Esta fotografía fue tomada allá por mayo del 2010, en una helada de primavera, en el paraje que conocemos como Guadeguadina (nótese la raíz árabe para “río”, presente en hidrónimos tan notorios como Guadiana, Guadalquivir, Guadalete o Guadalorce). En lo que en su día pudo ser un capricho del cauce del Odra o una extensión del río por un terreno bajo sometido a inundaciones en épocas de crecida, prolifera una colonia de árboles que, hasta donde dan mis miserables conocimientos de botánica, me atrevería a decir que pertenecen a la especie del olmo blanco (populus alba), un tipo de árbol elegante y altivo. El lugar, por su hondura y apartamiento, ha sido utilizado con frecuencia como moledero.
La fotografía registra, como todas, un instante irrepetible. La distinta densidad del hielo ha compuesto una especie de paleta de pintor, con distintas tonalidades. Llama la atención la suavidad de los contornos del hielo y esa especie de ribete negro que los bordea. El tronco del árbol, firme, se proyecta en su reflejo hacia la profundidad del agua y contrasta con la ligereza y desorden de la maleza atrapada por el hielo a su alrededor.
Sorprende encontrar una composición tan bella y efímera en un vertedero encharcado.
Gerardo Manrique