Puerta del sagrario, en la iglesia de San Juan Evangelista de Santoyo. |
Entre las muchas rutas que he ido perfilando, hay una que nunca deja indiferente al visitante. De Astudillo lleva a Santoyo, y de Santoyo a Támara. Según la época del año o la curiosidad del viajero, se pueden agregar el rollo de Boadilla del Camino o el "as en la manga" de San Martín de Frómista. Y hasta Villalcázar o Carrión, si se tercia, también en la ruta jacobea.
Todos estos lugares contienen un enorme atractivo, pero tal vez el que más anonada, por lo desconocido, inesperado y brillante, sea la iglesia de san Juan Evangelista de Santoyo, todo un manual de Historia del Arte en piedra y madera.
Pero ahora no se trata de pasar revista a su enorme exuberancia histórica y artística, algo fuera de mi alcance. Me conformo, y ya es bastante, con compartir un detalle que siempre me sorprende cuando nos dejamos caer por allí. Se trata de la puerta de su sagrario, una pieza que es, casi en sí misma, todo un monumento, si no fuera por estar inserta en uno de los retablos más ricos y mejor adaptados a su entorno que conozco.
La puerta del sagrario, el verdadero sancta sanctorum del templo, está adornada con un relieve de la última cena. Lo original es que, tal vez por las exigencias del espacio, al artista se le ocurrió presentar una perspectiva aérea de la primera eucaristía. No faltan los detalles esenciales, como ese tan tierno que se cuenta en el Evangelio de San Juan (13.23): "Estaba recostado en el regazo de Jesús uno de sus discípulos, a quien Jesús amaba" o Jesucristo bendiciendo los alimentos (un cordero, dos jarros de vino y bollos de pan), que parecen más propios de este rincón de Castilla que de Palestina.
Y sorprende la rigurosa adaptación al marco, que tiene hacinados a los apóstoles alrededor de una mesa redonda (que tanto contrasta con la imagen tradicional derivada de Leonardo, en una holgada tabla longitudinal) en una perspectiva aérea casi imposible.
Creo que este relieve justifica por sí solo coger el coche, darse una vuelta a Santoyo, aparcar en la plaza y dedicar un rato a su iglesia.
Texto: Gerardo Manrique