domingo, 27 de diciembre de 2020

Un avión norteamericano sobrevuela Pedrosa en el verano de 1946

El 26 de julio de 1946, en pleno laboreo de la trilla, es muy probable que algún antepasado nuestro se limpiara el sudor de la frente y levantara la vista al cielo para localizar de dónde venía un extraño zumbido que se dejaba oír por las alturas. Hasta puede que la vista le permitiera atisbar, como una especie de raro insecto, a una pequeña nave de las fuerzas aéreas norteamericanas (la USAF) desplazándose de Este a Oeste, entre los 6000 y 8000 metros de altura. Nada preocupante, cabría suponer, después de cinco años del fin de nuestra infausta Guerra Civil y casi a un año del armisticio de la Segunda Guerra Mundial.

Imagen aérea del casco urbano de PDP, que incluye la ermita y el cementerio

Así que nuestro paisano volvería su atención a la trilla, sin sospechar que aquel momento estaba siendo detenido para siempre en un fotograma que, muchos años después, sus descendientes podrían ver positivado en la pantalla de su teléfono móvil. Sería conmovedor el esfuerzo por hacerle entender alguna de estas cosas.

Pero, para ser justo, debo comenzar esta excitante historia desde su arranque. De camino al Aguachal, en la ruta de senderismo correspondiente a las tristes Navidades del coronavirus, nos comentó Jesús a Diego y a mí mismo que el Centro Nacional de Información Geográfica, dependiente del Instituto Geográfico Nacional (CNIG-IGN) ofrecía a través del visor cartográfico de la Fototeca Nacional, los impresionantes resultados de los vuelos realizados por el Army Map Service de Estados Unidos para cartografiar, con la mayor precisión posible y con una tecnología entonces puntera, grandes extensiones de Europa y el norte de África. Estas dos tandas de vuelos tuvieron lugar, la primera, conocida como "Vuelo Americano Serie A", entre los años 1945 y 1946, y la segunda, conocida como "Vuelo Americano Serie B", entre los años 1956 y 1957. Jesús, con la brújula siempre orientada hacia PDP, nos enseñó en su móvil una fotografía aérea de Pedrosa del Príncipe correspondiente a la "Serie B". 

Como es fácil de suponer, a la vuelta de la ruta, me lancé sobre el ordenador en busca de esta fascinante historia. Y no ha sido difícil entender las razones por las que podemos disfrutar hoy de una imagen aérea de nuestro pueblo correspondiente al lejano mes de julio de 1946. Aún humeantes las ruinas de la Segunda Guerra Mundial en Europa, una nueva ola de furor ideológico se cernía sobre el continente y las grandes potencias ya estaban organizando las piezas de un nuevo enfrentamiento, la Guerra Fría. 

Imagen ampliada del casco urbano y del cotorro de las bodegas


Aunque, parece ser, la idea venía de más atrás, cuando los aliados se dieron cuenta de la necesidad de disponer de una cartografía fiable del continente europeo tras el desembarco de Normandía, el conocido como "proyecto Casey Jones" tomó cuerpo después de terminada la guerra. Para no aburrir con detalles técnicos que, por otra parte, se pueden encontrar con facilidad en la red, baste con resumir que este proyecto supone para España el primer registro fotográfico aéreo a gran escala y con una enorme cobertura de su territorio. 

La posibilidad que nos brindan las nuevas tecnologías de volver a volar sobre la España de los años cuarenta, siguiendo el trazo de sus carreteras o sus ríos, despojando a los lugares de todos los añadidos con que los han abrumado los más de setenta años que han venido después (y que no han sido parcos, precisamente, en la modificación del territorio), es casi rozar el mito de la "máquina del tiempo".

Yo, tal vez por mi natural dado a la ensoñación y lo novelesco, no puedo evitar, al contemplar la imagen, figurarme a mi madre, en sus ocho años, correteando con sus amigas de vuelta de la escuela, y mis abuelos maternos, en la cuarentena, uno aplicado a la forja y la otra preparando la comida en la cazuela de barro. El hecho cierto e incontrovertible es que están ahí, escondidos entre los pliegues de esa imagen.

Bien mirado, este tipo de fotografía, cuya resolución no hace posible descender al detalle de las personas, le permite a la imaginación fabular libremente. En esa borrosa copia en blanco y negro puede figurarse el trajín de más de seiscientos hombres y mujeres entretenidos en los penosos afanes de aquellos duros años de posguerra. 

Y si dejamos por un momento al poeta, y le pedimos opinión al geógrafo o el historiador, o, simplemente, al curioso que compara el trazo del pueblo con lo que tenemos en la actualidad, le llamará la atención ver el lado izquierdo de la carretera, si se mira a Castrojeriz, casi sin ninguna de las construcciones que tenemos hoy en día. El perímetro del pueblo es mucho más pequeño, a pesar de contener a mucha más población. Nada hay todavía de las construcciones periféricas, las grandes naves que se fueron levantando con el paso del tiempo en sustitución de las modestas tenadas y paneras. ¡Y qué decir del Cotorro Quitapenas! Ahí esta, aislado y humilde, ordenado a los dos lados de su camino principal, sin que se adivine ninguna construcción disonante. 

Llama la atención, también, la enorme cantidad de eras en las que, a lo que parece, se estaba procediendo ya a la trilla, por la mancha blanduzca y más o menos circular que se repite en los terrenos más inmediatos al pueblo. En las demás parcelas se aprecian pequeños puntitos que, en mi colosal ignorancia en la materia, presumiría que se podría tratar de los haces de mies amontonados para ser llevados a la trilla. Pero en esto, como en casi todo lo demás, seguro que se pueden encontrar opiniones más fundadas que la mía.

En fin, que si a alguien le apetece sumergirse en esta interesante máquina del tiempo, para comprobar cómo era Pedrosa y su territorio allá por 1946, lo puede hacer pulsando sobre este enlace

Gerardo Manrique