martes, 1 de junio de 2021

Gildos

Tengo un primer plano de Gildos conseguido con mi antigua Canon y su potente objetivo (perversa herramienta de mi timidez), como tengo también el retrato de algunos otros personajes históricos de Pedrosa, que fui atropando en una especie de difuso plan para salvar de la bruma del olvido al pueblo de mi juventud. En cierto sentido, esa fotografía lo resume, aunque tal vez sólo para quienes lo conocimos: gesto altivo, displicente, socarrón. 

La brusca reducción de su intimidante nombre, Hermenegildo, era toda una declaración de intenciones. Alto y arrogante, como su nombre, pero parodia de sí mismo, como su hipocorístico abreviado. Padecía un género de parálisis en uno de sus brazos, que le daba un cierto aire de deformidad circense, al que aportaba también lo suyo su espíritu siempre faltoso y burlón. Yo no podía evitar asociarlo al hermano del rey Recaredo y herramienta clave en la ortodoxia católica de la vieja monarquía toledana. Creo que algún día le hablé de Leovigildo y del cisma visigodo, y del peso del nombre que le habían puesto al nacer. Cosas que a él le importaron bien poco.  

Siempre que nos cruzábamos, a despecho de la diferencia de edad y de intereses, nos deteníamos a charlar un rato. Era fácil verlo bajar al Teleclub por mi calle, o remontándola, de vuelta a casa. Lamento no guardar memoria de un par o tres lugares comunes recurrentes con que nos gustaba provocarnos, aunque creo que alguna que otra vez también hablamos en serio. 

Por esas razones insondables que costaría tanto poner en orden, era uno de los símbolos de Pedrosa, como Remache, Jacinto, la Fortu, la Flugen y tantos otros que nos han ido abandonando con discreción a lo largo de los años. 

Pero no se han ido del todo, porque ahora mismo les estoy dedicando mi recuerdo, por impreciso y banal que este sea. Sus fantasmas aletean arrastrados por el fuerte cierzo de invierno y cuando menos lo esperas se dejan sentir. Non omnis moriar

Gerardo Manrique