domingo, 27 de marzo de 2022

La caseta de la báscula


De esta fotografía llaman varias cosas la atención (entre otras, su aparente trivialidad o irrelevancia), y no es la menor la antigua caseta de la báscula. Cuando perdió su función originaria, porque la báscula se desplazó de lugar, la caseta, entre otras cosas, sirvió como refugio para nuestra cuadrilla cuando llovía o acuciaba el cierzo. También la recuerdo ocupada por gitanos que venían a trabajar eventualmente en la remolacha y que se instalaban por allí de cualquier manera. 

Supongo que no habrá existido ninguna pandilla que no haya tenido su caseta, en la que disfrutar de la lejanía de la vigilancia adulta. Sus materiales de construcción, siempre precarios y de deshecho, solían cobijar algún tresillo o sillón destartalado en el que apiñarse, verdadero centro neurálgico de todo el complejo. La caseta de la báscula, aunque tenía el serio inconveniente de emplazarse en un lugar de mucho tránsito (las casetas buscaban, por lo general, lugares apartados del tráfico humano), tenía la ventaja de una construcción muy sólida y profesional. Ni el viento se llevaba los plásticos de la cubierta, ni la lluvia entraba por doquier. En suma, la casa del cerdito más responsable de los tres del cuento. 

La vieja caseta de la báscula, otra prueba más, por si no tuviéramos ya bastantes, de lo implacable de la sentencia del sabio de Éfeso: todo cambia, nada permanece. 

Gerardo Manrique