jueves, 14 de febrero de 2019

El arbotante


Hay varias cosas en esta fotografía. La primera, es que la nieve (nevaba copiosamente en el momento de ser tomada, allá por marzo del 2016) se ha apoderado de todos los elementos, salvo de los verticales, y parece haber borrado los contornos de la piedra: la cruz del campanario flota en la albura.

Luego están los juegos de volumen, la contundencia cuadrangular de la sacristía (irrespetuosa con el diseño original del templo tardogótico) contrasta con un ábside que pretende cierta airosa elegancia, contenida por severos contrafuertes que temen el peso de la pared y mutilada por los cegados ventanales (se los imagina uno adornadas sus ojivas con cristales de colores). Un gótico pesado, inseguro, poco dado a la aventura.

Pero el detalle que más asombra es el aparatoso arbotante, que descarga el peso de la pared en un robusto pilar exento. Por los restos que aún quedan, se ve que en su lugar hubo un contrafuerte más, del mismo estilo que los que aún sobreviven al paso del tiempo. Pero que, no se sabe cuándo, o se fue deteriorando o se tuvo poca confianza de su freno, y así se contuvo la fuerza de la pared con este vistoso arabesco, este único arbotante que, aunque naciera con una función tan práctica, nos dejó en su vuelo el trazo más elegante de la iglesia, por mucho que se vaya a detener en un insobornable muro de piedra. 

Isidro siempre ha valorado mucho este arbotante, que con el retablo de la epifanía que adorna la nave del evangelio, le parecen los mayores atrevimientos estéticos de nuestra modesta iglesia, a la que no le beneficia estar rodeada por doquier en los pueblos comarcanos de grandiosas basílicas cuajadas de belleza y tesoros artísticos. 

Creo que, en todo caso, la nieve (que fue tan fugaz) embelleció toda esta escena aquel día de marzo. 

Gerardo Manrique