Por Guadalupe Mínguez
(publicado en Regañón, número 42, enero de 2002)
Hoy mi voz se hace canción
a esos pueblos de Castilla,
donde todo es paz y calma
de la una a la otra orilla.
Rompe el silencio el tractor
anunciando a los vecinos
que un nuevo día levanta.
Yo, en Pedrosa del Príncipe,
lo canto con mi garganta.
¡Pueblos de Castilla,
pregoneros del trabajo,
de sementeras y arados,
de viñas y regadíos,
de páramos y secano!
¡Pueblos de Castilla,
de hombres que casi todo lo saben:
de sus lluvias y sequías,
de heladas y de sembrados;
siempre mirando hacia el cielo,
con ánimo esperanzado.
de hombres que casi todo lo saben:
de sus lluvias y sequías,
de heladas y de sembrados;
siempre mirando hacia el cielo,
con ánimo esperanzado.
¡Recios pueblos de Castilla
donde la tierra se labra
depositándose en ella
las semillas de esperanza!
Crecerán entre los surcos
miles de espigas doradas,
que, cual milagro del cielo,
convertirá en pan
su blanca harina amasada.
Pan, alimento del hombre,
pan, alimento del alma,
pan que cuando se comparte
en ninguna mesa falta.
pan, alimento del alma,
pan que cuando se comparte
en ninguna mesa falta.
Una iglesia en cada pueblo,
y en cada pueblo su ermita;
parece el cielo más cerca
cuando a la Virgen se admira.
y en cada pueblo su ermita;
parece el cielo más cerca
cuando a la Virgen se admira.
A esa Virgen de mi pueblo
que de la Olma se llama;
que a todos protege y cuida
cuando a sus plantas se aclama.
que de la Olma se llama;
que a todos protege y cuida
cuando a sus plantas se aclama.