lunes, 6 de enero de 2020

La noche de Reyes

Escribo esto el día de Reyes, ya lejos de mi pueblo. Anoche pude asistir, una vez más, al entrañable festival que, a despecho de todas las amenazas que sobre él se ciernen (la célebre retahíla resumida en la poco feliz expresión "España vaciada"), año tras año no solo acude puntual a su cita, sino que cada vez parece que con más brío.

Fran y Almudena hacen de panaderos en la noche de reyes, casi tres décadas después

Edu, en uno de sus míticos monólogos
 (Noche de Reyes de 2011)
El inextingible entusiasmo de Mariángeles y sus colaboradoras hace posible el milagro todas las vísperas de Reyes. Con los años se ha ido consolidando un modelo en que no falta la breve representación teatral sobre el nacimiento de Jesús, los ya famosos monólogos (en los que Edu sentó cátedra en su día y que en las últimas ediciones ha asumido Natalia con no poco desparpajo), el telediario, que en este curso volvieron a retomar, con más desenvoltura que nunca, Jorge y Rodrigo, y la inefable entonación de un villancico por parte de los más pequeños (ayer contamos dieciséis), que acaba con esa hermosa ficción esperanzada en sus tiernas voces: "Los niños de Pedrosa del Príncipe les deseamos una feliz Navidad y un próspero 2020". Y muchas cosas más a lo largo de tantos años, que sería demasiado prolijo relacionar aquí. Luego salen los niños con sus regalos y la algarabía llena el Teleclub antes de que los Reyes salgan a cantar. Todo un espejismo, pero que se puede palpar con los dedos.

Ayer nos deleitaron con la feliz idea de recuperar una representación que había tenido lugar tres décadas antes, y los mismos actores y actrices que entonces. Todo un guiño a la continuidad de nuestras tradiciones. 

Mariángeles, siempre al quite, en la sombra.
Luego aparecen las majestades y los pajes más hippies que se han visto por Belén, a los que las greñas ocultan el rostro, cargados de unos regalos que se reparten nominalmente, tanto a niños como a adultos, y cuya entrega se concluye con una densa pedrea de caramelos. En años anteriores los reyes entraban entre una densa humareda y el brillo de las bengalas, otra escena difícil de olvidar.

Yo recuerdo de muy pequeño ver pasearse a los reyes aupados en sus cabalgaduras, flanqueados por pajes con teas ardientes y una suerte de belén viviente, improvisado a la entrada del Teleclub. Aunque, la verdad, ahora mismo no me atrevería a decir si lo viví o lo soñé. 

Y lo que se hunde en el tiempo es la tradición de "cantar los reyes" que, al parecer, ejecutaban los pastores para hacerse con un modesto aguinaldo, pero que nosotros hemos conocido ya a cargo de los quintos (en el amplísimo sentido de la palabra) del año en cuestión, también con la esperanza de ser correspondidos a la mañana siguiente con la recompensa suficiente para improvisar una buena merienda en las bodegas. 


Yo formé parte del elenco que berreaba en nuestros tiempos durante varios años. Años en los que la tradición entró en crisis y a punto estuvo de extinguirse, pues primaba la noche de sábado en las discotecas de Melgar sobre aquella procesión de jovenzuelos ateridos de frío desentonando entre los efluvios del alcohol. Ediciones que aún recordamos con frecuencia por lo accidentadas e irreverentes que llegaron a ser. Pero, con todo, y como tanto se nos decía, al menos "que se mantenga la tradición". 

Los más peques poco antes de entonar el tradicional villancico (Noche de Reyes de 2012)

Como en muchas otras cosas en PDP, la tradición no sólo se mantuvo, sino que se mejoró sustancialmente con las generaciones que siguieron, que asumieron su papel con más profesionalidad, decisión y, es posible, amor por su pueblo, ahora que se le ve cada vez más amenazado por la despoblación y el abandono. 

Pero nos quedaremos con esa imagen cada cinco de enero: una pléyade de niños y niñas descendientes de Pedrosa con una ilusión desbordada, que viven la mejor noche de reyes del mundo. 


Los animosos reyes, preparados para desafiar a todas las inclemencias.