El tono de la entrevista me persuadió, por fin, a comprar el libro, al que ya iba siguiendo la pista hacía tiempo (confieso que apenas me dejo caer ya por las librerías, yo, que otrora las frecuentaba con fervor religioso). Y fue una gran decisión, porque hacía tiempo que no disfrutaba tanto de una lectura.
Me temía, no sé por qué, otra deslavazada relación eruditoide de cosas ya leídas o sabidas. Pero no. Ya desde el arranque se percibe la voluntad literaria de componer una especie de gigantesco libro de aventuras, muy alejado de una áspera sucesión de datos. Hay mucha información, sin duda, mucha erudición, pero engastada en el conjunto con tal suavidad y maestría, que nada estorba ni incomoda. La autora sabe evitar las notas a pie de página, que sabotearían el formato y el espíritu de novela que ofrece la obra. De manera inteligente encomienda toda esa abundantísima (y muy docta) información a un apéndice final. Y deja discurrir sin estorbos la mayor aventura que existe, la de la transmisión a través de los siglos de los saberes que han venido a componer nuestra cultura.
Así, con una prosa delicada, con un sabio engarce entre la historia antigua y sus correlatos modernos (singularmente su pasión por el cine), con apelaciones íntimas y familiares a su vivencia personal de la cultura, toda esa erudición va fluyendo con clarividencia y elegancia a lo largo de sus más de cuatrocientas páginas. Tal vez la argamasa que todo lo sostiene sea su apasionado amor por la lectura y su interés por bucear hasta el origen de esa pasión. Porque el ensayo no se acota a una historia de la escritura, ni siquiera a una historia de la cultura (una suerte de nueva Paideia), sino que da cabida también a sensaciones y emociones personales, valoraciones de cualquier aspecto de la vida, una variopinta suerte de anécdotas de todo tiempo y lugar, incluyendo las más actuales. Un vasto universo de interconexiones entre el pasado y el presente, entre las distintas artes, entre la historia personal y la colectiva, una totalidad nada fácil de reducir a un género literario.
Entre sus valores vuelvo a destacar el de la clarividencia. La autora se ha hecho muchas preguntas, las que nos hacemos todos cuando tropezamos con alguna dificultad en la interpretación del mundo clásico. Pero ella ha peleado por establecer siempre una teoría sencilla que dé razón de planteamientos y dudas difíciles. Y eso es muy meritorio, por mucho que, tal vez en alguna ocasión, pueda simplificar o novelar en exceso.
Y desde luego maravillan sus infinitas lecturas y la paciencia para haber atesorado tantas referencias, que sabe ajustar en el texto con mano quirúrgica, sin trabarlo nunca o hacerlo cargante. Como decía un compañero de trabajo, es un ejemplar que merecería ser convertido, por su rigor y amenidad, en libro de texto de varias disciplinas (Lengua y literatura, Historia, Filosofía, Cultura Clásica, etc.).
En fin, creo que no puedo decir nada mejor del libro que el ser la gran obra que (sea dicho a título de simple recurso laudatorio) me hubiera gustado escribir a mí mismo. Su enorme éxito de ventas (¡un ensayo sobre la escritura!) así lo avala sin paliativos.
Gerardo Manrique