jueves, 1 de julio de 2021

La visita de don José, el médico

Aunque, pasando los años, hubo en el pueblo, dentro de su gente notable, otro don José, éste del que yo hablo era el médico, o uno de ellos, que pasaban consulta en Pedrosa en los años de mi niñez. Hasta ahora, ya veremos lo que vendrá, he tenido la felicidad de una buena salud. Salvo para cosas de poca monta, no me he visto obligado a visitar médicos, y menos que ellos me visitaran a mí. Pero de niño alguna vez estuve enfermo, singularmente una con paperas. Alta fiebre, postración y dolores al tragar. Entonces acudía don José a casa. 

Se esperaba su llegada (un pequeño acontecimiento en el hogar), con una mezcla de aprensión y alivio. Yo lo veía tan alto, tan serio y concentrado que suponía que para él la ciencia médica no guardaba ningún secreto y que encontraría remedio, por doloroso que éste fuera, a cualquier mal que me aquejara. Y si no lo lograba vencer su sabiduría, lo vencería su autoridad.

Desde la habitación (siempre primorosa para los galenos, como mandaba la tradición: sábanas recién cambiadas, aire perfumado, orden geométrico…) se oían en la planta baja el ruido familiar de la puerta del exterior y la del vestíbulo, el breve intercambio de palabras y el lento acercamiento por las escaleras de madera (un grotesco organillo desafinado), cada banzo con su son. Se abría la puerta y entraba la efigie altiva de don José. Extraía su aparataje del maletín y nos daba instrucciones: abre la boca, baja la lengua, di “aaaa”. Dictaminaba lacónicamente y se volvía a marchar, tocando con sus pies la misma melodía, pero al revés.

Todos quedábamos aliviados, la enfermedad estaba bajo control, don José habría espantado a las bacterias con su porte egregio y severa autoridad, y sin demasiado sufrimiento. 

Lo que yo todavía no sabía es que aquella visita traería aparejada, poco después, la del practicante (nombre, dicho sea de paso, que parece resaltar la condición teórica del doctor), que habría de llegar a casa con su siniestro cofre de torturas, toda una alquimia metálica ideada para causar dolor y espanto a los niños. 

Gerardo Manrique