Philip Marlowe, espejo de detectives, creación novelesca de Raymond Chandler al que hemos visto encarnado, entre otros, en Humphrey Bogard en El sueño eterno, asume esta vez el adusto semblante de Robert Mitchum. En Adios, muñeca, se le ve muy cansado ya de su profesión, y así se lo confiesa a uno de los pocos policías honrados con quien trata. El desarrollo de una extraña investigación surgida del apasionado amor de un rudo matón por una mujer fatal, tan hermosa como falta de escrúpulos, pone en riesgo su vida, hasta el extremo de tener que esconderse en una cochambrosa habitación de hotel.
Marlowe ha trazado un plan para salir del lío en que se ha metido, y allí acude su confidente policial, a quien se lo explica. Entreveradas en ese diálogo se cuelan estas palabras, que son una definición sombría de su quijotesco desempeño laboral y del vacío existencial en que se encuentra. El rostro fatigado de Mitchum y el neón del hotel hacen redundante una mayor explicación.