sábado, 4 de abril de 2020

Nunca me desmayo, porque no estoy segura de caer con elegancia

En Testigo de cargo, además de la genialidad y el fino sentido del humor de Willy Wilder detrás de la cámara, hay un duelo portentoso entre un actor y una actriz que usan la misma munición, el sarcasmo más sutil. Se trata de Marlene Dietrich quien, a despecho de un final no muy afortunado, mantiene el resto de la película un tono de frío y distante autodominio que resulta totalmente intimidador, y la huraña inteligencia de Charles Laughton, Sir Wilfrid, el abogado defensor de su marido. En el crepúsculo de su carrera, enfermo y hastiado de todo, demasiado hecho a sus pequeños vicios como para ceder ante el acoso de una hiperactiva enfermera, se embarca en el único estímulo que le puede resultar excitante: una causa perdida.Tan intenso y atractivo es el combate entre los dos que la gran actuación de otro gigante de la pantalla de aquellos años, Tyrone Power, el acusado del asesinato de la rica e incauta viuda sobre el que se celebra el juicio, queda muy en segundo plano. 

La impresionante aparición de Marlene Dietrich, a la que preceden sus palabras.

Todas las evidencias incriminan a Leonard Vole, y su defensa es una misión sólo al alcance de un genio de la abogacía, como Sir Wilfrid. Uno de los testimonios que pueden ser clave en el proceso es el de su esposa, una alemana endurecida en mil batallas a quien Leonard conoció en un tugurio alemán mientras combatía en la Segunda Guerra Mundial. 

Cuando Marlene llega a la casa de Sir Wilfrid, este, parapetado en el dispositivo mecánico con el que salva las escaleras, está advirtiendo a su socio de las prevenciones que tiene que tomar para cuando llegue la señora Vole (licor y sales para evitar el desmayo y los previsibles actos de histeria propios de una esposa desesperada). Pero lo que aparece ante sus ojos es una bellísima mujer madura, elegante y arrebatadora, que aniquila con una frase llena de afilada ironía todos esos resabios machistas:

Creo que nada de eso será necesario. Nunca me desmayo, porque no estoy segura de caer con elegancia...

La agilidad de pensamiento y la habilidad verbal de Sir Wilfrid son infinitas, pero no se esperaba una contrincante de ese nivel.

Iohannes Neoptolemus