano de obra y cuyos beneficios sean mayores a los que se producen en la actualidad.

Pienso que el ayuntamiento y otras entidades políticas, sociales, culturales... deben fomentar un cambio de mentalidad, a base de conferencias, charlas, viajes, ver experiencias en otros pueblos, crear asociaciones, dar subvenciones, ofrecer facilidades para la vivienda, para el arreglo de casas, cesión d terrenos par iniciativas productivas, ofrecer herramientas, materiales, transportes, mejorar las vías de comunicación...

Todavía estamos a tiempo y, si se intenta hoy, se podrá conseguir mañana. 

El retablo del señor cura

El cura de Pedrosa del Príncipe, Don José Álvarez, tiene madera de santo, pues desde que vino al pueblo no ha parado de meterse en líos para arreglar la iglesia, las campanas eléctricas, el arreglo de una columna, la defensa del arte religioso... este verano está metido en la restauración de unas obras de arte y sobre todo en el retablo plateresco, atribuido a la escuela de Diego de Siloé. 

Es un retablo muy original, pues además de su valor artístico hay muy pocos de este género en la provincia de Burgos. Por este retablo, dedicado a la Navidad de Jesucristo, hemos pasado todos los niños del pueblo, recién bautizados, en señal de ofrenda a Dios. 

Yo recuerdo, desde mis tiempos de monaguillo que la señora Leonor, comadrona que ayudó a nacer a muchos niños de mi época y anteriores, iba a todos los bautizos y después de que el curo había echado el agua sobre la cabeza del niño, se lo entregaban a la señora Leonor y ella le ponía encima de la mesa de este altar como indicando que cada vez que alguien recibe el Bautismo, se vuelve a repetir la historia del nacimiento de Jesús en otra persona que puede hacer que su vida sea como la de Jesucristo.

Volviendo al señor cura, ¿de dónde sacará dinero para esas obras?

Pues él se mueve entre instituciones públicas, culturales, civiles, de la iglesia, solicitando ayudas y cuando lo tiene claro se lanza a decirles a los feligreses lo que ha conseguido y lo que falta para cubrir todo el presupuesto.

Y aquí llega el problema: cuando hay que rascarse el bolsillo de cada uno, algunos del pueblo se retraen, otros con dar algunos euros se conforman; también hay quien dice que si las obras son de la iglesia que las pague la iglesia; otros no dan importancia a estas obras tan antiguas y no les merece la pena gastarse ni un céntimo...

Hay de todo, pero el cura no se rinde y sigue concienciando a la gente. Es fenomenal.

Yo desde aquí quiero agradecerle públicamente, tanto como a los otros curas que le han precedido, todo lo que han hecho y siguen haciendo para que la iglesia está en buenas condiciones. Él, ahora nos está haciendo descubrir los tesoros de arte y cultura que tenemos en el pueblo, y que son patrimonio artístico de todos, y por eso se implica.

El retablo no es del señor cura, es del pueblo. El cura no gana nada metiéndose en estos líos. Algún día se irá de aquí, pero permanecerán las obras de arte restauradas para que disfruten de ellas las generaciones venideras; pues es lo nuestro, son las joyas que nos han dejado en herencia nuestros tatarabuelos de hace 500 años. Don José nos está enseñando a apreciarlo y hace lo posible para que no se pierda.

Hay gente que no es del pueblo y que admira nuestros tesoros artísticos y da dinero para restaurarlos, ¿por qué nosotros, a veces, somos tan reacios? ¿Es que nos falta cultura para valorar lo que otros nos valoran?

En estas coas no importa ser creyente o ateo, de un partido político o de otro, aquí lo que cuenta es que tenemos en la iglesia el museo más vivo y rico que pertenece a todos los vecinos. Entre todos tenemos que conseguir mantenerlo y mejorarlo para transmitírselo, como nuestra mejor herencia, a los vecinos de otros 500 años. 

Con treinta euros (5000 pesetas) que pongamos cada persona, de alguna manera vinculada con el pueblo, seguro que se saca no sólo para completar lo que falta al presupuesto de este retablo, sino también para proseguir con la restauración de otras obras de arte que están urgiendo un arreglo antes de que se deterioren y desaparezcan para siempre. 

Nuestros descendientes nos echarían en cara nuestra dejadez e ignorancia. 

Pero a Don José, el cura, lo que más le interesa son las personas, por eso las cuida con mimo, las quiere y las restaura cuando las corroe el paso del tiempo por la enfermedad, la desgracia, la soledad... a veces muestra su enfado cariñoso con ellos, y con razón, porque no le responden como él quisiera; pero insístanos, Don José, pues necesitamos que nos lo repitan muchas veces para que lo entendamos. 

Gracias, Don José, por cuidar y embellecer los tesoros más grandes que hay en mi pueblo, tanto en las obras de arte de la iglesia como en las personas que la habitan. 

