Por Florentino Escribano Ruiz
publicado en el número 65 de Regañón (otoño - invierno de 2008 - 2009)
Serie: personajes ilustres de Pedrosa del Príncipe.
Han llegado a mis manos unos documentos que revelan una noticia muy importante para los que nos sentimos arraigados al pueblo de Pedrosa del Príncipe, y que hasta ahora ha estado totalmente desconocida.
Los documentos, me los dio una persona de gran estatura física y mental que, unida a su gran dimensión afectiva y humanitaria, le definen como un gran apasionado por conocer todo lo que se relaciona con este pueblo que vio nacer a sus padres y a sus abuelos.
Tras una lectura y organización de los datos que más me llamaron la atención, os los doy a conocer en este artículo, sin pretender hacer un tratado de historia ni nada que se le parezca; pero sí con la alegría de dar a conocer algunos datos totalmente fiables acerca de un personaje histórico de nuestro pueblo, tan importante que es mundialmente reconocido en el mundo de las letras.
Se trata de un hombre, llamado Andrés Carro, que nació en Pedrosa del Príncipe en el año 1733; que tomó el hábito de los frailes agustinos de Valladolid en el año 1757, y que murió en Filipinas en el año 1806.
Si sigues leyendo, conocerás la respuesta a mis preguntas y así llegarás a saber algo más de la historia de este gran hombre de nuestro pueblo.
¿Qué se sabe del P. Andrés Carro en nuestro pueblo?
Preguntar en Pedrosa del Príncipe por el fraile agustino, llamado Andrés Carro, es como preguntar por un desconocido. Yo, que me he interesado por estudiar y conocer las raíces históricas de mi pueblo, nunca he oído hablar nada de él.
No hay ninguna señal en el pueblo que ayude a tener alguna aproximación a esta familia, aunque no sé si quedará algún pariente lejano, pero yo sí recuerdo que, en los años de mi infancia, había un zapatero llamado Ángel Carro y una señora que también tenía ese mismo apellido y que se llamada María Carro. ¿Será nuestro personaje algún allegado de estas familias? Habría que hacer algún estudio genealógico para saberlo. Ahí lo dejo como sugerencia, por si alguien quiere apasionarse con ello y dárnoslo a conocer.
¿Qué se cuenta de Andrés Carro en los documentos?
En los documentos que llegaron a mis manos, provenientes de la Biblioteca del Monasterio de Santa María, que con tanta amabilidad nos han procurado los PP. Agustinos de la Vid (Burgos), se dice de Andrés Carro lo siguiente:
“Burgalés de Pedrosa del Príncipe, donde nació por los años de 1733, y tomó el hábito agustiniano en nuestro colegio de Valladolid el 1757, haciendo su profesión en el Puerto de Santa María (Cádiz), camino de Filipinas, a donde arribó al año siguiente en 1758. En las islas misionó, desde 1762 a 1774, a los igorrotes de Tagudín y Sta. Cruz, con un celo y laboriosidad dignos de encomio, mereciendo entusiastas plácemes de los prelados por su habilidad y constancia en la enseñanza de la fe a aquellos pobladores de las islas”.
Los investigadores agustinos que han estudiado la figura del P. Andrés Carro, como la de otros misioneros de la orden religiosa, han hecho publicaciones en revistas de estudios históricos. En dichas revistas aparece la figura de nuestro paisano, destacando de él sus aportaciones más importantes al mundo de las lenguas y las letras, especialmente en sus dos obras más relevantes.
¿De qué tratan estas dos obras literarias?¿Por qué tienen tanta importancia?
La primera obra se refiere a las mejoras que hizo a un libro que recogía el estudio de la lengua que hablaban los nativos de aquellas islas de Filipinas, titulado “El Arte de la lengua Yloca”.
Estos estudios ya los habían comenzado anteriormente otros padres agustinos, pero según consta en la portada del mismo, se destaca literalmente que el resultado final de todo está ...corregido, y añadido según lo que ahora se usa, por el M. R. P. Predicador Fray Andrés Carro del mismo orden: Examinador Synodal del Obispado de Nueva Segovia. Misionero por muchos años; Vicario Provincial; Visitador y Prior Vocal de varios Conventos de la dicha Provincia.
De la misma manera se le nombra, también, en la segunda edición de esta obra de 570 páginas, impresa en el año 1793 en el convento de Ntra. Sra. de Loreto del pueblo de Samaloc.
