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La espuma se adhiere al revolver de Tuco, al salir de la bañera |
El inefable Tuco (Eli Wallach, al que volveríamos a ver en la tercera parte del Padrino como Don Altobello engullendo unos pasteles envenenados) ha escapado de milagro del custodio que iba a cobrar los 3.000 dólares que daban de recompensa por su cabeza. Subido al tren que ha roto la cadena que lo amarraba al cadáver de su gigantesco enemigo, va a dar a una ciudad sobre la que disparan los cañones de la Guerra de Secesión. Indiferente al estruendo de las bombas, en una casa destartalada da con una bañera con agua caliente. Echa en el agua todo el jabón que encuentra y, cuando está disfrutando de su baño, aparece un pistolero con el que tenía cuentas pendientes (lo había dejado manco de la mano derecha). El pistolero lo tiene a su merced, desnudo en la bañera, y no puede reprimir un largo discurso de venganza. Tuco, sin mediar palabra, dispara con el revolver oculto en la espuma del jabón y, una vez rematado el pistolero, suelta esta sentencia genial: "cuando se dispara, no se dice nada".
En las películas es tradicional un ataque de verborrea del malvado antes de acabar con el bueno, lo que da a este un tiempo precioso para reaccionar. Pero los malos no escarmientan, ni siquiera tras la sabia sentencia de Tuco en El bueno, el feo y el malo, poco antes de encaminarse a por el tesoro escondido en una tumba de Sad Hill acompañado de Clint Eastwood. Muy cerca de Covarrubias y Santo Domingo de Silos.
Gerardo Manrique