Como quien encaja la última pieza que corona un desmesurado retablo barroco, una radiante Uma Thurman ha culminado su venganza imposible y conduce su coche, que deja una turbia estela de polvo, hacia una intensa felicidad. Va acompañada de BB, su hija de rizos de oro, y de la implacable catana de Hatori Hanso, a los sones de una desgarrada versión mexicana de Malagueña Salerosa.
Como si se tratara de unos nuevos trabajos de Hércules traídos a estos tiempos modernos de exaltación de la mujer, las hazañas inconcebibles, el dolor y la furia ya han cesado y la heroína ha ganado la inmortalidad. Todo vuelve a su ser, a su orden natural, después de la intolerable intromisión de la vanidad y los celos:
"la leona ha vuelto con su cachorro y todo está bien en la selva".
"la leona ha vuelto con su cachorro y todo está bien en la selva".
Tarantino da término, con un rendido homenaje a su idolatrada actriz, al sorprendente friso de imaginación, cultura cinematográfica, música y arte popular que se desarrolla a lo largo de las dos entregas magistrales de Kill Bill, una de películas más hipnóticas de la historia del cine.
Iohannes Neoptolemus