En la segunda obra literaria, se resalta también a nuestro paisano “P. Andrés Carro, nacido en Pedrosa del Príncipe”, porque colaboró, junto a otros autores, en la composición de: “El Tesauro. Vocabulario de lengua Ylocana al Castellano”. Se dice en esta obra, comenzada previamente por varios padres agustinos, que el P. Fr. Andrés Carro “puso la última mano añadiendo muchos testimonios, frases, refranes y adagios con la virtud de varias yerbas”.
Esta obra consta de 484 hojas y se imprimió por primera vez en Manila en el año 1849, pero la obra estaba ya trabajada y concluida en el año 1760, como cuenta de puño y letra el mismo P. Carro en el manuscrito de la portada puesta por él mismo, garantizándolo con su propia firma autógrafa en el año 1792.Una segunda edición, de esta obra, aumentada y corregida, se hizo en Manila en el año 1888.
Toda la obra literaria y lingüística del idioma Ylocano, como de su relación con el castellano, según dice el archivo citado, “fue coordinada por el Muy Reverendo Padre Predicador Fr. Andrés Carro”.
Todo ello es de considerable valor y supone un hito importante en la literatura universal con respecto del castellano en relación con otras lenguas no europeas.
¿Podemos saber alguna cosa más sobre la vida del fraile Agustino, P. Andrés Carro? ¿Cómo era el pueblo y la vida de nuestro paisano, Andrés Carro, en aquellos años de 1733?
Habría que dedicar mucho tiempo para investigar en todos sus pasos. Seguro que en los monasterios donde estuvo hay documentos que nos aclararían muchas curiosidades sobre él; pero aquí yo no pretendo hacer un estudio completo. De nuevo, remito a otras personas que quieran investigar y darnos a conocer la altura y profundidad de este gran personaje que tanto lustre tuvo y que ilustra también a nuestro pueblo.
Una vez reseñados esos datos históricos, y alentado por mi curiosidad, me gustaría situar al personaje en el contexto de aquellos años en la vida de Pedrosa del Príncipe, tratando de descubrir en qué casa nació, qué es lo que le animó a ingresar en el convento de los agustinos de Valladolid… ¿De dónde le vino la vocación misionera para ir a Filipinas a predicar el Evangelio?
Para responder a estos interrogantes no dispongo de ningún documento tan fiable como los anteriores, pero basándome en los conocimientos que tengo sobre el entorno general de aquella época, me atrevo a adelantar alguna respuesta, utilizando el recurso de una ficticia entrevista. Utilizaré en ella datos fiables, tomados de algunos documentos que recogen aspectos generales de aquella época del pueblo. Con ellos me atrevo a hacer esta semblanza del P. Andrés Carro, que nos ayuda a tener, con verdad pero no con exactitud, una semblanza sobre algunos rasgos de su vida.
En dicho recurso literario el mismo P. Andrés Carro, nos habla de sí mismo, respondiendo a estas preguntas:
¿Qué recuerdas de tus años de infancia en Pedrosa del Príncipe?
Bueno, mis recuerdos son muy pequeños. Me contaron mis abuelos que en el año 1733, cuando yo nací en este pueblo, la gente del pueblo pasó por una mala racha. Así lo escribieron en algún libro de los escritos de fábrica de la Iglesia parroquial de San Esteban, donde se dice que el pueblo se hacía más pequeño, “dado que cada vez había menos vecinos y éstos muy pobres”; incluso el cabildo y los beneficiados de la iglesia parroquial se habían reducido de 15 a solamente 4.
¿En qué trabajaban tus padres?
En aquellas épocas había también muchas enfermedades, sobre todo las pestes que provocaban las muertes de familias enteras; por unas causas o por otras el pueblo lo pasó muy mal. Pues entonces se trabajaba en la agricultura y en la ganadería. Había muchas ovejas en el pueblo y se vendía mucha lana y se hacían muchos quesos. Yo también trabaja con ellos en las labores del campo.
Me contaron mis abuelos que a veces había pleitos y denuncias, ya que algunos vecinos no cumplían las normas acordadas y tenían que intervenir los señores de justicia.
Según está escrito en los libros de la iglesia, a un señor llamado José de Guadilla, no se le admitió tener más de 300 ovejas, así que, por ir contra las normas, se reunieron los del gobierno del pueblo y se fijaron “multas de 20 ducados la primera vez y de 40 ducados la segunda vez”. Así lo firman en los libros de la iglesia: José Palacín, Alonso Tejada, Pedro Sierra, Miguel Escribano, Luis González, Santiago González, Manuel Centeno y Juan Escribano, que eran los gobernantes para hacer justicia en aquellos tiempos.
