martes, 12 de octubre de 2021

La limpieza de la ermita


No hay edificio más entrañable en nuestro pueblo que la ermita. Retirada con recato a cierta distancia del caserío es como si fuera un producto más de la tierra, que hubiera germinado en piedra. Custodia la memoria de nuestros antepasados, que reposan para siempre a su amparo, amarrados a sus sillares como si no se hubieran ido del todo. 

La sencillez de su fábrica, su apartamiento, la intensidad emocional que transmite la presencia de tantos seres añorados que descansan a sus pies la convierten en un lugar propicio para la confidencia, para un trato más íntimo y directo con la divinidad.

Por eso la ermita ha atraído desde siempre una gran devoción y cariño, y se la ha conseguido preservar y mejorar, a pesar de lo difícil que resulta el mantenimiento de los edificios religiosos en los pequeños pueblos de Castilla, tan ricos en patrimonio y tan pobres en población. Nuestra ermita, a pesar de su modestia, tiene unas dimensiones mayores que la media de estos edificios, con una sola nave que se alarga longitudinal hasta el altar y el retablo en el que se venera la imagen de la Virgen de la Olma.

Pues bien, para mantenerla limpia, en una tradición transmitida de generación en generación, ayer se dieron cita un grupo de jóvenes (con mayoría de mujeres, claro está, pero con una activa presencia masculina también) en una afanosa brigada de limpieza que la ha dejado impoluta para albergar los próximos eventos religiosos (el primero de ellos, el rosario de la tarde del uno de noviembre, día de Todos los Santos). 

En la fotografía, tomada desde el coro, se las puede ver en plena faena. Un testimonio interesante para verificar que las cosas no se hacen solas, y también de lo gratificante y efectivo que es el trabajo entusiasta y colaborativo.