Los molinos del páramo

Es un espectáculo acercarse a ellos. Subir al páramo y encontrarse con estos gigantes modernos con sus lanzas abiertas a lo alto, da una sensación única. No me extraña que constantemente sea visitada por muchos curiosos como un reclamo turístico. Mis amigos italianos se quedaron entusiasmados, pero cuando llegamos a la plataforma de descanso y al mirador, el panorama fue desolador: el terreno lleno de hierbas, algunas mesas rotas, los arbolitos secos y descuidados, el mirador sin un banco para sentarse a admirar el espectacular paisaje de la vega...

Se nota que hay una muy buena idea, pero está aún en pañales. El ayuntamiento del pueblo debe exigir a la empresa de los molinos que ese espacio lo cuiden tanto como cuidan a los molinos. 

También se me ocurre que hagan un centro de interpretación para informar con métodos didácticos y tecnológicos sobre las características de la energía eólica. 

Si el pueblo, a través de sus autoridades, sabe unir con imaginación y tesón puede ser una fuente de afluencia turística ofreciendo además otras actividades culturales, visita a la iglesia, talleres en las escuelas, actividades deportivas, gastronómicas, las bodegas... Seguro que muchos maestros con sus alumnos vendrían a dar aquí la lección correspondiente, el pueblo cogería más vida y los molinos, ya que están ahí, serían más beneficiosos para todos. 

El ocio y los niños

Oigo bullicio en las calles. Me acerco a observar un grupo de niños y niñas que juegan animados por un equipo de monitoras jóvenes que presentaron al alcalde un proyecto de animación en tiempo libre. 

El ayuntamiento les ha financiado los gastos y hoy están terminando la semana. Son tres jóvenes monitoras que se llaman María Miguel, Margot Rojo y María Ángeles Arnáez. Estudian la carrera de Animación Sociocultural en Palencia y han tenido esta iniciativa para hacer prácticas de animación con los niños, aunque en otras ocasiones las realizan con mayores, en residencias, centros, etc.


Me dicen que les gusta esta profesión porque están un poco "locas", pero que se divierten y las encanta animar a la gente de todas las edades, para que aprendan así a disfrutar ocupando su tiempo de ocio de una manera constructiva. Las mueve la alegría de ver felices a los demás, conocer a la gente por dentro, conocerse a sí mismas, saber hasta dónde llegan sus posibilidades.  

¿Qué opináis de la Educación Infantil?

Pues vemos a los niños de hoy que carecen de iniciativas, están muy mediatizados por lo de siempre, la TV, los vídeos, los juegos de maquinitas, el consumo...

¿Cómo ha sido la experiencia?

Muy buena, nos gustaría repetir otro año. Hemos aprendido mucho de los niños y nos sirve para mejorar en nuestra futura profesión. 

Los niños, por otra parte, me dicen que se lo han pasado fenomenal y que las monitoras son muy simpáticas y buenas. A Óscar Alonso y a Víctor Yágüez les han gustado los juegos. A Suriñe Antolín la merienda y el baile. A Silvia Toledano le ha gustado la merendilla, el baúl de los disfraces, los juegos de los duendes. A Irene Manrique y a los hermanos Javier y Raquel Cremer Arenas les ha gustado la gimkana. Así, todos los niños se lo han pasado muy bien y, sobre todo, han aprendido a convivir y a disfrutar de su tiempo con juegos muy divertidos y más educativos.

Las monitoras terminan su programa lanzando por la ventana unos cuantos puñados de caramelos. Es una fiesta. Los niños se expresan cogiéndolos entre gritos y sonrisas. 

Algunos padres observan la escena, agradecidos, porque también en verano sus hijos han tenido la oportunidad de vivir en el pueblo algo que sólo la magia de este ambiente puede dar. 

¿Quién sabe si algún día, gracias a estas experiencias, sus hijos sabrán utilizar su tiempo libre de una manera mucho más constructiva que muchos jóvenes de hoy?

Necesitamos en los pueblos personas que nos animen a salir de la comodidad y de la apatía de nuestro individualismo para  hacer juntos una convivencia más socializadora y constructiva.

¡Enhorabuena a las monitoras y al ayuntamiento por apoyar estos proyectos!

Llego a casa. Es casi de noche. Me encuentro con la señora Consuelo. Charlamos un rato sentados en el banco de la puerta de su casa...

Por fin, acabo de llegar a la ciudad de mis fatigas y me entero de que acaba de morir mi buen vecino, Florencio Alonso, que tanto trabajó con las mulas. Los años y el desgaste no perdonan. con él se va otro San Isidro Labrador. El pueblo se queda más vacío, pero en el cielo brilla una nueva estrella. 

También el mes de agosto se acaba y todo sigue en su curso normal; pero hay algo en el ambiente que me dice que todo lo que se vive intensamente merece la pena repetirlo.