martes, 23 de noviembre de 2021

Jesús


Jesús era un espíritu libre. Un día del mes de octubre de 1989 coincidió que venía yo con la cámara de fotos de vete a saber dónde y lo vi a la puerta de su cortijo, como él solía referirse, con admirable autoironía, a su infravivienda, de la que hoy sólo queda el solar. Amable y risueño, como casi siempre, no tuvo ningún reparo en dejarse retratar.

Nuestra juventud coincidió unos años con su juventud eterna, y más de una vez compartimos los sagrados misterios de Baco. De vuelta, en medio de la carretera, aún lo estoy viendo pontificar con los brazos extendidos: ¡Paz en el camino! Y yo le contestaba, para que no decayera la solemnidad, con un hexámetro pagano que acababa de arrancar de la Eneida de Virgilio: Adsit laetitiae Bacchus dator, et bona Juno! (¡Que Baco, dispensador de alegría, te sea propicio, y la buena Juno!). 

Con el tiempo he entendido mejor el precio a pagar por aquella radical libertad de espíritu. Espero que le valiera la pena.