Por F.M., publicado en el número 29 de Regañón, octubre de 1998.
Hace aproximadamente veintiséis años que llegó por primera vez a nuestro pueblo de Pedrosa, para hacerse cargo de la parroquia y ponerse a disposición de sus feligreses, una gran persona, un gran sacerdote. Veintiséis años, amigos, parecen muchos, pero qué cortos se hacen, y es que cuando ambas partes está contentas, cuando ambas partes se aman, cuando ambas partes comparten alegrías y tristezas, el tiempo vuela. Y ese tiempo, inexorablemente, ha llegado a su fin. Y esa gran persona, ese gran sacerdote, D. Ireneo, se nos marcha. Tal vez cuando más confiados y seguros estábamos de que iba a ser para nosotros y para siempre. Pero el hombre propone y Dios dispone.
Y ha querido el Señor que otras parroquias tengan el honor de conocerle y tenerle con ellos. Sólo nosotros tras conocerle sabemos lo que se llevan.
En estos momentos de tristeza, parece que es aconsejable mirar hacia adelante, pero éste es un momento especial, hay que mirar atrás para recordar las grandes cosas que esta persona hizo fuera de su ministerio sacerdotal por Pedrosa. Con qué interés preguntaba y vivía sus problemas, con qué dedicación prestaba sus servicios con tal de ver el progreso del pueblo y de sus habitantes, pues él siempre decía: "Si el pueblo me necesita, dejo las cosas que estoy haciendo en otro lugar y voy con vosotros". Pronto tuvimos la dicha de comprobarlo.
Por resaltar algunas de las cosas, diremos la gran obra del regadío, donde él procuró lo mejor, haciendo su trabajo y dando su consejo. En la secretaría del Ayuntamiento, poniéndose al servicio de sus ciudadanos a cualquier hora, trabajando también incansablemente hasta poner al día todos los atrasos de un mal servicio anterior, dando confianza al alcalde y los concejales, demostrándoles que todo ahora estaba en buenas manos. Gracias por todo, don Ireneo, y disculpas por no haber tal vez correspondido como usted se merece.
Y cómo sacerdote, qué podemos decir, si hasta los que nos visitaban nos lo decían: ¡Qué gran sacerdote tenéis! Y nosotros qué contentos nos poníamos porque lo sabíamos y lo vivíamos. Su sencillez, su claridad, su palabra tal vez corta, como debe ser, pero llena de contenido, nos llenaba de satisfacción.
Hay que recordar también el arreglo de la cubierta de nuestro templo, que él más que nadie, porque atento a todo se dio cuenta de su deterioro, pidiendo colaboración personal y económica a sus feligreses, tal vez lo mínimo, lo demás él se encargaba de buscarlo para culminar otra gran obra.
Y en su ministerio sacerdotal, nosotros, como Iglesia que somos, ¿le hemos ayudado algo? ¡Qué poco! Pero creo que en estos grupos sinodales que hemos tenido durante estos tres últimos años algo se nos ha quedado y es que la Iglesia, como él nos decía, no son sólo los curas ni monjas, Iglesia somos todos los bautizados y todos tenemos que colaborar, y si no lo hemos hecho, hagámoslo en el futuro; aunque tal vez tengamos para ello que prepararnos para una mejor formación.
Y ya para terminar, decirle, don Ireneo, que en nuestro corazón hay un lugar en que usted ocupará con privilegio, y que cuando en el día del Señor el nuevo sacerdote nos ofrezca el Cuerpo de Cristo, nuestra oración saldrá de ese corazón para pedir por usted y los suyos, para que Dios les dé lo mejor.
Ofrecerle también nuestras casas, que como dice el himno a nuestro pueblo, "serán posadas sin cerrar y sus calles caminos para volver".
Un abrazo y hasta siempre.
Al nuevo sacerdote, palabras de bienvenida diciéndole que su antecesor le ha puesto el listón muy alto, pero que aquí nos tiene para ayudarle y ver si podemos llegar a esa altura.