Haremos Historia preparando la logística de la comida en la fiesta del Orgullo raposo |
En 2010 siguieron los mensajes de intensa autoestima. El título de la fiesta, tal vez inspirado en otros famosos orgullos, fue Orgullo raposo y en la camiseta un lustroso raposo sostenía una especie de estandarte con el escudo del pueblo (este sí, el bendecido por los heraldistas, y no aquella quimera del Nec temera nec timida), y con un apunte en la parte inferior: 2010, campeones del mundo. La fiesta no había perdido del todo su atención a la actualidad y al final se pudo festejar en diferido el "A por ellos".
Este año le tocó al Comité dar el pregón desde el escenario del conjunto musical. Tuvimos ese honor el que esto escribe y el eximio poeta de Castilla, Andrés Rastrilla, quien compuso un emotivo poema para tal ocasión. Como soy de los que guardan, tengo ambas piezas a mi mano, y creo que viene a cuento reproducirlas aquí, por si hay alguien con ganas, tiempo y paciencia para echarles una mirada.
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Andrés en plena alocución poética, flanqueado por los numerosos miembros del Comité. |
Poema de Andrés:
El
estigma del tiempo
por
fin ha brotado,
la
unión y el ingenio
renacen
de aquel ayer.
Recordemos
tiempos pasados
de
aquellas fiestas
y alegres veranos,
guateques
y juergas
despertando
el amanecer
reviviendo
aquellos años
de
peculiares remangos
y grandes apaños.
El
banco de la floresta,
los
trajes de nitrato,
cazuelas
y cases
para
pasar el rato.
¡Y
cómo no recordar
con
mucha alegría
las
patadas que dábamos
a las botellas de lejía!
Los
ratos pasados
donde
la Fulgencia,
que
con buena cara
y un aguante sobrado
se
armaba de paciencia.
Por
eso y por tantas
cosas
que no cuento,
con
fuerza y con sentimiento
hacen
más grande este cordel.
Por
tres décadas de diversión
vestimos
de verde laurel
chicos
y chicas…
La
unión hace la fuerza
y la fuerza hace el poder.
Por
eso… ¡ que continúe la fiesta
y que viva el Comité!
La comisión electoral del Rey y Reina de las fiestas, con exigua cuota masculina, haciendo el recuento |
Discurso de Neoptólemo:
Ciudadanos
y ciudadanas de Pedrosa del Príncipe, visitantes de otras procedencias que nos
honráis esta noche aquí con vuestra presencia. Este año recae en el Comité el
alto honor de pregonar la fiesta del verano, que con ésta alcanza ya su
vigésimo cuarta edición.
Veinticuatro
años, más de la mitad de nuestra vida, ha comparecido puntual en nuestro
pequeño pueblo esta singular fiesta, única en el mundo que cambia cada edición
de nombre. Una fiesta que surgió para reunirnos y escapar por unas horas de lo
cotidiano, de lo previsible, de lo tedioso, de todo lo que nos obliga con su
impaciente reclamo. Nos juntamos en aquellos días para entregarnos a la
seducción del desenfreno, de lo absurdo, de lo irreal.
Esta
noche, en esta plaza, ya hay muchos jóvenes que no han conocido Pedrosa sin su
fiesta del verano, que han esperado cada año con impaciencia el diseño y color
de la camiseta, la excitación de la carrera de carretillas, la ocasión de
volver a ver a los amigos durante la comida o en la verbena. Poco a poco, se
nos ha ido colando en el calendario de las citas ineludibles este fin de semana
de principios de agosto, como un tributo ritual a los grandes momentos vividos
en nuestro pequeño pueblo.
Nuestro
pequeño pueblo. Algunos de los que hoy estamos aquí encaramados fuimos de los
últimos en nacer en Pedrosa. Aprendimos nuestras primeras letras, durante
aquellos años de máxima felicidad, en sus escuelas, que tanto dolor nos produce
ver ahora sin niños. Un pueblo sin niños es como una rama tronchada, ¡cómo se
echa de menos su alboroto, su atolondrado afán! Estos días vivimos el
espejismo de verlos en tropel por las calles, nos alegran el alma y evocan
nuestra infancia. Pedrosa era nuestro universo, todo empezaba y acababa aquí.