¿Por qué te fuiste a Valladolid?
Yo vivía en Pedrosa del Príncipe como un niño más. Aprendí a leer y a escribir en la escuela parroquial, que ya existía desde el año 1642, según consta en el libro de “Acuerdos y aperos de la Iglesia de San Esteban”. En esas épocas éramos “39 alumnos, entre chicos y chicas”.
Entonces, ya en el pueblo. íbamos a la escuela parroquial, tanto los niños como las niñas. Allí, al mismo tiempo que nos enseñaban el catecismo, aprendíamos también a leer y a escribir.
Yo no pensaba para nada irme de fraile, pero un buen día vinieron por aquí unos frailes agustinos de Valladolid predicando en la Cuaresma; les escuchaba con tanta atención y me contaban cosas tan interesantes de su vida que me entusiasmé con su modo de vivir. Tanto me animó el sueño de poder irme con las misiones al Nuevo Mundo, que les dije a mis padres que me quería ir con los frailes a su convento de Valladolid. Yo tenía, entonces, 16 años y estaba lleno de ilusiones por conocer nuevas cosas, donde una persona se tiene que arriesgar a buscar las llaves que abran el horizonte de su vida.
Mis padres me vieron tan convencido y eran tan religiosos que no dudaron en dejarme ir con aquellos frailes agustinos de Valladolid.
¿Qué recuerdas de la vida del convento con los Agustinos?
La vida en el convento era muy rígida y austera, pero me sentía bien. Mi interés por aprender las lenguas clásicas fue tanto, que me hice un experto en lingüística y gramática.
Tras un largo noviciado de preparación y estudio para conocer las reglas de la Orden de los Agustinos me tuve que decidir a emitir mi profesión en esta orden religiosa. No la hice en Valladolid, pues una nave partía para Filipinas y yo tuve la suerte de que me eligieran para esa expedición misionera. En la trayectoria de mi viaje a Filipinas, mientras estaba esperando en Cádiz para embarcar a Filipinas, emití mi primera profesión religiosa en la que me comprometía a ser un fraile de la orden de los Agustinos con todos los derechos y obligaciones.
¿Qué te impulsó a embarcarte a Filipinas como misionero?
El Convento de Valladolid estaba muy en relación con las misiones en Filipinas. Todo tiene su parte de historia que brevemente te voy a contar: resulta que en el año 1565, Miguel López de Legazpi y el agustino Fray Andrés de Urdaneta y cuatro frailes más, se asentaron en las Islas Filipinas, sin necesidad de conquistas ni de guerras.
Las islas estaban bajo la corona de España y se puso el primer asentamiento en Cebú. Los siglos fueron pasando y la presencia de los españoles y de los frailes agustinos era muy bien considerada. Surgían nuevas necesidades y la población de los isleños se convertía a la fe cristiana.
En el año 1732 nace en Manila, que es la capital de las Islas Filipinas, la idea de proporcionar sacerdotes católicos formados en España con destino a las islas Filipinas. La orden de San Agustín fue la que elaboró esta idea. En 1735 se obtiene licencia del general de la Orden para fundar en España un seminario para formar sacerdotes misioneros para las Filipinas.
El Papa Clemente XII también autorizó la creación de este seminario. En 1743, el rey Felipe V ampara bajo patronato regio el seminario, debido a la importancia que tenía el proyecto para el Estado, y decide que se localice en Valladolid, debido al gran número de estudiantes que se encontraban en esta ciudad. Tras una serie de vicisitudes, la orden de San Agustín se asienta en 1758 en el terreno que hoy ocupa, y Ventura Rodríguez viene a Valladolid y proyecta el edificio durante los dos años siguientes.
Fue tanta la dedicación del convento de Valladolid a las Islas Filipinas, que todos nos conocen por el nombre de Agustinos-Filipinos. Yo tenía muy claro que mi vida se encaminaría hacia ese lugar. Y así fue cómo en el año 1757, cuando yo tenía 24 años, embarqué hacia aquellas islas, tan lejos de mi familia y de mi querido pueblo de Pedrosa del Príncipe.
¿Cómo fue la misión en Filipinas? ¿Qué hacías allí?
Primero, nada más llegar, dediqué muchos años a conocer la lengua y las costumbres de los indígenas para hablarles del evangelio en su propio idioma. Los filipinos tenían su organización social muy asentada y nos aceptaban muy bien a los españoles y mejor aún a los frailes, a pesar de que los intereses de la corona española iban más en la conquista de las tierras, y buscaba más la presencia militar en las islas, como avanzadilla para conquistar nuevas tierras.
