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Javi interpreta el Bolero de Ravel totalmente desatento al paciente director de orquesta. |
Lo suyo sería comenzar por el principio, aunque sea un poco triste. Y el principio es el nombre de la fiesta.
Como en años precedentes habíamos convocado una sesión de brainstorming en la biblioteca del Teleclub. Y estábamos en plena captación de participantes, cuando por allí se acercó el inolvidable y tan llorado Fernando, cuyo nombre de guerra era por aquellos tiempos Marchaza. Le invitamos a asistir a la reunión, y nos contestó que tenía (como así era, en pleno agosto) mucha faena pendiente. Le insistimos y él, un poco amoscado, nos dijo que asistiría, si alguien le cargaba el remolque de fardos que tenía para después del café. Para quitarle cualquier argumento, nos ofrecimos todos los que allí estábamos (más entusiastas que avezados en ese menester) a cargarlo a toda prisa, batiendo el récord del mundo. Y así nos daría tiempo para todo, la tarea cumplida y la sesión de lluvia de ideas. A Fernando no le faltaba sentido del humor, así que nos fuimos con él los diez o doce y nos aplicamos a cargar el remolque a lo loco. Se puede entender lo bien dispuesto que aquello resultó...
Tal es así, que llamó la atención de Braulio, que había presenciado toda aquella desquiciada maniobra y nos advirtió que aquello no iba a llegar muy lejos. Irreverentes, y un pelín maleducados, alguien le respondió, dirigiéndose a él con su nombre abreviado: ¡Pero qué dices, Bra! La cosa nos hizo gracia a todos y el hipocorístico se convirtió en la estrella del verano o, como se dice ahora, se hizo viral. Hasta el punto de que en el bar de la pesa (nuestra madriguera de los sábados en Melgar) sabían qué ponernos, sin necesidad de más aclaraciones, cuando pedíamos un bra.
Supongo que al final Fernando asistiría a la reunión, jovial y desmesurado, como solía; la verdad es que no lo recuerdo. Pero lo que se nos quedó para siempre fue aquel BRA, que pasó a formar parte del nombre de la fiesta con pleno derecho: Bramúsica.
La segunda parte del compuesto tenía que ver, como siempre, con el "acto central". Dándole vueltas a la necesidad de sacar el máximo provecho de nuestros escasos recursos, la idea aprovechar un poco más el alquiler del equipo de música que traíamos de Palencia nos inspiró para montar el play back de un concierto de música clásica en la plaza del reloj. Era impresionante el efecto que hacía la música a tan gran volumen. Lo teníamos todo: el tenderete, las sillas del salón de actos del Teleclub para el público asistente, cuatro voluntarios para dirigir la orquesta y los audaces músicos que debían ejecutar las piezas. ¿Y los instrumentos? Que trajera cada cual el que le diese la gana.
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Nuestro primer programa de mano. |
La segunda parte del compuesto tenía que ver, como siempre, con el "acto central". Dándole vueltas a la necesidad de sacar el máximo provecho de nuestros escasos recursos, la idea aprovechar un poco más el alquiler del equipo de música que traíamos de Palencia nos inspiró para montar el play back de un concierto de música clásica en la plaza del reloj. Era impresionante el efecto que hacía la música a tan gran volumen. Lo teníamos todo: el tenderete, las sillas del salón de actos del Teleclub para el público asistente, cuatro voluntarios para dirigir la orquesta y los audaces músicos que debían ejecutar las piezas. ¿Y los instrumentos? Que trajera cada cual el que le diese la gana.
Y así hubo quien trajo una raqueta, otro sopló sobre una cañería oxidada, otro tañó con sentimiento una escoba... Sólo Javi tenía colgado un instrumento propiamente dicho, el legendario saxofón de José Guerra.
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El maestro Neoptólemo presenta al no menos maestro Chisum, que se aplicó de inmediato con el Concierto
de Aranjuez, de Joaquín Rodrigo.
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Por cierto, tuvimos aquel año unos tercos problemas técnicos que nos hicieron ir un par de veces a Palencia con el equipo cargado, para enfado de Javi, que nos increpaba con malos modos casi nada más dar la vuelta a Matamulas. Por fin, con notable retraso, y bajo un calor asfixiante, dio comienzo el espectáculo: Mozart, Joaquín Rodrigo, el Bolero de Ravel, Vivaldi...
El arranque, por la sorpresa de ver aquel extraño cuadro y el efecto de una música tan hermosa a un volumen tan alto, fue muy festejado por el público, que llenaba la plaza. Pero, según avanzaba el tiempo y se reducía la sombra, el sol se aplicaba inmisericorde con el público y el efecto sorpresa se iba disipando, los asistentes se fueron marchando, quedando sólo un puñado de incondicionales a oír los monótonos sones del Bolero de Ravel, una banda sonora ideal para cualquier proceso de derretimiento.
Por lo demás, la fiesta fue avanzando. Aquel año fue el primero en que editamos un programa de mano, sin el auxilio de ninguna entidad bancaria. Verlo impreso resultó muy emocionante. Se trataba de confundir un poco al lector, que veía aquella larga redacción de actividades como las de una fiesta de varios días, cuando todo se comprimía en las veinticuatro horas de un viernes.