Sus ríos, sus rastrojos, sus majuelos, su regadío, su páramo, sus bodegas:
aquel mundo que nos parecía infinito y eterno, estático, para siempre. Pero ya
lo advirtió el sabio griego, hace más de veinticinco siglos: vivimos la ilusión
de la permanencia, todo fluye en un cambio incesante, nada resiste inalterado.
Fue
de adolescentes cuando comenzó a fraguarse el Comité, en que nos juntábamos, y
en que tanto disfrutamos, los que pasaban aquí todo el año, los que iban y
venían de sus estudios, y los hijos de los que en su día emigraron a otros
lugares, pero que aún seguían sintiendo la llamada poderosa de su vieja tierra.
Unos treinta, entre chicos y chicas, enfadados entre sí algunas veces, otras
enamorados, juntos y separados, pero casi siempre pasándolo bien. Noches de
verano interminables, de las bodegas a nuestro santuario, el viejo café de la
Fulgen. Pero… pero ¿Quién podría pensar entonces que algún día dejaría de
existir la Flugen? Era más probable una guerra nuclear, el fin de nuestra
civilización, o que España ganara un mundial de fútbol. Éramos audaces, no
temíamos al tiempo. Las partidas de frontón, las pasiones, ungidas con el
alcohol de los bares de Astudillo o Melgar… La energía desbocada, insultante,
retadora e inclemente de la juventud.
Fuimos
creciendo, y tuvimos que dar la razón al sabio griego: todo cambió. Muchas de
las personas que componían aquel escenario se fueron para siempre, muchos de
aquellos que aplaudían nuestro recital poético o se asombraban de cualquiera de
nuestras extravagancias juveniles. Eran esos años en que seduce la impiedad, el
escándalo, la rebeldía: el Comité anti
misas. Esos años en los que aún no se sabe que la vida va en serio, y en
que se cree que todos los que nos precedieron o eran unos ignorantes o estaban equivocados. Muchos
de los de entonces ya no están, pero otros han llegado, toda esa chavalada que
poco o nada entiende de lo que estamos diciendo, este montón de niños, hijos
nuestros, prestos ya a vivir su juventud con nuestra misma insolencia. Nuestras
esposas, nuestros maridos, a los que ya fatiga el relato de tanta vieja gloria.
El mismo pueblo cambió: se embelleció, se modernizó, pero al triste precio de
despoblarse y entristecerse cada día más. Se agolpan los recuerdos, punza la
nostalgia, podríamos llenar la noche de mil historias. Pero estamos de fiesta,
dejemos de lado las memorias tristes…
Porque,
sea como sea, aunque sólo quedara su nombre, Pedrosa siempre será nuestro
pueblo, siempre será el lugar donde algún día, en esos instantes mágicos que de
tanto en vez se dan en la vida, apuramos la copa de la felicidad de un trago y
a ciegas. Nuestro vínculo sentimental es incondicional, irrompible, no podemos
(ni queremos) huir de nosotros mismos, de nuestra esencia.
Y
aquí seguimos, el Comité, dispuestos a bailar rock and roll con tanta energía o
más que los de dieciocho, a sentir el mismo arrebato que aquellos primeros años
de la fiesta en la explanada del teleclub, saltando sin parar con Loquillo, Alaska
o ACDC…
Ya
sé, ya lo sé… Para bailar, hay que dejar de hablar.
El arsenal para la carrera de carretillas preparado. |
Y
no podemos olvidar, porque sería una injusticia imperdonable, a los que
a lo largo del año, en los desapacibles meses invernales, aguantan aquí,
peleando contra todos los inconvenientes, contra las pesadas losas del
envejecimiento y la despoblación, de la incomprensión, de la desidia institucional.
Contracorriente, ellos han sostenido Pedrosa con su trabajo, con su entereza y con
su amor por su tierra, y queremos terminar nuestro pregón con un profundo
agradecimiento a todos ellos, algunos, por cierto, comiteros de rancia solera. Habéis
sido y sois los custodios de nuestros mejores recuerdos.
Y
nada más. Disfrutemos todos de la fiesta, como en los mejores tiempos, con
intensidad, pero sin romper nada. ¡Viva la fiesta del verano! ¡Viva Pedrosa del
Príncipe! ¡Viva el Comité! BRA, BRA, BRA…
Gerardo Manrique
Gerardo Manrique