Con la lectura del primero de ellos, además de saldar una deuda, he estrenado, no sé si para bien o para mal, la lectura electrónica. En cuanto a la novela, es difícil hacer un comentario a vuelapluma, tan densa, tan cambiante, tan poliédrica. Así que iremos deshilvanando algunas impresiones.
La primera, tal vez la más poderosa, es que la novela es una profunda recreación de la miseria, en todos sus extremos. No sólo la evidente miseria material, que se mantiene como permanente y tenebroso telón de fondo y cuya sola presencia es una punzante denuncia política, sino, aún más, la miseria moral. Dostoievski construye un escenario de hambre, malnutrición, frío, suciedad, precariedad, pero también de prostitución, abuso, marginación, miedo… Un entorno que humilla permanentemente al ser humano, lo animaliza, lo degrada.
Entre esta miseria moral discurre la miseria psicológica del personaje principal, Rodion Romanovich Raskolnikov. Es sorprendente cómo su humor cambiante, su neurastenia, su vanidad, su insoportable arrogancia son interpretadas por casi todos como una muestra de genialidad que, eso sí, frisa en la locura. Su crimen, que hasta en el epílogo del libro, cuando expía su culpa en el penal de Siberia, trata de justificar, reprochándose únicamente no haber sido capaz de culminar su plan, es tan abominable como cualquier otro, con el agravante de que no solo mata a la vieja usurera, sino a su cándida hermana, Lisbeth, que tuvo la mala suerte de presentarse en ese instante. Y las mata a hachazos.
Es tanta la podredumbre física y moral que destila la novela, que uno no acaba de creerse la redención final. Los espíritus puros (su hermana Dunia o, sobre todo, Sonia) no compensan la corriente de perversión, perturbación psicológica y maldad que discurre a lo largo de todo el relato. Además, Sonia, una joven bienintencionada, amante de su familia, que se entrega sin condiciones a sus seres queridos, el personaje puro y luminoso, debe prostituirse en las más miserables condiciones para dar un insuficiente sustento a sus padres y hermanastros. Es una parábola del derrumbe del bien.
La novela es rica en personajes y peripecias, obedece a una estructura narrativa lineal, cuyo eje es la lucha psicótica del protagonista por asumir la insoportable carga moral del crimen. Este proceso es paralelo a la investigación policial, en la que se entabla un intenso combate psicológico entre Raskolnikov y el inspector de policía, Porfirio Petrovich, convencido de su culpabilidad.
Al final parece triunfar la redención, la esperanza. Svidrigailiov, el depravado libertino que pretende a Dunia, a la que trata de chantajear con la información sobre el crimen de su hermano, termina por suicidarse, tras haber favorecido a la miserable familia de Sonia y a ella misma. El otro pretendiente de Dunestchka, Liujine, es severamente humillado. Ella se acaba casando con el amigo estudiante de Rodia, Rasumikhine, uno de los personajes más limpios e idealistas de la novela. El propio Raskolnikov se echa a los pies de Sonia al final del libro en un símbolo de expiación y limpieza moral, en un nuevo comienzo libre de la carga de la culpa.
Pero al lector le da la impresión de que este final y estos destellos de justicia y esperanza no son suficientes para limpiar la pestilente ciénaga en la que está inscrita la trama, mucho más poderosa y elocuente, y que queda impresa sin remedio en la sensibilidad del lector.
Ante esta degradación, esta injusticia, qué se propone. Las ideas políticas del socialismo son parodiadas, el consuelo de la religión (que, entre otros, simboliza Sonia), tampoco se presenta con demasiada fuerza, combatido por constantes argumentos nihilistas (a pesar del recurrente simbolismo de la resurrección de Lázaro). No hay esperanza, ni metafísica, ni política. Sólo el último hálito moral del ser humano, nacido de su fuerza interior, parecen dar un poco de energía a la tenue llama.
Algunas citas:
- Los vecinos se marcharon uno tras otro con ese extraño sentimiento de íntima satisfacción que ni siquiera el hombre más compasivo puede menos de experimentar ante la desgracia ajena, incluso cuando la víctima es un amigo estimado. pág. 59.
- No me he arrodillado ante ti, sino ante el dolor humano. Le dice Raskolnikov a Sonia, abrumado por el sufrimiento de la joven. pág. 103.
- Yo sólo quería llevar a cabo un acto de audacia, Sonia. No quería otra cosa, eso fue exclusivamente lo que me impulsó. Raskolnikov a Sonia. Pág. 133.
- Nada hay en el mundo más difícil de mantener que la franqueza ni nada más cómodo que la adulación. pág. 150.
- Su rostro expresaba esa arisca tristeza que es un rasgo secular en la raza judía. pág. 161.
- Me someto a la ética, pero no comprendo en modo alguno por qué es más glorioso bombardear una ciudad sitiada que asesinar a alguien a hachazos. Se defiende Raskolnikov. pág. 163.