Nosotros, los misioneros agustinos, nos dedicamos a llevar la educación a los nativos, enseñamos a cultivar la tierra, a mantener las formas culturales de la población filipina y a unirlas con las de la evangelización cristiana que ofrecemos. También tenemos que proteger a los habitantes del lugar, muchas veces de las mismas autoridades civiles y de los caciques locales, sobre todo cuando hacen tantos abusos con los pobres habitantes en sus demarcaciones.
En 49 años de mi estancia en Filipinas me ha tocado hacer de todo un poco, desde lo más pequeño de cada día, hasta llegar a ejercer los cargos de mayor responsabilidad, llegando a ser: “Examinador Synodal del Obispado de Nueva Segovia. Misionero por muchos años; Vicario Provincial; Visitador y Prior Vocal de varios Conventos de la dicha Provincia”.
¿Qué es lo que te llevó a estudiar con tanto esmero el idioma autóctono de aquellas gentes?
Los misioneros, en un principio pensamos que el idioma de los lugareños no tenía que ser trastocado. Respetábamos mucho su cultura y tradiciones. Valorábamos todo lo que provenía de su propio entorno y no les obligábamos a hablar en nuestro idioma, más bien nosotros nos obligábamos a aprender el suyo para comunicarnos mejor. También, por entonces, se creía que así permanecerían inocentes, sin contaminarse con las palabras que en nuestro idioma expresan nuestras maldades de occidente.
A mí sobre todo me atraía la intención de conocer su idioma, para hablar con ellos y así hacer que ellos entendieran mejor el mensaje del evangelio cristiano. Por esa razón me interesé por el estudio de su lengua para entender mejor su vida y para que ellos entendieran mejor la fe cristiana.
Como fruto de ese trabajo fui compaginando la gramática del castellano con el idioma Yloqueño, que es el que hablaban en la zona donde yo estuve hasta los 73 años. De ello salió una gran diccionario de la lengua. No todo fue descubrimiento mío, pues con anterioridad otros frailes agustinos ya lo habían intentado y tenía recogidos muchos documentos literarios muy valiosos; yo lo que hice fue orientarlo y corregirlo dándole un aspecto más organizado y culto, aplicando algunas técnicas de los estudios que había recibido en Valladolid.
¿Regresaste alguna vez al pueblo que te vio nacer?
No, en aquellas épocas era casi imposible regresar al pueblo de sus orígenes.
Mientras estaba en las Islas Filipinas, algunas veces pasaba por mi mente el recuerdo de la casa donde nací y de la iglesia donde me bautizaron. Me acordaba de los amigos de la infancia y de los ancianos del lugar, de quien aprendí lo más sagrado de la vida y de la fe cristiana. Su recuerdo me daba ánimos para seguir haciendo mi tarea en las lejanas tierras.
Aunque el sentimiento y los problemas hacían difícil la estancia en esas tierras, siempre me he alegrado de la decisión que tomé en mi juventud. Mi vida dedicada a las misione y al evangelio de Jesús ha sido muy plena y me he sentido feliz.
EPÍLOGO
Oscuros episodios de guerras y engaños hicieron que la presencia española se alejara de aquellas islas junto al llanto y el heroísmo de los episodios que dejaron escritos los famosos últimos de Filipinas, que nunca quisieron abandonarla. Pero todo ello no quita nada a la labor humanizadora de 300 años, llevada por tantos misioneros, entre ellos, Andrés Carro, un ilustre paisano de nuestro pueblo.
En el año 1898 Filipinas consigue la independencia de España. Actualmente el idioma oficial es el Tagalo, pero gran parte de la población habla inglés y un 2% el español que enseñaron los misioneros. La mayoría de sus habitantes son de religión católica.
El pueblo de Pedrosa del Príncipe debe sentirse sanamente orgulloso y solidario con los habitantes de las Islas Filipinas, dado que uno de los hijos del pueblo, Andrés Carro, gran humanista y persona culta de las letras y las lenguas, llevó a tierras tan lejanas el honor de haber nacido en una de las casas y de las familias de nuestro pueblo.
PROPUESTA:
Pienso que sería un gesto entrañable y significativo para hoy y para la posteridad, poner el nombre del P. ANDRÉS CARRO a una calle, a una plaza o levantar algún monumento para ensalzar los valores humanitarios y culturales de este personaje ilustre de nuestra historia.