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La toponimia tradicional, presente en nuestros días. |
De la naturaleza de los topónimos que hemos encontrado para designar los campos de PDP, hemos encontrado algunos rasgos comunes que le son muy propios al lenguaje popular. Rasgos que confieren a estos términos un insobornable sabor tradicional, producto de su transmisión, sobre todo oral, a través de una larga sucesión de generaciones de labradores y ganaderos. Se trata de una simple reflexión, una muestra de cariño y respeto por nuestra cultura popular, por el poso dejado por el apego a la tierra de esa legión indeterminada de nuestros antepasados.
- Uso del diminutivo. Es un rasgo muy característico del habla popular. Tal es así que en nuestra lengua, el Español, que deriva del Latín vulgar (es decir, de la variante hablada de la lengua madre, y no de la que consta en los escritos), tenemos muchas palabras procedentes del latín que derivan del diminutivo y no del sustantivo sin sufijar. Por ejemplo, el término “oreja” procede del latín “aurícula” (“orejita”) y no de “auris” (“oreja”), porque tan extendido se hizo el uso del diminutivo en el habla coloquial que, en un momento dado, se perdiera el sentido del sufijo y se entendiera como la referencia normalizada. El diminuto aporta una carga afectiva connatural al lenguaje hablado (¿Qué hace mi chiquitín?, ¿Nos tomamos unas cañitas?) muy fácil de percibir. Dicho de otro modo. No es que los lugares designados sean vistos necesariamente como pequeños, sino que reciben la carga afectiva del lenguaje popular. Así, entre nuestros topónimos, encontramos unos cuantos diminutivos (Las Becillas, El Carrasquillo, El Cotorrillo de los frailes, El Cuchillejo, La Matilla, Los Pradillos, El Riacho, El Sobaquillo, El Sotillo, Valdepinilla y el Zapatillo).
- El apócope o pérdida de sonidos finales de una palabra en términos compuestos. Hay dos términos apocopados muy usados, uno es carre-, apócope de “carretera” o camino de carros, que acabó indicando simplemente una dirección. Y el otro es val-, apócope de “valle”, para la designación de ese accidente geográfico, tan frecuente en tierra de páramos. Así, del primero tenemos: Carreblanca, Carrepalencia y Carrevacas; y del segundo, El Val, Valcavada, Valdearneros, Valdenogal, Valdeoro, Valdepinilla.
- Poco rigor ortográfico. Las denominaciones con un origen eminentemente oral, a la hora de ser trasladadas al lenguaje escrito, no suelen ofrecer un panorama normalizado, sino que se han transcrito “más o menos como suenan”. De manera que nos encontramos “Peña Lada” junto a “Laderas de Peñalada”, cuando todo parece indicar que el sentido del topónimo sería “peña helada”. “Badera ancha”, terreno entre el Pisuerga y el Odra a la altura de la conocida como "la vadera del regadío", nos habla de un lugar por el que se puede franquear el río, es decir, un vado o vadera y que, por lo tanto, debería presentar una grafía [v] y no [b].
- Uso de términos muy concretos, muy descriptivos y pegados al terreno (plantas, bien contempladas de manera individual o colectiva, o lugares con abundancia de una determinada planta, hitos del terreno, como fuentes, altozanos o cotorros, humedales, particularidades de la zona…). Así, tenemos, dentro de las plantas: Las Becillas, Los Cañamares, La Cardosa, El Carrasquillo, El endrinal, El Espinedo, La Matilla, Valdenogal, Valdepinilla. Nueve fuentes es una descripción muy exacta de un hito concreto del terreno, igual que Los Cascajos, las laderas, los cotorros o cotarras y los pradillos.
- El lenguaje metafórico. A pesar de lo dicho en el punto anterior, también tenemos términos que son pura metáfora. Por ejemplo, la palabra "barco" parece que indicara la proa de un barco que puede figurar algún saliente rocoso del cerro, como si este se adentrara en el mar de la llanura. El sobaquillo, El Ceño, El Zapatillo, El Cuchillejo.
- Permanencia de alusiones a personas o lugares ya olvidados. Parece evidente que el pago denominado El Catalán debió recibir el nombre por su relación con alguien de esa procedencia regional, al igual que el Cotorrillo de los Frailes indicaría que, o bien existía por allí la propiedad de un monasterio o que, en algún tiempo, pudiera haber allí algún asentamiento conventual.
- Puro misterio. También hay topónimos absolutamente indescifrables, a los que cuesta encontrar algún sentido. ¿De dónde vendrá lo de Muñeca de Barbique, Peñazurre o La Zalleda? Alguien más perspicaz que el que esto escribe tal vez de razón de términos que no se dejan entender con facilidad. Y otros, perfectamente inteligibles, pero a los que cuesta dar un sentido que los justifique, como La Gallina Ciega.
Gerardo Manrique