Por lo demás, la fiesta fue avanzando. Aquel año fue el primero en que editamos un programa de mano, sin el auxilio de ninguna entidad bancaria. Verlo impreso resultó muy emocionante. Se trataba de confundir un poco al lector, que veía aquella larga redacción de actividades como las de una fiesta de varios días, cuando todo se comprimía en las veinticuatro horas de un viernes.
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El reverso machadiano del programa. |
Para ser justos, en el programa había cosas que no se llegaron a hacer: el entremés de Cervantes, por ejemplo, porque nos debía parecer poco poner en escena una obra de Plauto de más de dos mil años de antigüedad. El coro, aún no sé muy bien el motivo, tampoco actuó, a pesar de que consta como un acto programado. Y el paseo al Pinacho de las 6:30 de la mañana tampoco llegó a consumarse. Un par de ellos llegamos hasta la ermita, donde nos sorprendió el nuevo día.
El programa sentó también un modelo que se mantuvo varios años, siempre cerrado por una poesía (eco de nuestro apreciado recital) como peculiar signo de distinción. La primera se debía al talento de Antonio Machado, y fue muy difícil de igualar.
En el programa consta también una exposición fotográfica, que fue de sumo interés. Solicitamos en una nota repartida por cada casa la cesión temporal de fotografías antiguas, en blanco y negro. La iniciativa tuvo una buena acogida, y montamos una exposición muy interesante. Una pena que por entonces la fotografía móvil no estuviera tan desarrollada y pudiéramos haber hecho acopio de aquel precioso acervo documental.
Y qué decir de aquella "Comedia de la olla". Me consta que existe también una grabación en vídeo, igual que existe la del concierto. Inolvidable el viaje desde Burgos en el coche de línea con la peluca que habíamos comprado para el protagonista. Gonzalo era el viejo avaro, Elena la sierva que lo engañaba, Santi y Diego los jóvenes calaveras... y así un fastuoso elenco de actores que hizo honores al impresionante escenario que nos había pintado Pablo Dueñas.
Para mi fue un pequeño sueño hecho realidad el dramatizar a Plauto, al que traducía con tanto esfuerzo en la Facultad, en el Teleclub de mi pueblo, devolviendo a su texto fresco e irreverente toda la vida que le restaba la erudición académica. Nuestro público, aunque le costó un poco al principio, salvó la distancia de más de dos mil años que le separaban del cómico romano y rio a mandíbula batiente. Un par de representaciones en un solo día, un esfuerzo enorme gratamente recompensado. "Y no lo que los niños dicen que encuentran en las habas..."
Por cierto, y para acabar, la tecnoverbena de aquel año fue antológica, porque hacía una noche de un intenso calor, sin una brizna de aire, extraño para el agosto de Pedrosa. Y con las copas que habíamos ganado, Chisum y Dioni por su triunfo en la Carrera de carretillas submarina, y este humilde servidor en el concurso de disfraces, logramos acabar con las existencias de los barriles de cerveza al reclamo, cómo no, de un "bra". Mientras, sonaba por quincuagésima vez El Cádillac solitario de Loquillo y los Trogolditas. Algo parecido a lo que los bienaventurados viven en los Campos Elíseos.
Gerardo Manrique
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La abigarrada programación de Bramúsica. |
Y qué decir de aquella "Comedia de la olla". Me consta que existe también una grabación en vídeo, igual que existe la del concierto. Inolvidable el viaje desde Burgos en el coche de línea con la peluca que habíamos comprado para el protagonista. Gonzalo era el viejo avaro, Elena la sierva que lo engañaba, Santi y Diego los jóvenes calaveras... y así un fastuoso elenco de actores que hizo honores al impresionante escenario que nos había pintado Pablo Dueñas.
Para mi fue un pequeño sueño hecho realidad el dramatizar a Plauto, al que traducía con tanto esfuerzo en la Facultad, en el Teleclub de mi pueblo, devolviendo a su texto fresco e irreverente toda la vida que le restaba la erudición académica. Nuestro público, aunque le costó un poco al principio, salvó la distancia de más de dos mil años que le separaban del cómico romano y rio a mandíbula batiente. Un par de representaciones en un solo día, un esfuerzo enorme gratamente recompensado. "Y no lo que los niños dicen que encuentran en las habas..."
Por cierto, y para acabar, la tecnoverbena de aquel año fue antológica, porque hacía una noche de un intenso calor, sin una brizna de aire, extraño para el agosto de Pedrosa. Y con las copas que habíamos ganado, Chisum y Dioni por su triunfo en la Carrera de carretillas submarina, y este humilde servidor en el concurso de disfraces, logramos acabar con las existencias de los barriles de cerveza al reclamo, cómo no, de un "bra". Mientras, sonaba por quincuagésima vez El Cádillac solitario de Loquillo y los Trogolditas. Algo parecido a lo que los bienaventurados viven en los Campos Elíseos.
Gerardo Manrique