sábado, 21 de mayo de 2022

Los tapaculos


No estaría mal iniciar una sección sobre nuestra mitología infantil, todas aquellas disparatadas creencias o teorías que nos metían o nos metíamos en la cabeza de niños, y que quedaban establecidas como máximas de sabiduría práctica incontrovertibles. 

Recuerdo, por ejemplo, haber oído que si te sorprendía una fuerte tormenta en el campo, acompañada de una lluvia torrencial, lo mejor era practicar un agujero en el suelo y meter la cabeza dentro, para poder respirar, porque si no se tomaba esa prevención, podía uno quedarse sin oxígeno y morir de asfixia. Yo no me atrevía a poner en duda el dogma popular, pero pensaba que el agujero se llenaría de agua, y que eso complicaría las cosas bastante, sin contar lo absurdo que parece el quedarse parado a la intemperie en medio de un chaparrón. 

¿Y qué decir de ese otro peligro siempre acechante y que tanto perturbaba nuestros horarios de baño en el río, el temible y nunca sobrevenido "corte de digestión"? O aquel contundente refrán para los que se encontraran con un escorpión en su camino, "Si te pica un escorpión, prepara la pala y el azadón". Me gustaría saber la tasa anual de fallecidos por la picadura de estos arácnidos en España, que supongo muy cercana a cero.

Pues bien, entraría con todos los honores en aquel catálogo de miedos infantiles la ingestión de un tapaculos. La última vez que recorrí caminando la ruta de la fuente de Valdenogal me tropecé con unos cuantos ejemplares de esta modalidad de rosal silvestre, que ofrece una especie de baya de color rojo intenso conocido como escaramujo. Uno de ellos estaba tan cargado de fruto que dibujaba una espectacular pincelada rojiza sobre el fondo parduzco predominante y, como los humanos del siglo XXI siempre vamos cargando con una cámara de fotos en el bolsillo, no me resistí a inmortalizarlo. 

Al escaramujo los botánicos le llaman cinorrodon, término que lleva dentro dos palabras griegas (la primera para "perro", de donde nos llega, por ejemplo, el adjetivo "cínico", y la segunda para "rosa", que vemos escondida en el nombre del rododendro), así que vendría a significar algo parecido a "rosa perruna". No es casualidad que la especie de rosal al que engalana con sus frutos el escaramujo reciba el nombre científico latino de "rosa canina". 

Pero lo relevante del caso es el terror que nos inspiraba este fruto en nuestra infancia, porque nos habían advertido de que, haciendo honor a su nombre popular, la ingestión de uno de ellos taponaría sin remedio nuestro desagüe natural, hasta morir de esa manera tan dolorosa e indigna. El problema es que el escaramujo se parecía mucho a una cereza en su color, o a las moras, también criadas entre espinas. En fin, que no era imposible llevárselo a la boca en un fatal error... 

Por lo que he leído al respecto, el poco sutil nombre de "tapaculo" le viene de sus acreditadas propiedades astringentes (es decir, que algo de obstrucción intestinal sí que hay), pero, por lo general, lo que se glosa de él son sus efectos positivos, como su generosa abundancia en vitamina C. 

Pero el mito es muy operativo una vez que se te mete dentro, y es el día de hoy, en que nos creemos libres de todas las supersticiones, que no me aventuraría a llevarme a la boca ese fruto que se ofrece tan lustroso y goza de tantas propiedades benéficas.